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Etty Hillesum en una imagen de archivo

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El Debate de las Ideas

«Tal vez estas palabras –Dios te lo agradecerá– sean mi salvación (19-3-1941)». El holocausto según Etty Hillesum

¿Por qué releer hoy las cartas y los diarios de Etty Hillesum?

¿Por qué releer hoy las cartas y los diarios de Etty Hillesum? Esta judía holandesa, testigo del horror de las tropas de ocupación alemana en el campo de tránsito de Westerbork y asesinada en Auschwitz en el noviembre del 1943, nos dejó una conspicua cantera documental, a pesar del breve segmento temporal que abarca su escritura (1941-1943). Esto textos, que aspiraban a ser mucho más que un relato intimista tout court, han sido traducidos en muchos idiomas solo a partir de las últimas tres décadas. Antes, tal vez, hubiera sido prematuro dejar entrever el desolador conformismo de la sociedad holandesa de entonces, que se asoma, de forma oblicua, detrás de las páginas de su obra: según relata Etty Hillesum, ella abandonó el cómodo «camino central» que, en cambio, recorría «el ciudadano autocomplaciente, incapaz de moverse, que solo vegeta»; en cuanto a los jóvenes de su edad, seres «gregarios» y «presentables», con ellos solo podía hablar de comida.

Pero, volviendo a la pregunta, ¿qué hay en sus memorias que nos puede ayudar a descodificar el presente, sobre todo en esta coyuntura histórica tan convulsa por los conflictos bélicos que han estallados en las fronteras de Europa?

Estudiando su escritura, he reconocido las que denomino leyes del espíritu luchador, es decir, unos caminos por donde pudo desarrollarse (¡verbo amado!) la vida plena y libre de Etty Hillesum, cuando plenitud y libertad habían sido negados. La primera de estas leyes consiste en una coincidencia entre praxis y ontología que ella resumió así: «mi 'hacer' consiste en el Ser».

El umbral del límite, que el riesgo permite cruzar, la llevó a poner su mundo interior en dialogo constante con su vida activa: la decisión de ir al campo de exterminio, junto con toda su familia, cuando se le ofreció huir, revela la adhesión a una conciencia aceptante y a una singular ontología religiosa, un itinerario personalísimo entretejido de lecturas del antiguo y nuevo testamento: el ser humano debe custodiar su alma, anotaba, citando Pablo de Tarso (2Cor 5,5) y vivir de la fuerza que viene de ella, «estar inspirado». Para Etty Hillesum «desarrollarse» implicaba, en definitiva, llevar el alma a la conciencia.

Esta labor interior, y el nivel de conciencia que alcanzaba, hacía imposible la reductio ad nihil que la violencia genocida planeaba para sus millones de víctimas, desposeídas ad hoc de derechos civiles y dignidad humana: el individuo-persona, interiormente desarrollado, estaría a salvo de esa muerte muda e industrial siempre y cuando fuera capaz de significarla.

La filósofa Anne Dufourmantelle, en su ensayo Elogio del riesgo, decía que el riesgo puede propiciar una epifanía del Ser, «el momento de una conversión»: análogo proceso interior se ha activado en Etty Hillesum cuando escribía que «Ser es aceptar» la realidad, en su totalidad, incluyendo el mal. Y, gracias a ello, su espíritu ganaba en fortaleza: «la actividad pasiva del sufrimiento verdadero consiste en que algo irrevocable se eleva y se acepta, lo cual libera fuerzas nuevas». Fray Luis de León, en el siglo XVI, había expresado el mismo concepto con el famoso motto que aparece en su ex libris: ab ipso ferro.

Otra ley del espíritu luchador de Etty Hillesum fue la de recapitular sus actos dentro de esa dimensión coral –«el paso por el desierto»– tan propria de la historia del pueblo judío. Este último estaría escribiendo un capítulo importante de una historia más grande, la que Europa tenía que reconstruir después de la segunda guerra mundial, poniendo la sangre judía vertida en el altar de una nueva identidad europea que se forjaría en el crisol de esta memoria.

En otras palabras, el sufrimiento de los judíos, incluido el suyo, (todavía lejos de ser asimilado), propiciaría una base moral de principios inviolables, adquiridos una vez por todas como un hito de la Europa de la posguerra. Esto quiso decir cuando dijo que gracias al legado de su experiencia «las nuevas generaciones no tenían que partir desde cero».

Si ella hubiera sobrevivido en cuerpo y alma a la deportación, le hubiera gustado «tener una palabra que enunciar». De una manera distinta de como ella lo hubiera imaginado, este sueño, podemos decirlo, se ha hecho realidad. Su figura se estudia, sus escritos se traducen.

Indudablemente formaba parte de la experiencia de Etty Hillesum el firme propósito de «ayudar» a realizar la obra de Dios: así ella dio voz, para siempre, a esa humanidad doliente sin voz –a esas mamas desesperadas con sus bebes o a esos ancianos desamparados–, encendiendo con su presencia una chispa de calor humano en esa oscuridad «irreal» y «grotesca» del campo de tránsito holandés. De modo que, gracias a ella, no se pudiera decir que Dios no estuvo en Westerbork.

  • Maria Laura Giordano. Prof. Universidad Abat Oliba CEU

Bibliografía:

  • Hillesum, E. (2005). El corazón pensante de los barracones. Cartas. Anthropos.
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