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Sesión inaugural del parlamento polaco

Sesión inaugural del parlamento polacoEFE

El Debate de las Ideas

Polonia en manos del gobierno «semáforo» de izquierdas

Bajo el nuevo gobierno, Polonia volverá a contar con el favor de Berlín y Bruselas por primera vez en ocho años

Polonia ha votado y el peor escenario posible –desde el punto de vista conservador– se ha materializado: el partido gobernante PiS no parece estar en condiciones de formar gobierno a pesar de haber recibido un enorme apoyo, ya que la participación sin precedentes históricos del 73 % le ha dejado como el partido más votado, con un 35,4 %, pero sin posibilidad de aglutinar una mayoría. Su socio nacional-libertario «Konfederacja» obtuvo unos resultados inesperadamente pobres, con un 7,2 %, mientras que los tres partidos de la oposición liberal de izquierdas pueden presumir juntos de una cómoda mayoría: la liberal «Coalición Cívica» (30,7 %), la verde-cristiano-demócrata «Tercera Vía» (14,4 %) y la verde-socialista «Nueva Izquierda» (8,6 %).

Por supuesto, aún es demasiado pronto para hacer afirmaciones definitivas; y cuando escribo estas líneas aún no se ha formado gobierno. Pero parece que la última esperanza de los conservadores, a saber, que partes de la «Tercera Vía» verde-demócrata-cristiana abandonen el emergente «gobierno semáforo» polaco verde-izquierda-liberal, es más bien poco realista. Porque lo que une en el fondo a los tres socios potenciales, a pesar de todas sus divergencias, es su deseo incondicional de expulsar al PiS del espectro político y crear un sistema parlamentario totalmente alineado con los deseos de Berlín y Bruselas.

Obviamente existen grandes diferencias entre estos socios, entre los ecocomunistas de la «Nueva Izquierda», los liberales de la «Coalición Ciudadana» y los democristianos de la «Tercera Vía», sobre todo porque no hay que olvidar que cada uno de estos partidos no es en sí mismo más que una federación relativamente inestable de muchos subpartidos más pequeños. Sin embargo, esta heterogeneidad es también un punto fuerte, al menos en parte, ya que podría permitir a la nueva coalición hacer frente a la salida de varios partidos escindidos incluso en caso de crisis interna. En términos de política de poder, también hay que tener en cuenta que PiS difícilmente puede ofrecer algo más al ala derecha de la «Tercera Vía» en términos de poder gubernamental que el previsto gobierno de coalición, sino al contrario, probablemente menos.

Después de todo, no debemos olvidar que, bajo el nuevo gobierno, Polonia volverá a contar con el favor de Berlín y Bruselas por primera vez en ocho años, y es probable que las subvenciones de la UE, retenidas desde hace tiempo, empiecen a fluir de nuevo en breve. La nueva coalición tiene como prioridad acomodarse primero en los sillones del poder y beneficiarse luego del entusiasmo de las élites europeas antes que arriesgar su nueva posición con excesivas disputas internas. Y si PiS se desintegrara tras el colapso final de su gobierno, lo que no es del todo imposible, esto sería extremadamente favorable para la «Tercera Vía», que podría heredar partes de los llamados «conservadores nacionales» y posicionarse como el sucesor (moderado) de la «Derecha».

Las razones por las que el PiS no ha logrado la mayoría absoluta son múltiples, y aunque hay que subrayar que el PiS recibió más votos en términos absolutos que nunca y que su precaria situación actual se debe principalmente al mal resultado histórico de la «Konfederacja» y al sorprendente éxito de la «Tercera Vía», no cabe duda de que ha salido derrotado. ¿Cómo se ha llegado a esto?

Lo primero que hay que señalar es la ruptura con Bruselas tras la reforma del sistema judicial, hasta entonces dominado por influyentes élites poscomunistas. No sólo la retirada de las subvenciones de la UE y de los fondos Covid supuso un auténtico shock; también resultó una situación cada vez más deprimente para muchos polacos, que siempre se han aferrado firmemente a su identidad europea, al verse estigmatizados una y otra vez como la oveja negra de Europa.

Pero hubo otros problemas: el PiS no supo ganarse el apoyo de los jóvenes; no supo ganarse el apoyo de otros conservadores europeos (a diferencia de la Hungría de Orban, que se ha convertido en un verdadero centro conservador continental, incluso transatlántico); mostró cierta inercia y opacidad, incluso arrogancia en su modo de ejercer el poder, que le hizo olvidar acusaciones similares que en su día provocaron la caída de Tusk; cometió un grave error estratégico al abrir la caja de Pandora con el debate sobre el aborto; se vio envuelto en una situación asimétrica en la disputa sobre las reparaciones alemanas que sólo podía acabar en frustración y humillación; dio una imagen muy pobre en el asunto de los visados presuntamente vendidos ilegalmente a africanos; y Kaczyński perdió la oportunidad de consolidar un sucesor que le fuera leal y popular entre los votantes.

Por supuesto, gracias al PiS, Polonia sigue siendo uno de los países europeos más «normales» social y culturalmente, y los logros del gobierno son considerables: baste pensar en el rechazo de la inmigración masiva, el repunte económico, la seguridad pública, el apoyo a las familias, el eficacísimo sistema educativo, la recompra de los medios de comunicación de izquierda controlados por Alemania o la acertada política social. Pero estos éxitos nunca han sido suficientemente destacados o percibidos, en parte porque no se ha sabido darles la publicidad adecuada, ni en el exterior, donde la oposición siempre ha podido contar con la complicidad de las instituciones europeas y los medios de comunicación occidentales, ni en el interior, donde el Gobierno sólo ha podido transmitir determinados mensajes a través de los medios de comunicación públicos, ya que los medios privados son en gran medida de orientación liberal de izquierdas.

