Muere Concha Velasco, la artista todoterreno que siempre será la chica yeyé
Bailarina clásica, bailaora, vicetiple, cantante, actriz de teatro, de cine y de televisión, presentadora y símbolo español durante generaciones ha fallecido este sábado en Madrid a los 84 años
Después de un año de debilitamiento progresivo, cuando empezó a dejar de ser quien siempre fue, Concha Velasco ha muerto en Madrid a los ochenta y cuatro años. La artrosis que padecía le había llevado a decidir ingresar por voluntad propia en una residencia, desde donde las noticias sobre su estado de salud se han ido sucediendo con creciente alarma, aunque sin la concreción que al fin ha acabado de darse. Finalmente ha muerto este sábado 2 de diciembre en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda a consecuencia de una complicación en su enfermedad.
En los recuerdos de tantos siempre fue Conchita, quizá porque, aparte de que así se hacía llamar en sus inicios, el españolísimo diminutivo le quedaba de maravilla a esa chica tan guapa que salía en todas esas películas divertidísimas y costumbristas de los 60 que retrataron la España franquista tal y como la España franquista quería que se viera a España.
No eran mentirosas esas películas populares llenas de talentos como Landa, Fernán-Gómez, López Vázquez, «Saza» o la propia Conchita, que era una chica guapa y solvente para todo en el mundo artístico, como acompañante y en solitario. Conchita Velasco, aunque daba la impresión de tener la misma voz que todas las chicas (como las de la Cruz Roja) que aparecían, tenía personalidad propia y notable.
Conchita Velasco era de joven la más popular de todas las chicas españolas y ya no dejó de serlo durante 60 años en los que, aunque pasó a llamarse Concha para adaptarse a los tiempos, siempre fue esa chica, la chica yeyé por una canción sencilla y pegadiza (compuesta por Augusto Algueró), una melodía intergeneracional, inmortal, cantada como si pisara fuerte, sin un timbre destacable, pero con una fuerza arrolladora. La melena ondulada y el aspecto radiante, vallisoletano, lozano (utilizando casi un adjetivo de la época), que gustaba a todo el mundo.
Porque Conchita le gustaba a todo el mundo y lo hacía todo bien (y si no lo hacía bien, lo parecía, que es aún mejor). Cantar, bailar, actuar, presentar. En los 70 la voz se le hizo más profunda como corta la melena, la imagen de madurez que permaneció. Conchita llevaba el pelo largo y Concha lo llevó corto. Todo lo alternó. El cine, el teatro y la televisión. La vida espectacular como si en vez de una artista fuese un jinete del Pony Express saltando de montura en montura en cada posta. No había pantalla donde no pudiera aparecer, y estaba en todas.
En los 60, en los 70, en los 80, en los 90, en los 2000 y en los 2010 y hasta en los 2020, hasta el final, uno podía mirar a la pantalla, la que fuese, y allí estaba ella, apareciendo y reapareciendo después de haber estado sembrando toda su carrera. Hace solo un par de años permanecía subida a un escenario del que pasados los ochenta se bajó para siempre. Antes también había sido estrella de la prensa amarilla, por si le faltaba algún brillo, al separarse de modo turbulento de Paco Marsó, productor teatral, luego de casi 30 años de matrimonio.
La contempló un listado heterogéneo, apropiado a su versatilidad, de directores. Desde Sáenz de Heredia o Lazaga hasta Berlanga. Interpretó a José Zorrilla, Antonio Gala, Tennessee Williams, Adolfo Marsillach y hasta a Ovidio. La televisión, donde empezó con las obras de teatro de Estudio 1, cimentó su fama con sus papeles en series o en sus apariciones como presentadora. Por ser artista, lo fue hasta de la ceja, como si no hubiera querido perderse nunca nada. La misma Conchita que gritaba: «¡Mamá, quiero ser artista!», pudo marcharse como Concha, quien sabe si también gritando, aunque fuera para sus adentros: «Mamá, soy artista!»
Especial realizado por:
Redacción: Mario de las Heras. Diseño: Ángel Ruiz.