Óscar Vara: «El pronóstico de Europa es pesimista; la demografía es su gran amenaza»
«No debemos transigir con políticas iliberales o autoritarias como la ley de amnistía, porque van en contra de lo que es constitutivo y fundamental de la civilización europea», comenta el profesor y escritor, que acaba de publicar El porvenir del Viejo Mundo
Óscar Vara es profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad Rey Juan Carlos y la Universidad San Pablo-CEU. Especialista en economía y en geopolítica, ha publicado El porvenir del Viejo Mundo (Ariel), un libro en que sopesa todos los aspectos que definieron la conformación de la Unión Europea y los que ahora la sitúan en una coyuntura repleta de complejidades y encrucijadas.
–¿Cuál es «el porvenir del Viejo Mundo»?
–El porvenir no lo sabemos. El pronóstico es pesimista por varias razones. La primera es la demográfica. Esa es la gran amenaza que tiene Europa, y no creo que esté tomando conciencia suficiente de lo grave que es. A esto se unen los propios problemas de adaptación que van a darse de aquí a los próximos 30 o 40 años, porque la población se adaptará de alguna forma. Pero hasta que eso se produzca, va a ser un choque de bastante calado. Un trago difícil de digerir. Por otra parte, el mundo ha cambiado a partir de la globalización y de los movimientos que están haciendo países que ahora tienen más fuerza económica y militar. Y Europa no está totalmente preparada para enfrentarse a ese reto.
–Hay quienes dicen que la solución es más inmigración, y eso que hoy Europa vive el mayor movimiento migratorio que se conoce en toda la historia; habría que retroceder a la Edad del Hierro o al Neolítico para constatar migraciones de tanta magnitud.
–No se puede ser ingenuo respecto a lo que es la inmigración y la mezcla de culturas distintas, porque allí donde uno ponga la mirada en el mundo va a encontrar enfrentamientos, por ejemplo, de carácter étnico. No es una novedad, sino un fenómeno que se repite con mucha regularidad. Por otra parte, nosotros vivimos al lado de la región del mundo –África– donde más va a crecer la población. De África nos van a venir oleadas y oleadas de inmigración. Lo cual supone dos aspectos que, en nuestro caso, son inquietantes. Uno es el cultural; la mezcla de culturas es problemática. Es muy difícil adaptar culturas distintas que tienen matrices y objetivos vitales que pueden ser divergentes. En segundo lugar, está el asunto de la productividad. Nosotros hemos organizado en las sociedades occidentales un proceso productivo muy próspero, muy creativo, muy expansivo, que necesita gente muy preparada. La sustitución antes estaba asegurada gracias a nuestros sistemas educativos, y también gracias a las organizaciones, las empresas, que te forman. Sin embargo, ahora tenemos dificultad para renovar ese tipo de capital humano. Alemania empieza a tener dificultades para encontrar mano de obra especializada y, sin mano de obra especializada, es muy difícil que tú mantengas los niveles de actividad y de prosperidad que tenemos ahora mismo. Y las personas que tratan de venir del África subsahariana hacia España, o hacia cualquier país europeo, no tienen esa formación. Y tampoco nosotros estamos dispuestos a gastar dinero público para formarles, lo cual no sería una tontería. En las últimas leyes que se están promulgando en Europa, es obvio que vamos a un control de los flujos migratorios, porque es una ingenuidad pensar que toda África podría venir a Europa y seríamos todos prósperos. En cualquier caso, sería razonable que tratásemos de gastar dinero en la formación de esas personas que legalmente pueden entrar en nuestro espacio geográfico para que sean factores productivos, puedan prosperar y colaboren al crecimiento común de toda la sociedad.
De África nos van a venir oleadas y oleadas de inmigración
–Muchos se quejan del exceso regulatorio en Europa, y aseguran que eso acaba permitiendo que un empresario pueda traer fruta de Sudáfrica o Marruecos, donde se ahorra nuestros salarios y normativa, y acabe vendiendo aquí más barato que nuestros propios productores. ¿Qué opina usted?
