El Debate de las Ideas
Rafael Manzano: «La arquitectura tradicional no es inmovilista, es compendio de lo antiguo y lo nuevo»
Nos recibe en su preciosa casa sevillana de chaqueta y corbata, hecho un pincel, que la estética arquitectónica empieza por la del propio arquitecto
El nombre de Rafael Manzano Martos (Cádiz, 1936) surge recurrente cuando se habla de restauración de monumentos en España. Pero también es sinónimo de la resistencia numantina de quienes desde mediados del siglo XX continuaron fieles a la tradición de la arquitectura clásica. Tras una dilatada carrera dedicada al ejercicio y enseñanza de la arquitectura, donde no han faltado los honores académicos y profesionales –muy celebrada fue la concesión en 2010 del prestigioso premio Driehaus–, su sola presencia en los foros de encuentro y debate sobre arquitectura tradicional –entre ellos el premio de nueva arquitectura tradicional que lleva su nombre– supone para muchos motivo de esperanza. Esperanza en un futuro donde la arquitectura vuelva a la medida y escala humana, enraíce en el legado del pasado y dialogue armoniosamente con su entorno heredado.
Aunque todavía hace calor, nos recibe en su preciosa casa sevillana de chaqueta y corbata, hecho un pincel, que la estética arquitectónica empieza por la del propio arquitecto. Sale a la calle –Es por aquí, Pablo, recuerda que es por aquí. Mira, es que para no estropear ni la clave del dintel ni la dichosa simetría tuve que poner el número sobre la puerta de la cochera. También los edificios tienen que sufrir para estar bellos, aunque quienes más lo sufren son los repartidores, que ven el número sobre el garaje, llaman al garaje y como nadie responde piensan que no hay nadie y se marchan con el paquete. Nada más atravesar el zaguán se agradece el frescor que rezuman sus viejos muros, los mismos que encastillan la morada antigua, aislándola de las prisas y el bullicio exterior.
Sentarse con Rafael Manzano en la penumbra de su enorme biblioteca, con el piar de fondo de los pajarillos del jardín y entre los volúmenes preciosos dedicados por autores que fueron los venerados maestros de nuestros respetados maestros es siempre una experiencia inolvidable, que apetece repetir. –Mira, ¿Has visto este libro? Es un tesoro. Son las actas del congreso de Atenas del que salió la famosa carta, me lo regaló don Leopoldo [Torres Balbás]. Y al abrirlo cae de entre sus hojas un viejo papel manuscrito. –A ver qué pone… Esta letra es mía, pero esta otra no, esta es de [Fernando] Chueca, «...en un estrecho abrazo que tiene todo el valor de un símbolo, el de toda una vida dedicada con desinterés y constancia al servicio de España» –Se emociona, es la necrológica que escribió a la muerte de Torrés Balbás en 1960– Me emocionan las cosas, estoy hecho un viejo llorón [risas… y lágrimas].
Me he sentido bastante incomprendido y ridiculizado por mi opción por la arquitectura clásica
La conversación transcurre lentamente, entre evocaciones de la infancia y juventud, lecciones de arquitectura clásica, el perdurable recuerdo de la belleza femenina y un increíble y extenso anecdotario. No quiere que me vaya sin que le dediquemos un rato a nuestro Jerez, donde pasó buena parte de su juventud, aunque sea natural de Cádiz. Me sigo sintiendo hijo de Cádiz y de Jerez más que de Sevilla. Cuando me preguntan si soy de Cádiz digo que sí y cuando me preguntan si soy de Jerez digo también que sí. Es verdad que en Sevilla tengo grandes amigos y gente que me ha acogido bien, pero en general me ha tratado mal. Bueno, me han maltratado miles de veces y en muchos sitios, pero en Sevilla más. A pesar de la dureza de la afirmación, no deja entrever amargura y hay que entenderla en su contexto, el de un ejercicio profesional desarrollado mayoritariamente durante su ya larga vida sevillana: Me he sentido bastante incomprendido y ridiculizado por mi opción por la arquitectura clásica. Fíjate que yo he sido siempre muy respetuoso por la modernidad, pero la modernidad no ha sido respetuosa conmigo. Muchos compañeros me han ninguneado, como si lo que yo he hecho no fuese auténtica arquitectura. Es algo absurdo porque es la misma arquitectura que se hacía hace un siglo y que ellos sí la consideran como tal. Y tampoco es que la arquitectura tradicional sea inmovilista. Es un compendio de lo nuevo y lo viejo.
Sabes que dicen, Rafael, que no se puede hoy construir como antes salvo que seas rico. Mira, en determinados medios, por ejemplo, en el medio rural, las tecnologías clásicas pueden seguir usándose con competitividad y ventaja económica y ofreciendo unas calidades de uso posteriores muy superiores a las de la arquitectura contemporánea. Además, la arquitectura puede mejorar la vida de una familia. Y nos lo argumenta contándonos que su amigo Bernardino Fajardo, nonagenario cardiólogo, no se muere porque la casa que le construyó le da la vida. Bernardino está convencido de que sigue vivo por lo mucho que le gusta vivir en su casa. Para mí, que fui quien se la hice, una de las satisfacciones más grandes que tengo como arquitecto es ir a visitarlo y ver que está allí como en la Gloria bendita.
