El Debate de las Ideas
Arte profano, sacro y religioso: una distinción necesaria
Se trata de una apertura a la cultura de nuestro tiempo que se evidencia mucho más religiosa de lo que aparentemente pudiera parecer
Recientemente hemos publicado un artículo en la revista de la Universidad Pontificia de la Santa Croce titulado Aesthetics of recognition in contemporary religious art que propone una alternativa a los presupuestos teológicos en los que se juzga el arte contemporáneo por parte de la Iglesia católica. Dentro de ese trabajo nos resultaba especialmente esencial clarificar la diferencia entre arte profano, sacro y religioso, pues la confusión ha tenido como resultado el haber dejado al margen de la Iglesia muchísimas producciones culturales contemporáneas por no reconocer en ellas valor religioso alguno, a la vez que ha implicado que se hayan utilizado obras religiosas como si fueran sacras, empobreciendo y degradando con ello estéticamente templos y celebraciones.
Arte profano
Durante siglos se ha divido el arte en dos: arte profano y religioso (término que se ha utilizado indistintamente como sinónimo de sacro). Lo profano sería pues cualquier manifestación artística en la que no hubiera referencia a Dios o en la que se presentara la vida sin más signo que la vida misma. De esta manera, el arte religioso vendría a ser cualquier manifestación vinculada a una religión. Y así, podríamos hablar de arte católico, islámico o budista, por ejemplo.
Esta forma de dividir el arte era posible porque el arte era fundamentalmente cerrado, sin mucho campo para la interpretación más allá de lo que la obra mostraba en sí. Nadie entendía –ni entiende– que un bodegón o un paisaje (barroco o renacentista) se trataran de obras religiosas, porque lo que se representaba era lo que la obra mostraba. Pero al llegar la modernidad y abrirse por completo las manifestaciones artísticas hasta campos enteramente nuevos ¿cómo podemos determinar la condición de aquello que es representado, si se trata de obras abiertas al juego de la interpretación y el reconocimiento del espectador? ¿No puede ser, por citar un solo ejemplo, un angustioso autorretrato contemporáneo de una obra religiosa en cuanto que nos muestra el deseo del hombre de infinito que el mundo no es capaz de saciar y la pesadumbre que de ello se deriva?
Arte religioso y arte sacro
Con la modernidad ya no podemos hacer una distinción bimodal sino tripartita. Emerge una nueva consideración de arte: que se sitúa entre el sacro y el profano, que llamamos religioso y que comparte con el segundo sus formas, pero con el primero una condición de transcendencia que solo es posible vivir mediante la experiencia del reconocimiento por parte del espectador.
Así entendido, el arte sacro tendrá funciones litúrgicas, catequéticas o devocionales, como explicita la propia Iglesia en algunos documentales esenciales como la Constitución Sacrosanctum Concilium, que eleva el arte sacro como cumbre del arte religioso y al que se aplican algunas características: su vínculo con la liturgia, su naturaleza más allá de la función estética de adorno, su contribución a la oración y la celebración; y su expresión formal a través de tres principios irrenunciables: santidad, belleza y universalidad.
El arte religioso, por su parte, será un arte formalmente profano (y, por tanto, no siempre bello), verdadero en cuanto expresión de la experiencia humana, pero abierto a ser reconocido formal, sentimental, experiencial o teologalmente por parte de algunos espectadores como religioso por cuanto le religa con lo transcendencia. El arte religioso tendrá pues otra ontología, otra manera de manifestarse y otras funciones diferentes del sacro.
¿Solo es religiosa la afirmación de la existencia de Dios? ¿O no lo es la mera pregunta sobre su presencia? ¿No son religiosas aquellas obras con las que el espectador creyente puede hacer un recorrido de su propia experiencia y evidenciar su historia de salvación? ¿Tampoco los son aquellas que nos provocan con sus afirmaciones para que nosotros profundicemos y afirmemos quién es Dios para nosotros? No es necesario, pues, representar una escena religiosa para que el arte lo sea.
Joseph Ratzinger en su libro Introducción al cristianismo ya apuntaba la condición religiosa de todo hombre cuando manifiesta su verdad, cosa que se produce en multitud de ocasiones en el arte contemporáneo: «tanto el creyente como el no-creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos a la verdad de su ser». Algo que también apuntará el Papa San Juan Pablo II en su carta a los artistas: «¿Cómo ignorar, pues, la gran inspiración que le puede venir de esa especie de patria del alma que es la religión? ¿No es acaso en el ámbito religioso donde se plantean las más importantes preguntas personales y se buscan las respuestas existenciales definitivas?»
El adjetivo religioso aquí aplicado entonces ya no significa que el arte responda a una forma exclusiva de representar lo divino en tradición con lo que ha entendido la religión católica durante siglos. Su significado es que comparte las íntimas preguntas que anidan en todo ser humano; o que las despiertan; o que contribuyen a que el receptor las use para encontrar sus propias respuestas. La dimensión religiosa de la obra no está en la obra en sí, sino en su capacidad de convertirse en religiosa en el receptor. Con ello la obra que aparentemente no podría jamás ser sacra, se convierte en religiosa por cuanto el espectador, a partir de ella vive un reconocimiento que le acerca a Dios. No importa tanto la intención del autor, como la experiencia del receptor.
Cómo funciona el mecanismo de ese reconocimiento es a lo que hemos dedicado el artículo citado al inicio del texto, pues ya no se precisa la categoría de belleza, única categoría utilizada por la Iglesia para dotar de valor religioso a una obra. Toda una revolución teológica. Y una apertura a la cultura de nuestro tiempo que se evidencia mucho más religiosa de lo que aparentemente pudiera parecer.
- Guillermo Gómez-Ferrer y Catalina Martín, profesores de Estética e Historia del Arte de la Universidad Católica de Valencia