Fundado en 1910

Familia numerosaUnsplash

El Debate de las Ideas

Ayuditas

Ser familia numerosa acreditada es un hecho inasible, un misterio, una circunstancia pasajera, el paso repentino de un tren por una estación perdida, una pequeña estela en el mar de los meses

Una de mis obligaciones como padre de familia numerosa consiste en limosnear ante las administraciones públicas. Acudo a alguna de sus puertas ―puertas a veces físicas, pero sobre todo internáuticas― y extiendo la mano para pedir una de esas ayuditas con las que el Gobierno nos espolvorea. Aunque más que extender la mano, lo que hago es rellenar casillas, única manera de hacerse entender allí. Hay que esforzarse por encajar en los rectangulitos, porque cualquier opción que no esté recogida en sus desplegables les resulta inconcebible, y más te vale no resultar inconcebible si quieres pillar algo.

La idea, digamos, es que te den para la casa, para comer o para los libros de los niños, que los cobran como si el mismo Johannes Gutenberg los hubiese impreso… Pues bien, no puedes pedirlo así, a las bravas. Primero se requiere cazar lo que ellos denominan cita previa, por lo común emboscadas y tan escurridizas como los gamusinos. Conseguida la cita previa, que raro sería que no fuera previa siendo cita, vienen los preliminares, es decir, los datos; datos para que el burócrata de turno se vaya calentando; datos que relajan y al mismo tiempo caldean el ambiente; datos, en suma, con los que lubricar el sistema.

Dales apellidos y nombres, muchos. Dales DNI, no escatimes, que nada más erógeno para un funcionario que el D… N… I. Dales libro de familia y empadronamiento colectivo, pero que sea reciente, pues la vigencia del certificado de empadronamiento, como la fragancia de la rosa, es dolorosamente efímera. Y después, si todo marcha, si las circunstancias acompañan y la ocasión es propicia, si ninguno de los millares de inconvenientes posibles decide interferir, si acaso, si eso, tal vez te vayas con la paguita puesta.

Puede que, según aseguran los portavoces del planeta, las familias numerosas seamos perjudiciales para el clima; sin embargo, al Estado del Bienestar, entendido especialmente como el bienestar de quienes no tienen hijos, le venimos como agua de mayo. Somos los nuevos proletarios, cuya principal aportación son estos niños, esta prole que arrojamos al mundo, y no tanto un trabajo que nos granjea un sueldo por el que ya mismo no nos van a dar ni los buenos días en el Mercadona. Y como en todo el Primer Mundo los niños escasean, el Gobierno nos subvenciona mediante las mencionadas ayudas. A cambio solo nos pide abundante chiquillería, el tiempo de un rentista para dar con sus convocatorias y la destreza de un abogado para entenderlas. Hay que tener muchas tablas para encontrar lo que te incumbe en sus estercoleros de prosa leguleya, así como la sutileza de un escolástico para no derrapar a la hora de rellenar los papeles. De hecho nos pasó el otro día, solicitando el Ingreso Vital Mínimo.

En un momento dado, frente al ordenador, el formulario nos pedía determinar qué somos Matilde y yo respecto a cada uno de nuestros hijos. Con excesiva candidez dije: «Padres». «No sale», objetó Matilde. «¿Y progenitores?». «Tampoco». Entre las opciones, las que más se ajustaban a la realidad eran ascendientes y guardadores, pero había que elegir una. «¿Qué somos más?», preguntó ella. «Pues depende». «Depende no sale». Tras mucho meditar, decidimos reconocernos guardadores de José María, Matilde y Claudia, lo cual servía para distinguirnos de los abuelos, de quienes los niños también descienden, pero a los que solo guardan de higos a brevas, en bodas y cosas así. Sin embargo, para Manuel nos conformamos con ascendientes, ya que, aunque en su caso intentamos ser igualmente guardadores, el niño, insumiso y amigo del caos, apenas se deja guardar.