Tres o cuatro anécdotas después, vuelve a defender la posibilidad de seguir proyectando edificios con el lenguaje clásico de la arquitectura: Tampoco es un pastiche ni una copia radical de estilos históricos, sino más bien gestos arquitectónicos tomados del entorno. Porque cada ciudad tiene sus propios invariantes, como decía Chueca. Ese libro [Invariantes castizos de la arquitectura española] que ponderan mucho, pero leen poco. Yo creo que hoy ya nadie lee nada…
Las personas sencillas buscan humanizar esa arquitectura
Entre una cosa y otra llegamos al espinoso asunto del elitismo de la arquitectura moderna, y hablamos durante un buen rato de esas barriadas de viviendas sociales que parecen decir «sois pobres y no olvidéis de que lo sois». Fíjate, Rafael, como al poco de construidas, siempre llega un vecino que le pone una marquesina de teja vidriada, otro que añade unos balaustres más o menos barrocos o una baranda de forja con roleos… Es que las personas sencillas buscan humanizar esa arquitectura. Aunque con ello realmente contribuyen a la confusión, lo que es en suma la arquitectura moderna, una Babel lingüística. Empiezo a coger cierto complejo de magdalena de Proust, que Rafael no parece poder explicarse sin dejar de volver sobre Jerez. Siendo arquitecto, no puede evitar pensar con los ojos, y como me tiene delante… Me gustaban mucho las barriadas jerezanas de posguerra de Fernando Cuadra, que era un muy buen arquitecto. Se abandonó luego mucho, porque tuvo tanto trabajo… y supongo que mucho de él tan cansado y aburrido… que yo creo que le fue perdiendo el gusto a su vocación, que era magnífica, porque además él había hecho la carrera con grandes dificultades económicas y con un gran esfuerzo personal, que para mí lo avala con ventaja respecto a los que habíamos hecho la carrera como señoritos. Él la hizo trabajando. Yo a Fernando Cuadro le tuve, además de cariño, respeto, porque me parece que con esas barriadas hizo una arquitectura que era muy sencilla pero que no era inhumana. Yo, si no pudiera vivir en la casa que vivo, que es en la que me gusta vivir, podría vivir en una de esas casas.
La mañana avanza mientras comentamos cómo hace sólo cincuenta o sesenta años a un simple maestro de obras de pueblo no se le iba de proporción una ventana y sabía darle la molduración perfecta a una cornisa, algo hoy verdaderamente impensable. Conocían unas reglas básicas del oficio que eran transmitidas verbalmente de padres a hijos. Recuerdo que a Juan, el albañil que trabajaba en casa, le fascinaba que estuviese estudiando arquitectura y cuando volvía de Madrid me preguntaba si me habían enseñado ya «el simétrico» ¡el simétrico! [risas]
Al hilo de esto se lamenta –y ahora sí se permite cierto tono de amargura, quizá porque las víctimas sean otros– de que la enseñanza que actualmente reciben los estudiantes en las escuelas de arquitectura sea pésima. La única obsesión que hay allí es la modernidad, sin importar si lo que se hace es coherente o no coherente o incluso destructivo hacia la herencia arquitectónica del pasado. El movimiento moderno rompió violentamente contra la arquitectura del pasado. Gropius y compañía no querían ni que se enseñase historia del arte y de la arquitectura en las escuelas porque pensaban que podía deteriorar las mentes de los estudiantes. Gropius concretamente fue un enemigo mortal de la enseñanza de cualquier tipo de clasicismo. Pero la arquitectura moderna, si es buena, es buena intuición, sabia intuición, y es dificilísimo transmitir de profesor a alumno esas intuiciones. La transmisión del conocimiento y de la acción en la arquitectura contemporánea es muy difícil porque sólo depende de la genialidad. Inevitablemente hay que ser un genio entonces, y bueno, sí, periódicamente surge un genio capaz de hacer una arquitectura supermoderna bien hecha o poco equivocada, pero ¿y el resto…? En eso el clasicismo tiene una enorme ventaja sobre la modernidad.
La decoración está para ocultar los defectos y para incrementar la belleza
Mira este techo, ¿has visto? Es del XVII… Y contemplando y recorriendo su casa nos detenemos un buen rato sobre los elementos decorativos de los edificios, que Rafael entiende como una posibilidad añadida que tiene la arquitectura. La arquitectura puede ser pura estructura y puede ser bella, en su simpleza, pero la ejecución ha de ser de tal perfección que la más leve anomalía, el más leve defecto constructivo se acusa y se convierte en algo molesto a la vista. La decoración está para ocultar los defectos y para incrementar la belleza cuando esa ornamentación la has adecuado a tu lenguaje estructural. Como sucede con el pináculo cuando deja de ser un mero macizo que estabiliza el contrafuerte frente a las fuerzas oblicuas del arbotante y se convierte en un pináculo gótico, que es de una belleza incalculable. Pero también pienso que toda arquitectura ha de contar con una decoración adecuada, para que cuando los constructores te lo hacen mal, el arquitecto pueda ocultarlo. El médico entierra sus errores, el arquitecto los cubre de hiedra.
