El Debate de las Ideas
La gran y definitiva transformación: Etty Hillesum y el Holocausto
Sin duda lo más extraordinario en ella fue la entrada sin tapujos en su conciencia
Etty Hillesum es una mujer realmente desconcertante por el cambio que se da en ella en cuestión de solo dos años. Era una judía holandesa de 27 años que escribió un diario entre el 8 de marzo de 1941 y el 13 de octubre de 1943. Su padre era un profesor de secundaria de lenguas clásicas. Su madre era ciudadana rusa, pero se mudó a Ámsterdam en 1907 como consecuencia de un pogromo. Etty va a vivir a Ámsterdam en 1932 donde estudia derecho en la universidad. Estudia también lenguas eslavas, pero, por motivo de la guerra, no puede culminar la carrera. Sin embargo, sigue profundizando en la lengua y literatura rusas hasta el final y también imparte clases de estas materias. Cuando la deportan a Auschwitz, lleva en la mochila una Biblia y una gramática rusa. Vive en una casa de un contable llamado Han Wegerif, junto a varias personas más, hasta su partida definitiva al campo de Westebork, en junio de 1943. Etty escribe la gran mayoría de su diario en su habitación. Cuando ella empieza a escribir el diario, aún no ha pasado un mes de las primeras deportaciones de cientos de judíos. El 25 de febrero de 1941 se organizó una huelga general contra la comunidad judía de los Países Bajos. La posterior represión fue inmediata. Etty lo muestra en su diario, entre reflexiones personales aparecen terribles descripciones de lo que está sucediendo en la ciudad: racionamiento de comida, prohibiciones de entradas a espacios públicos, arrestos, desapariciones, suicidios… Las medidas antijudías en la vida universitaria perturbaron a toda la comunidad académica, muchos profesores se opusieron al nacionalsocialismo y fueron víctimas de la guerra. En medio de toda esta situación, tiene relaciones sentimentales con dos hombres mucho mayores que ella, su terapeuta y amante Julius Spier (o S. como ella lo llama en su diario) y su casero (Han), que la sumieron en gran confusión, por una parte, y en mucha soledad por otra.
Sin duda lo más extraordinario en ella fue la entrada sin tapujos en su conciencia, hecho poco común hoy en día, y la determinación en los momentos más críticos. Esta determinación la hizo incluso terminar la relación idealizada y con tintes de sumisión con su terapeuta y amante Spier. Aun sin poder entenderlo presentía y reconocía la insuficiencia de estas relaciones. En este contexto, un día al despedirse de Julius, Etty sin temor ni reservas expresa abiertamente lo que antes solo era una posibilidad distante y aterradora debido a las renuncias involucradas:
«Al despedirme, me apoyé en él y dije: quiero estar todo lo que pueda contigo. Y vi esa boca tan dulce e indefensa en su cara, y él dijo casi soñador: “Sí, cada uno debe tener sus propios deseos, ¿no? Y ahora me preguntó: ¿No debemos despedirnos ya de esos deseos? Si puestos a aceptar ¿no debemos aceptarlo todo? Él estaba apoyado en la pared de la habitación de Dicky y yo me apoyé en él, aparentemente no había ninguna diferencia con otros momentos de nuestra vida, pero de pronto fue como si sobre nosotros se cerniese un cielo como el de una tragedia griega. Por un momento todo era confuso para mis sentidos y me hallé con él en medio de un espacio infinito, pero también de eternidad. Quizás ayer fue el momento en que se consumó en nosotros la gran y definitiva transformación» (OC, 6 de julio de 1942, 832).
Esta mujer reconoce sin tapujos la entrada y presencia de Dios en su vida a quien invoca con ternura desde el inicio del diario: «Yo también querría rodar melodiosamente de la mano de Dios. Y ahora, buenas noches» (OC, 9 de marzo de 1941, 39). Se trata de una presencia real que la introduce en una dinámica nueva para ella, la dinámica de la entrega llegando a sacrificar todos sus objetos de seguridad como fueron su amante, su casa y por último hasta su vida, pues se fue como voluntaria al campo de Westerbork. A pesar de las contrariedades de su vida esta mujer hizo algo inaudito y es que renunció a sacudirse la conciencia, todo lo contrario, se interpeló constantemente y contrastó su vida con alguien más, con un Dios cercano e íntimo:
«Dios, tómame de la mano, me iré contigo sin resistirme mucho. Afrontaré todo lo que me depare esta vida, y lo asimilaré lo mejor que pueda. Pero dame de vez en cuando un breve momento de paz. Tampoco volveré a creer, en mi ingenuidad, que cuando la paz me llegue, será eterna. También aceptaré la inquietud y la lucha. Me gusta el calor y la seguridad, pero no me rebelaré cuando me toque estar en el frío, siempre que sea de Tu mano. Iré a todas partes de Tu mano e intentaré no tener miedo» (OC, 295).
La apertura espiritual moviliza, agudiza y estimula su atención en el más alto grado. De este modo se transforma la sensibilidad de Etty al quedar toda ella reelaborada desde dentro, y con todas sus facultades vivificadas. Cada uno de sus cinco sentidos adquiere una capacidad sobrenatural:
«Mis rosas rojas y amarillas se han abierto por completo. Mientras yo estaba en el infierno, ellas han seguido floreciendo en silencio. Muchos dicen ¿Cómo puedes seguir pensando en las flores? Anoche, después de haber caminado un buen trecho por la lluvia con la ampolla en el pie, di un rodeo por una calle para buscar un carro de flores y volví a casa con un gran ramo de rosas. Y allí están. Son tan reales como el sufrimiento que presiento cada día. En una vida hay espacio para muchas cosas. Y yo tengo tanto espacio, Dios mío» (OC, 23 de julio 1942, 875).
Este texto lo escribe un año antes de ser deportada al campo de concentración de Auschwitz donde murió a los 27 años en noviembre de 1943.
- Mar Álvarez Segura. Profesora Psicología de la Personalidad Universitat Abat Oliba CEU. Psiquiatra Infanto-Juvenil Hospital Sant Joan de Déu, Barcelona