Entrevista 'La posmodernidad en jaque'
«En la posmodernidad los valores son sustituidos por los pseudo valores de aquellos con más poder y menos escrúpulos»
En un mundo en el que cancelar a Astérix o a Homero y cambiar palabras como «disminuido» en la Constitución se considera progreso, puede que no haya ninguna «tierra firme» sobre la que asentarnos. Julio Borges y Javier Ormazabal Julio Borges y Javier Ormazabal contraponen a la posmodernidad las divergentes propuestas de C.S. Lewis y de Gianni Vattimo
A simple vista, podría decirse que la edad que los separa es la de un padre con respecto de su hijo. Sin embargo, perteneciendo a dos generaciones diferentes, y procediendo de dos continentes distintos —Julio Borges Junyent nació en Caracas, es opositor al régimen chavista, Premio Sájarov 2017, y presidió la Asamblea Nacional de Venezuela durante un año; Javier Ormazabal Echeverría es de San Sebastián, ha cursado la carrera de Filosofía y Literatura en la Universidad de Navarra, y ahora estudia griego clásico, latín y hebreo bíblico—, han logrado escribir un libro fluido a cuatro manos. Al conocerse, entendieron que sus afinidades podían desembocar en un ensayo como este, La posmodernidad en jaque (Libros Libres), en el cual contraponen la Postmodernidad a dos autores bien distintos: el cristiano C. S. Lewis (1898-1963), convencido de la perenne validez del legado clásico, y Gianni Vattimo (1936-2023), un turinés seguidor del pensamiento alemán más denodado —la conexión entre Turín y Alemania es reiterada en intelectuales como Robert Michels, tan «turinés» como Vilfredo Pareto o Gaetano Mosca— y apóstol del relativismo y del «pensamiento débil».
–¿Postmodernidad o Modernidad Tardía?
–Julio Borges (JB): Nosotros empleamos el término «Posmodernidad», porque el propio Vattimo se proclamaba posmoderno y es de los pocos filósofos que asume esta etiqueta, que resulta muy controvertida. Entiendo que él preferiría el término «Posmodernidad» a Modernidad Tardía, en el sentido de que hay una especie de frontera clara entre ciertos valores de la Modernidad, o ciertos hitos de la Modernidad, y el modo como son vividos ahora. El más importante de estos aspectos es la razón, junto con la noción misma de lo que se entiende por persona, por sujeto. Creo que sí hay un antes y un después.
Lo que nosotros hacemos en este libro es poner a conversar a dos autores que lo que tienen en común es un intento de reforma de la Modernidad
–¿Podríamos decir que existe una mentalidad antigua y medieval, luego una moderna, y ahora una tercera?
–Javier Ormazabal (JO): Podría decirse que sí, con ciertos matices. Lo que nosotros hacemos en este libro es poner a conversar a dos autores que lo que tienen en común es un intento de reforma de la Modernidad. Los dos parten de un diagnóstico bien parecido, pero acaban proponiendo soluciones muy diferentes. Pero tampoco pretendemos sostener la visión de Lewis como si fuese un pensador medieval, sino como un pensador que actualiza el pensamiento clásico y lo adapta a los tiempos que corren, dando soluciones más correctas. De alguna manera, Vattimo, al ofrecer soluciones a los desastres de la Modernidad, a los principios que han dado luz a los totalitarismos del siglo XX, no hace más que llevar varios principios de la Modernidad a su conclusión más extrema. Podemos resumir de una manera muy básica que la Modernidad opera un antropocentrismo que sustituye el rol central de Dios en el universo por el hombre. Y, de alguna manera, los postmodernos, en este caso Vattimo, no hacen sino concentrar más ese rol en el propio sujeto. Pero un sujeto que está tan encerrado en sí mismo, es tan torre de marfil, que ni siquiera puede confiar en principios que son superiores o externos a él, como los principios de razón, de objetividad, valores trascendentes. Dios tampoco. Ahora el sujeto es tan soberano, que todo depende de las narrativas que él usa para interpretarse a sí mismo. Y no en un sentido moderno de narrativas, de grandes ideologías que pueden dar unidad a un pueblo o a una comunidad. Sino que cada narrativa deconstruida ayuda a un sujeto particular a entenderse a sí mismo.
Un Vattimo o un Sartre dicen que la única solución consiste en encerrarnos en nosotros mismos
–Lewis estaría de acuerdo con Aristóteles o con Aquino en la percepción de que existe algo que podemos llamar condición humana o eso que los clásicos denominarían «naturaleza humana». Sin embargo, autores modernos como Nietzsche o Sartre dicen que no existe una naturaleza humana, sino que cada uno construye la suya sin ningún criterio mas que la mera voluntad o apetencia.
