Fundado en 1910

Homenaje a José Mª Cabodevilla

El Debate de las Ideas

Cabodevilla: el ministerio de escribir

Tan bien escribía el sacerdote navarro que su brillantez puede llegar a resultar irritante, agotadora, y tal vez este sea el principal motivo de su actual postergación

En el momento de su muerte, hace ahora veinte años, José María Cabodevilla había dado a la imprenta un total de 33 títulos, y ninguno corto de páginas. La razón de tan prodigiosa fecundidad hay que buscarla en lo mucho que tenía que decir, pero también en su condición de célibe. Gracias al respaldo de monseñor Morcillo, Cabodevilla pudo consagrarse a la escritura como labor apostólica. Su deber, por tanto, era levantarse, lavarse la cara, quizá los dientes si era de esos, y sentarse en el escritorio. Y dado que para escribir, o al menos para escribir como él lo hacía, no queda más remedio que leer, pues mira, ni tan mal.

Claro que la cosa no era exactamente así. El propio Cabodevilla salió al paso del posible equívoco: «Soy un sacerdote que escribe, no soy un escritor que dice misa. Lo sustantivo es el sacerdocio y no digamos lo adjetivo, sino sencillamente el cauce de mi sacerdocio es la escritura». En ese sentido, podemos afirmar que su sacerdocio le sobrevive, aunque a duras penas. Sus frutos, a pesar de ser muchos y excelentes, amarillean y languidecen en las distintas librerías de viejo de nuestro país.

Cabodevilla se lo comparó con Chesterton, sobre todo por su destreza en el ordeño de las paradojas

Y es una pena porque Cabodevilla escribía muy bien; tan bien que Mercedes Salisachs lo consideraba el mejor de sus contemporáneos; tan bien que, para no recibir de los hombres lo que esperaba del Señor, rehuyó galardones y a la mismísima RAE, que quiso sentarle en uno de sus sillones alfabéticos… Tan bien escribía el sacerdote navarro que su brillantez puede llegar a resultar irritante, agotadora, y tal vez este sea el principal motivo de su actual postergación. Cabodevilla no tiene ideas ni oraciones de segunda. Prácticamente en cada sintagma lanza la mano en busca del K.O. No se puede pasear por él: hay que leerlo línea a línea, palabra a palabra. Es un bocado exquisito, como el bogavante, pero, también como el bogavante, debe ser primero conquistado, rendido. En suma, hay que arremangarse para poder degustarlo.

Al igual que casi todos los ensayistas católicos posteriores a Chesterton, a Cabodevilla se lo comparó con el inglés, sobre todo por su destreza en el ordeño de las paradojas. También cabría decir, por continuar con las odiosas comparaciones, que fue Hadjadj antes de Hadjadj. Comparten la manera de abordar los temas, el punto de vista iluminado y el abundante y enriquecedor uso de las citas. Lo cual no impide, por supuesto, que entre ellos existan diferencias. Una fundamental atañe al estilo, pues el español, en buena hora a mi parecer, sucumbe a la tentación barroca que, agravada por la tradición, acecha en nuestro idioma. En los libros de Cabodevilla reverbera desde el Siglo de Oro –culteranista, conceptista y lo que haga falta–, hasta el espíritu, juguetón y enamorado hasta las trancas del lenguaje, de un Gómez de la Serna.

Pero si algo caracteriza la obra de nuestro protagonista es el humorismo. Aunque escribió una memorable monografía al respecto, Las jirafas tienen ideas muy elevadas (1989), el humor impregna toda su obra y, por ende, su visión de este ajetreo que llamamos realidad. Además su manera de sonreír es particular, despiadada y tierna al mismo tiempo. La contundencia se la debe a una inteligencia colosal, la cual habría sido temible de no ser porque intentó en todo momento reflejar la mirada que el Creador brinda a sus criaturas, amadas y risibles, mediocres tanto en sus vicios como en sus virtudes. Y esa mezcla de inteligencia y ternura, escribió su amigo Bernardino H. Hernando, hizo que su humor «nunca fuera mal interpretado».