A Rafael Manzano le apena no haber podido hacer el edificio de La Previsión Española frente a la Torre del Oro, un proyecto con el que quedó particularmente a gusto pero que finalmente se adjudicó a Rafael Moreno. De los realizados, vuelve a mencionar la casa del Dr. Fajardo que me dejó satisfecho y una masía que construyó en Cataluña para los dueños de DANONE. Y, como impulsado por un resorte, vuelve al jugoso anecdotario: En la plaza del Museo hice un edificio de viviendas para los marqueses de la Granja en un estilo neoclásico un poco gaditano, y también allí restauré por completo la casa de los condes de Casa Galindo, cuya fachada tiene más mío que original. Bueno, pues un día paseaba por allí don Antonio Bonet Correa, que había venido de Madrid para una tesis y le dijo a quienes lo acompañaban, un poco medio en broma medio en serio que él en su «Andalucía Barroca» ya había dejado dicho todo lo que había que decir sobre el barroco sevillano, que lo que había que estudiar ahora era el neoclasicismo, -Mira esa fachada neoclásica, tiene una composición inteligentísima, eso hay que estudiarlo. Al parecer, cuando le dijeron que la había hecho yo dos años antes, Bonet no era persona. Por la tarde coincidimos en la tesis en la escuela de arquitectura y se puso a gritarme: ¡Eres la destrucción de la autenticidad de la ciudad! ¡Eres el peor de todos, el falsificador máximo de Sevilla! ¡Manzano, inventor de Sevilla la falsa! Y yo, con mucha tranquilidad le dije: -Mira Bonet, te has puesto conmigo de tal modo y te has enfadado tanto, que me has hecho enormemente feliz, te aseguro que estoy disfrutando mucho de este momento y volvería a hacer una casa como esa sólo por escucharte de nuevo y volver a presenciar este número que has montado. -¡Qué cabrón eres!, me soltó. Éramos muy amigos…
Hablamos un poco de arquitectura moderna, que tampoco es que esté mal. Se puede hacer uso de ella siempre que no sea lesiva para el tejido urbano heredado, porque lo peor de la arquitectura moderna no son los interiores, son los exteriores. Y llegamos a los templos modernos y poco a poco la conversación deja entrever que en la baja calidad de la arquitectura religiosa, y en general del arte sacro de nuestro tiempo, subyacen problemas de mayor calado: El Concilio (Vaticano II) desbarató mucho. Yo creo que hay un antes del Concilio y un después y el desconcierto que creó ese concilio -podríamos llamarlo el desconcilio, que suena un poco a desconsuelo y crea un interesante juego semántico…- están las raíces del problema. Yo puse cierta esperanza en el cardenal Cañizares, cuando estuvo en Culto Divino, porque Benedicto XVI fue un buen papa que podría haber llevado las cosas a su equilibrio, pero él se sintió extraño en la cátedra pontificia y no quiso asumir la responsabilidad que tenía de resolver problemas. El papa actual, que tiene seis meses menos que yo, tiene mi afecto y respeto, entre otras cosas porque me ha concedido la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, pero el problema es que tiene muy mal gusto, es un papa cateto desde el punto de vista artístico. En la plástica del ejercicio papal lo veo deficitario.
Finalmente acabamos como empezamos, alumbrando la venerable memoria de los viejos maestros y compañeros: don Manuel Esteve, don Fernando Chueca, don Francisco de la Maza, don Félix Hernández y, una vez más, don Leopoldo Torres Balbás, que adoraba a don Manuel Gómez-Moreno con un amor no correspondido… porque don Manuel, que era granadino, se sintió invadido en su reino con la llegada de don Leopoldo como arquitecto restaurador de la Alhambra. Lo llamaba despectivamente Torres. A don Manuel Gómez-Moreno dice Rafael haberlo querido como se quiere a un bisabuelo [sic]. Fue un hombre genial, un hombre que dejó una buena colección porque pudo comprar cuando incluso una persona pobre como él podía comprar cosas muy baratas y muy buenas, y él, que era el que más sabía, compró las mejores. ¿Pero don Manuel era pobre? Sí, sí, era pobre y vivió pobremente. Hubo un año que no le pagaron el catálogo de Ávila y tuvo que ayudarle su padre. Como una de sus hijas, Carmen Gómez-Moreno, fue novia del archivero de Madrid Miguel Molina Campuzano, que era jerezano, aprovecha para llevarme de nuevo hasta el Jerez de su juventud, por el que sigue transcurriendo un buen rato la charla: El vino de Jerez es el mejor vino del mundo.