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La iraní Narges Mohammadi, premio Nobel de la Paz 2023Amnistía Internacional

«Si hoy se celebrasen elecciones libres en Irán, el régimen de los ayatolás no obtendría ni el 10 % de los votos»

Se presenta en Madrid el libro Tortura blanca, de la iraní Narges Mohammadi, premio Nobel de la Paz 2023. Encarcelada desde hace años, lleva 22 meses sin poder hablar con su marido y sus hijos, a los cuales manda este mensaje: «Espero que podáis perdonarme por no haber sido una buena madre para vosotros, pero lo que yo hago es por el bien de miles de niños»

Taghi Rahmani es un periodista iraní que lleva más de diez años exiliado en París, y a su lado tiene a sus hijos… pero no a su esposa, Narges Mohammadi (1972). Ella está en la cárcel en Irán, sometida a las vejaciones y arbitrariedades de hombres cuyo trabajo consiste en evitar cualquier grieta dentro de la Revolución Islámica.

Narges ha sido detenida en más de una docena de ocasiones, la han condenado cinco veces varios tribunales Revolucionarios Islámicos, con sentencias que suman 31 años y 154 latigazos. Sí, en Irán la ley permite a los jueces incluir latigazos como parte de la pena. A miles de mujeres se las latiga en las prisiones iranís por motivos tan variados como acostarse con su novio, no llevar cubierta la cabeza por la calle, criticar al Gobierno, convertirse al cristianismo o ejercer el periodismo de una manera similar a como se hace en Europa.

Narges ha sido detenida y condenada por los tribunales Revolucionarios Islámicos, con sentencias que suman 31 años y 154 latigazos

Y no hace falta que un juez dicte sentencia: en Irán el «habeas corpus» es un chiste, porque las detenciones son discrecionales y una persona puede estar meses encerrada, sin saber siquiera de qué se la acusa. Esto es lo que podemos deducir leyendo el libro Tortura blanca: Entrevistas con mujeres iraníes encarceladas (Alianza), que ha escrito la señora Mohammadi.

Su marido, el señor Rahmani, ha presentado en Madrid la traducción española de este volumen, gracias a la editorial Alianza y Reporteros sin Fronteras. Él da voz a Narges, a la cual se le ha concedido el Premio Nobel de la Paz. Ella no podrá recoger el galardón en Oslo –ahí se entrega este reconocimiento; los demás, como el de Literatura o Medicina, en Estocolmo–, ni pronunciar su discurso ante el Rey de Noruega. Aún le queda tiempo por delante para respirar aire fresco y salir del sistema penitenciario iraní, donde «está sometida a tratos degradantes», tal como dice su esposo. Es más: hace unos días le han revocado su derecho a comunicarse por teléfono. Taghi lleva casi dos años sin poder hablar con ella.

'Tortura blanca: Entrevistas con mujeres iraníes encarceladas', de Narges Mohammadi, Premio Nobel de la Paz

La mayor parte del tiempo que dura su matrimonio –son ya casi 25 años– no han podido estar juntos. Las autoridades del régimen revolucionario islámico han encarcelado a Taghi y a Narges de manera casi alternativa. De aquí a unos días, Taghi va a intentar, por terceras personas, recibir unas palabras escritas por Narges y que sean Ali y Kiana, sus hijos mellizos, quienes lean ese discurso en Oslo ante el Comité Noruego del Nobel. Cuando preguntamos a Taghi sobre la dificultad de mantener una vida de pareja bajo estas adversidades, el traductor se emociona –se le agarrota la garganta– repitiendo las palabras que suele decir la propia Narges a sus hijos: «Espero que podáis perdonarme por no haber sido una buena madre para vosotros, pero lo que yo hago es por el bien de miles de niños».

Una parte importante del testimonio de Narges en defensa de los derechos humanos en Irán lo constituye Tortura blanca. Según Diego Blasco, editor de Alianza, Tortura blanca «no es un libro; es un grito, es una denuncia, un acto de rabia y valentía». En estas páginas leemos lo que Narges y trece mujeres más padecen en las prisiones iranís: a los malos tratos, las deficientes condiciones higiénicas, el frío, los abusos sexuales, la intimidación, la pésima comida, los nauseabundos olores de los retretes –el precio que pagan las pocas que tienen inodoro en su minúscula celda–, se une otra circunstancia. Y esa circunstancia es la tortura mental.

Mujeres que son encerradas sin que se les comunique el motivo. Y permanecen días sin apenas contacto humano; únicamente el de sus celadores cuando ellos le pasan a la prisionera algo de comer y beber, o le permiten limpiarse en un sucio cuarto de baño. Tal como se relata en este libro, la luz de una bombilla puede permanecer horas y días encendida, de modo que se pierde la noción del tiempo. Es habitual que este tipo de enclaustramiento no conceda más de media hora semanal de paseo por el patio. El sol se eclipsa, el silencio es la única compañía, la mente inicia un oscuro proceso que puede resultar irreversible.

A los malos tratos, las deficientes condiciones higiénicas, el frío, los abusos sexuales, la intimidación y los nauseabundos olores se une la tortura mental

Según el señor Rahmani, el movimiento de protesta «Mujer, Vida, Libertad» (Zan, Zendegi, Azadi, en lengua persa) –en el que su esposa se halla involucrada– se está saldando con centenares de víctimas –en torno a medio millar de personas asesinadas a manos de la policía del régimen iraní, y otro tanto de lesionados graves, como aquellos que han perdido un ojo– y miles de detenidos y encarcelados. Es la manera como una creciente mayoría muestra en la vía pública su hartazgo y oposición a la tiranía de los ayatolás, conforme explica Rahmani.

Una tiranía que, además de negar las libertades que en las democracias europeas se consideran elementales, ejerce una dura discriminación contra mujeres –a las que se prohíbe el acceso a determinados cargos públicos, y que legalmente están un escalón o dos por debajo de los varones– y contra las minorías étnicas y religiosas, como los musulmanes sunníes, los bahaí o los cristianos. Así lo establece la Constitución iraní. En todo caso, debe aclararse que Rahmani y Mohammadi son creyentes, rezan al Dios de Mahoma, leen el Corán, y afirman que su fe religiosa supone un pilar para la defensa de los derechos humanos de todos los iranís, profesen el credo que tengan.

Para Rahmani, las movilizaciones públicas en Irán son cruciales, y aún más crucial debe ser la complicidad de la opinión pública en los países occidentales. Rahmani asegura que «aumenta la distancia entre el régimen y el pueblo a lo largo de todas las capas de la sociedad», de modo que «si hoy se celebrasen elecciones libres en Irán, el régimen de los ayatolás no obtendría ni el 10 % de los votos», dice citando a un opositor que ahora está en prisión, y que una generación atrás participó en el asalto a la embajada de Estados Unidos en Teherán.

Rahmani señala que el régimen de Jamenei –líder supremo de Irán– se intenta aprovechar de las exportaciones de petróleo y de los conflictos geopolíticos –como ahora en Gaza– para impedir la disidencia: «Si criticas al Gobierno, es que apoyas a los israelís y a los imperialistas americanos», es el argumento de Jamenei. Sin embargo, sus bravuconadas no llegan a concretarse en materia internacional; la mera presencia de la flota de Estados Unidos en las costas de Oriente Próximo ha hecho que el régimen no haya llevado a efecto su amenaza de involucrarse de manera abierta en el conflicto bélico entre Israel y Hamás.