–El mundo es muy imperfecto y hay varias cosas que deslindar. La Unión Europea obliga, en gran medida, a muchos de los países con los que comercia a que adapten sus procesos productivos para que sean conformes a sus normativas y regulaciones. Desde ese punto de vista, influye de manera muy eficaz en cómo se hacen las cosas por ahí fuera. Pero, por otra parte, también es cierto que la especialización de la actividad productiva hace que nosotros abandonemos muchos tipos de producciones, como la agrícola. No se vacía España por casualidad; se vacía porque las personas ven que hay oportunidades de beneficio realizando actividades diferentes de las agrícolas. En los años 60, casi el 40 % de la población en España trabajaba en el medio agrícola, y estábamos muchísimo peor que ahora, cuando solamente es el 4 %. Por otra parte, el que nosotros compremos en otros mercados que vamos vinculando al nuestro también produce un progreso en esas naciones. Se trata de una colaboración que a nosotros nos libera para otro tipo de actividades que tienen más valor añadido, y a ellos les permite ir pasando etapas de progreso. Nos conviene que el norte de África progrese económicamente y que tenga una gran interrelación con Europa. Sin embargo, está claro que existe una ventaja competitiva de producción en sitios donde los costes son tan bajos. Ahí está la imperfección. La Unión Europea tiene que seguir llegando a este tipo de acuerdos económicos, pero también tratando de subir sus estándares.
–Visto así, ¿Europa puede ser en el siglo XXI un actor moral, una guía que ayude a un desarrollo económico humano pendiente de los derechos de las personas?
–Yo creo que debe serlo. A pesar de que existe una gran variedad de posiciones políticas dentro de los países europeos, todos confiamos en la democracia, en la separación de poderes, en el Derecho, en la protección de los derechos humanos. Y eso sigue siendo un vector bastante potente. Se está viendo en la reacción a las llamadas políticas iliberales, o más bien autoritarias, que está ejerciendo, por ejemplo, Viktor Orbán, o incluso lo que está pasando ahora mismo en España. Es algo ante lo que no debemos transigir por ninguna circunstancia de utilidad –como lo que está sucediendo ahora con la Ley de Amnistía–, porque va en contra de lo que es constitutivo y fundamental de la civilización europea, que es la defensa de la libertad de los ciudadanos frente al poder. Sin ello Europa, se puede acabar convirtiendo en una autocracia.
No podemos asistir indiferentes ante el atropello y la arbitrariedad de la Amnistía
–Con respecto a la ley de amnistía, ¿cómo debería actuar ahora la Unión Europa frente a España? ¿Va a actuar? Porque se supone que se incurre en usurpación de funciones, desigualdad ante la ley, ruptura de la separación de poderes.
–A partir de ahora, se abre un proceso judicial bastante largo. Si la ley es aprobada, se tiene que poner en práctica por parte de los jueces, y cada uno de los jueces tendrá que dirimir el caso particular de cada uno de los afectados. Por otra parte, se abre todo el recorrido jurídico de protección de los derechos ciudadanos aquí, a través de las instancias jurídicas pertinentes, hasta el Tribunal Constitucional, y luego en el exterior. Veremos qué dice la Comisión Europea y luego, en no sé qué plazo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Pero está claro que no podemos asistir indiferentes a una situación que entendemos que es un atropello, que es una utilización partidista —con el objeto de conseguir una serie de votos en el Congreso— de la conculcación de la ley, de la arbitrariedad en el uso de la ley. Ante eso no podemos permanecer indiferentes. Primero está la movilización en la calle, obviamente, pero lo que es eficaz es la protección de la división de poderes, algo que hace tiempo hemos visto cómo se perturba y cómo se degrada en España. Esa sensación de que el poder político tiene cada vez más influencia sobre la capacidad de elegir a los miembros del Consejo General del Poder Judicial o del Tribunal Constitucional. Si uno quiere tener poderes independientes que se controlen entre sí, en el caso español estamos haciendo un mal trabajo.