–JB: Hay un proceso, como decía Javier, en el cual se va avanzando hacia un subjetivismo radical. Es, de alguna manera, lo que Lewis quiere prender como alarma en La abolición del hombre, el libro que utilizamos en este ensayo, y que cumple ahora 80 años; por cierto, hace poco usted lo ha comentado en El Debate de un modo muy preciso y muy sintético. Lewis pretende en ese libro rescatar el sentido de armonía de esa naturaleza humana, que él llama el Tao. Pero con Nietzsche o Sartre, se establece una medicina que consiste en acentuar aún más el subjetivismo, y lo único que queda es un individuo absolutamente atrapado en su propia inmanencia. Lewis dice que la solución humana está más bien en abrirse a la trascendencia. Y un Vattimo o un Sartre dicen que la única solución consiste en encerrarnos en nosotros mismos, construir nosotros mismos la realidad, como si cada quien viviera en su propia pecera, aislado de los demás. Aunque parezca abstracto esto que estamos diciendo, el intento del libro es que se vea también en polémicas muy actuales: el hecho de que se hayan quemado cómics de Astérix en Canadá —como si eso fuese libertad de expresión—, o la lucha de un padre para que su hijo no sea castrado químicamente, o un escultor que vende esculturas invisibles y las logra vender por 15.000 euros. Es reflejo de una sociedad fragmentada, donde cada quien va construyendo su verdad, y se está abriendo el paso a la ley del más fuerte.
–De manera solapada, Lewis señala en La abolición del hombre que este proceso de destrucción de la naturaleza humana acaba conduciendo al poder en manos de unos pocos. ¿La Posmodernidad viene a ser el encumbramiento o la divinización definitiva del Estado?
–JO: En la práctica, no sucede sólo en un sentido macro. Al destruir los valores objetivos, como hacen autores postmodernos, por ejemplo, Vattimo, esos valores objetivos son sustituidos por unos pseudo valores. Pseudo valores siempre construidos por aquellos que ostentan más poder y que tienen menos escrúpulos. A nivel macro, eso genera que estados y entidades supranacionales dispongan de un poder desmedido, incluso en la manera de establecer la cosmovisión de las personas. Pero también sucede a un nivel micro, en cada pequeña comunidad, en cada aula de instituto, en cada familia. Como hay menos conciencia de la existencia de valores objetivos que son superiores, trascendentes al sujeto, entonces los que más poder y menos obstáculos tengan podrán imponer sus valores. Por ejemplo, es el caso en que explicamos cómo una madre se empeña en castrar químicamente a su hijo, porque esta madre está convencida de que su hijo no es su hijo, sino que es su hija. Como ya no hay un sentido de naturaleza humana —porque todo lo que suena a objetivo suena a fascista—, pues ya no hay ninguna barrera que le impida imponer el modo cómo ella interpreta qué es su hijo.
Como se intenta borrar todo el patrimonio cristiano de la sociedad occidental, todos esos huecos, absolutamente todos, son sustituidos por elementos ideológicos
–En su libro se habla también de Dios y de religión. Una vez que se expulsa a Dios, la magia y la superchería u otro sucedáneo lo sustituyen. ¿Es ilusorio pensar que, en un mundo de pensamiento débil, no va a haber un dios público?
–JO: Sí, es muy ingenuo, por parte de autores modernos, pensar que ese hueco no vaya a ser rellenado por algún sucedáneo. Porque no se observa la importancia que tiene la sociabilidad natural del hombre. Al final, quieras o no, todos se acaban rigiendo por leyes comunes, todos acaban siguiendo unos valores comunes. Y las únicas dos opciones es que esos valores sean objetivos o que sean construidos; cada uno no va a tener sus propios valores, sino que, simplemente, en cuanto animales sociales que somos, vamos a acabar siguiendo unos mismos valores. En ese sentido, la sustitución de Dios, la sustitución de los valores objetivos, siempre va a ser por unos sucedáneos construidos. Además, y como se intenta borrar todo el patrimonio cristiano de la sociedad occidental, todos esos huecos, absolutamente todos, son sustituidos por elementos ideológicos. Las ideologías modernas son una suerte de secularización de los principios cristianos. Esto se ve muy bien en el aspecto escatológico, aquella parte de la doctrina cristiana que entiende que va a haber un fin de los tiempos, que ha habido un Mesías, y que el paraíso va a ser post-mortem. La manera de sustituir eso por principios secularizados consiste en hacer que el Mesías sea un iluminado político o un iluminado social. El paraíso empieza a ser terrenal y eso da pie a totalitarismos, a manipulaciones e instrumentalización de la persona. Aparte, Vattimo se propone no ya una secularización que comenzó con la Modernidad, sino lo que él llama una secularización de la secularización. Nietzsche dice que Dios ha muerto, lo hemos matado nosotros, pero, según esta mentalidad, todavía hay vestigios que de los que no somos conscientes y, por lo tanto, para ser completamente libres de esta carga, tenemos que crear nuestros propios valores morales.