Siguiente página y nuevo escollo: «Los niños no tienen DNI». Pues claro que no tienen, lo contrario sería perturbador: mi Claudia, mi pequeña Claudia, en una tarjeta numerada y con gesto carcelario. Tener DNI es una indignidad, un dogal sistémico como la etiqueta que cuelga de la oreja del ganado; por eso mi intención era retrasarlo en mis hijos cuanto fuera posible. Y de pronto, para conseguir las dos perras del Ingreso Vital Mínimo, dejaba de ser posible. Así, con cargo de conciencia por estar vendiendo a mis hijos de algún modo, me eché al monte para cazar una cita matutina en la jefatura de Morón. Sacamos a los niños del colegio y, tras 40 minutos de coche, nos plantamos frente al escritorio de un señor que era mitad burócrata, mitad policía, un híbrido abominable. El proceso fue arduo porque los niños revoloteaban por la sala como gorriones. Cuando la cosa parecía ya hecha, el policía de los papeles me pidió 80 euros, 20 por cabeza. Entonces Matilde le recordó que era gratuito para las familias numerosas, a lo que el agente contestó exigiendo carnés que lo acreditaran. «¿Los has traído?», pregunté a mi mujer con el corazón en un puño. «Ay ―suspiró―, ¿qué haríais sin mí?»

Al hombre ni siquiera le hizo falta mirarlos: el olor a rancio los delató. Llevaban caducados desde julio. Tercié para explicarle que él mismo acababa de emitir los dichosos DNI, para lo cual le habíamos demostrado mediante el libro de familia que la prole era nuestra, y a poco que los contara, comprobaría que nada había cambiado desde julio. Las razones me parecieron convincentes; de hecho, en ese instante una de las razones sacudía la pantalla de su ordenador. No obstante, el agente no fue de mi parecer y se limitó a preguntar si íbamos a pagar en efectivo o con tarjeta.

Así pues, cuando alguien afirme que tener X hijos te convierte en familia numerosa, díganle que miente. Tener X hijos te da derecho a solicitar el carné, verdadera piedra de toque. Y como nuestro carné estaba caducado desde julio, el niño, el niño físico, el que está intentando alcanzar la grapadora, para la jefatura de Morón no es más que una ilusión a efectos del descuento, una inutilidad, un huerfanito, apenas un morador del limbo hasta que de allí la Junta lo rescate. El problema es que el carné que los reincorporaría a la familia tiene un año de vigencia, pero tarda unos seis meses en ser renovado, de modo que aún no te ha llegado cuando ya se está yendo. Ser familia numerosa acreditada es un hecho inasible, un misterio, una circunstancia pasajera, el paso repentino de un tren por una estación perdida, una pequeña estela en el mar de los meses.

Todo este trajín podría simplificarse. Si sumáramos las ayudas que tenemos concedidas y aquellas que están pendientes de resolución, el monto no llegaría al bocado que mensualmente me propinan en la nómina. Bastaría con que, en lugar de darle tantas vueltas al dinero, aplicaran automáticamente las ayudas como reducción en el IRPF, a tenor de nuestras circunstancias económicas y mi probada trayectoria de engendrador. Sería sencillo, pero en vez de eso, me exigen sudar las ayudas, demostrar que las quiero lo suficiente como para desgastarme en olimpiadas oficinescas, haciendo de recadero, como el hijo de unos padres que no se hablan, entre el Ayuntamiento y la Diputación, entre la Diputación y la Junta, entre la Junta y el Gobierno

Y dado que Dios no me dio paciencia, a menudo me sulfuro preguntándome por qué esta manía de complicarnos la vida. Y entonces maldigo al enorme y abstracto parásito burocrático, así como a los funcionarios que, enganchados y opositados a sus ubres, maman como lechones. Y me rebelo incluso contra mi condición de subvencionado, porque lo que de verdad necesito no son ayudas para el alquiler, sino poder costearme una casa, y que no me dejan porque les conviene tenerme así, dependiente y desposeído. Y cuando ya estoy más cabreado que una mona con todo lo público, cuando noto cómo burbujean en mi interior las pulsiones liberales, me tengo que parar en seco y respirar hondo. «José María ―me digo―, recuerda que el liberalismo ya no se lleva».