Cabodevilla escribió a golpe de aforismo sin ser aforista

Supongo que ahora sería de rigor recomendar un título para quienes deseen iniciarse en la obra de Cabodevilla, pero hacerlo en este caso entraña no poca dificultad. Primero porque nada de lo humano, especialmente en su relación con lo divino, le fue ajeno, de modo que en su amplia bibliografía encontramos una considerable pluralidad temática. Segundo porque, salvo algunos libros que han envejecido mal, en concreto los que en su día resultaron más innovadores, Cabodevilla alcanzó pronto la excelencia y de allí no se bajó, con lo que destacar un único título resultaría caprichoso. Así pues, lo mejor será que el posible lector escoja según el tema que más le interese. Mis predilectos, por ejemplo, son 32 de diciembre (1969) y Consolación de la brevedad de la vida (1982): uno porque versa sobre la muerte y el otro sobre el paso del tiempo, que viene a ser lo mismo pero con perspectiva.

Acabo, según mandan las convenciones de estos Desconocidos y olvidados, seleccionando algunos fragmentos. La idea es que el abreboca les deje con apetito. La empresa es fácil porque, gracias a su vigor sintáctico, Cabodevilla escribió a golpe de aforismo sin ser aforista, lo cual aconseja leerlo siempre con mirada atenta y el lápiz en ristre.

  • En materia de religión el humor viene a demostrar a los creyentes cuán frágil es, cuán inconsistente, no sólo la base de su montaje racional, sino también la techumbre de ese edificio donde ellos buscan vanamente protegerse contra el formidable estruendo de la risa de Dios. El hombre piensa, Dios ríe.

  • Hay quien se alimenta de pan verdadero y quien cree alimentarse comiendo papeles en que está escrita la palabra «pan».

  • [Sobre el «Tan largo me lo fiais»] ¿De qué presume esa persona? No tanto de contar con tiempo suficiente cuanto de poseer suficiente virtud y poderío para modificar cuando él quiera su corazón.

  • Sólo Dios puede hacer el bien por el bien […] ¡Sólo Dios puede darse el lujo de ser puro!

  • La muerte, ese tremendo expolio final, despoja al hombre de lo que tiene para reducirlo a lo que es.

  • Sólo retendrá aquello a lo cual renunció, sólo valdrá lo que en su vida hubo de entrega, de don: salvará su alma quien la haya perdido, pues la vida eterna no se gana como se gana una fortuna, sino como se dilapida una fortuna.

  • Pero sólo a través del hombre, de esa criatura en uso portentoso y terrible de su libertad, puede el diablo llegar a herir el talón de Dios. Únicamente en el hombre Dios se ha hecho vulnerable.

  • Felizmente, este mundo imperfecto está concebido para los seres imperfectos que lo habitan.

  • Tan de raíz perdonó siempre, que ya no recordaba haber tenido que perdonar alguna vez.

  • Ya ves, nunca se sabe hasta dónde puede llegar el cerebro humano, el cerebro que supo obtener, después de mil injertos y cruces, una rosa tan perfecta que parecía de plástico.

  • Estas criaturas, de ordinario, ni son lo bastante buenas para resistir al mal ni lo bastante perversas para adherirse a él.

  • Quizá estén los hombres más llenos de miseria de lo que creen, pero sobre todo su miseria está mucho más llena de atenuantes de lo que ellos piensan.

  • Lo más difícil no coincide necesariamente con lo más verdadero, ni siquiera con lo más meritorio.

  • Ningún porvenir justificará nunca una utilización puramente instrumental del presente.

  • La memoria es el esqueleto del alma.

  • Podemos huir para ignorar, pero no podemos ignorar que huimos.

[Poema hallado póstumamente entre sus papeles]

Dios te salve, Madre, Señora del Almendro,

almendro sin par, sin varón, sin azada.

Llena eres de gracia y de pájaros de mil colores.

El Señor es contigo y te da sombra.

Bendita tú entre todos los árboles,

más alta que el ciprés, más fecunda que la higuera,

más incorruptible que el cedro.

Y bendito es el fruto de rama, Jesús.

Santa María, madre de Dios,

ruega por nosotros pecadores,

ahora y en la hora de nuestra cosecha. Amén.