También hay que tener en cuenta que los éxitos mencionados son, en cierto modo, sólo de carácter superficial y «retardatario». En pocas palabras, el PiS ha conseguido preservar la estructura social y cultural de Polonia en un estado que recuerda en cierto modo a los años ochenta o noventa, al tiempo que la modernizaba técnica y económicamente: baja delincuencia, una clase media fuerte, familias protegidas, una población homogénea, cristianismo cultural, optimismo sobre el futuro, una actitud proeuropea, etc. Sin embargo, no hubo una verdadera iniciativa anti-woke, y los dirigentes del PiS, muy anclados en el cambio de milenio, tenían poco que decir para contrarrestar el enorme tirón de la moderna sociedad woke estilo Netflix, ni conceptual ni prácticamente. Intentaron utilizar los limitados instrumentos burocráticos del Estado-nación liberal tardío para luchar contra los síntomas polimorfos globalizados de la decadencia, a los que casi nadie que lleve un smartphone y no tenga vocación de ser un mártir puede escapar completamente; en el mejor de los casos alcanzaron un punto muerto.

Otra de las razones es también el simple hecho de que existe tal contraste entre la realidad cotidiana polaca y lo que se inflige a Polonia desde el exterior que sólo puede causar disonancia cognitiva. Fenómenos como la migración masiva o la islamización son percibidos con incomprensión por muchos polacos como inverosímil «propaganda gubernamental», ya que contrastan con la realidad cotidiana de la vida hasta tal punto que simplemente no pueden ser «imaginados»; y los fenómenos cotidianos de decadencia que asaltan a los consumidores desde los medios de comunicación de masas de Occidente son vistos a menudo incluso como una especie de «exotismo». Así pues, existe un riesgo real de que Polonia, no por convicción, sino más bien por aburrimiento e ignorancia, tome ese mismo camino, cuyo punto final debería estar claro para cualquiera que se pasee unas horas por las banlieues parisinas o los barrios de moda de Berlín.

Esto explica también otro aspecto de las elecciones que ha recibido menos atención en los medios de comunicación, pero que creo que es extremadamente significativo: mientras que la participación electoral en las elecciones parlamentarias fue del 73 %, sólo el 40 % de los votantes participó en el referéndum celebrado al mismo tiempo, en el que los polacos pudieron expresar su opinión sobre la migración masiva.

Es cierto que la oposición había llamado explícitamente al boicot del referéndum para mantener la participación por debajo del 50 % y frustrar así la esperada mayoría antiinmigración (y de hecho el 98 % de los que participaron en el referéndum estaban en contra de la inmigración masiva a Polonia). Además, en muchos colegios electorales, los responsables no entregaron automáticamente a los votantes el formulario del referéndum, sino que les preguntaron explícitamente si realmente lo querían. Probablemente muchos no se atrevieron a responder afirmativamente, por miedo a ser identificados por sus conocidos como simpatizantes de un gobierno estigmatizado más que nunca.

En última instancia, sin embargo, hay que decir que para un número alarmante de votantes era obviamente más importante dañar al PiS y contribuir a su caída que garantizar que Polonia se librara de la migración masiva.

¿Qué ocurrirá ahora si efectivamente se materializa el «semáforo» polaco? Tanto Bruselas como Varsovia tienen interés en celebrar lo que los medios de comunicación liberales de izquierda describen como el regreso de Polonia «a Europa» y «a la democracia», al menos durante unos meses: Tusk sometiéndose a todas las exigencias de Bruselas y Berlín, y estos dos últimos felicitando a la «nueva Polonia» y colmándola de subvenciones.

Entonces será cuestión de crear rápidamente las condiciones legales para adaptar el país a los «estándares» occidentales: ideología LGBTQ+, liberalización económica, aborto masivo, ideología de género en la educación, expulsión de la tradición cristiana de la esfera pública, «compromiso de asilo» europeo, purga del aparato estatal de personas cercanas al PiS, regreso de los antiguos poscomunistas a la judicatura, alineación de los medios de comunicación estatales, ajuste de cuentas con políticos e intelectuales conservadores. Aunque es de esperar que la vieja tendencia polaca a la anarquía, así como la desunión interna de la nueva coalición y, por supuesto, los derechos constitucionales del presidente Duda, eviten de momento lo peor, el rumbo quedará claramente marcado.

También habrá consecuencias importantes en términos de política exterior, incluso y sobre todo con respecto a Ucrania: por supuesto, apoyar a Ucrania forma parte de la razón de Estado de Polonia, incluso a pesar de las tensas relaciones con Zelensky (que al parecer se ha dado cuenta de que la guerra está llegando a su fin y que es más interesante ganarse la simpatía del Ministerio de Economía alemán que la de los patriotas polacos). Sin embargo, Polonia ya no debería atreverse a desairar a Alemania por su flagrante falta de apoyo a Ucrania ni a dar pasos demasiado independientes. A partir de ahora, antes de que Varsovia decida nada, siempre «consultará» con su gran vecino occidental, y el gran rearme previsto por el PiS probablemente se reducirá a lo estrictamente necesario.

  • Publicado por David Engels en Tichys Einblick
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