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El extorero Jesulin de Ubrique durante el pregón de las fiestas de Ubrique el pasado septiembreGTRES

Jesulín de Ubrique vuelve a los toros como apoderado del nieto de su descubridor

Martín Morilla es novillero y nieto de Manuel Morilla, el representante que fue del torero gaditano desde niño hasta sus momentos «cumbre» en la época de las corridas para mujeres y otras extravagancias

Jesulín de Ubrique vuelve a los toros, esta vez no sobre los ruedos sino en los despachos y tras los burladeros para apoderar al novillero de Morón de la Frontera, Martín Morilla, nieto del empresario y político Manuel Morilla, descubridor del propio Jesulín y fallecido el pasado 10 de julio.

«He visto a Martín Morilla en varios tentaderos en el campo y me encantan sus maneras de concebir el toreo" ha explicado el matador de Ubrique en una nota de prensa en la que considera que Martín Morilla «tiene una gran proyección y sobre todo ganas de ser torero».

«Sus inmensas ganas de llegar me han ilusionado para ayudarle y estrenarme en esta nueva faceta», concluía Jesulín, quien ha añadido que el primer objetivo es llevar al joven novillero a su debut con picadores.

Manolo Morilla, abuelo del novillero y fallecido el pasado julio, fue a su vez el apoderado de Jesulín de Ubrique (también lo fue de Enrique Ponce, Fermín Bohórquez o Finito de Córdoba) desde que este era un niño. Junto a él se convirtió en el novillero de moda y después en torero de valor y condiciones que dominó el escalafón durante años, incluido el récord de festejos en un año con 161.

También con Morilla el torero de Ubrique vivió la «culminación» de una época en la que se anunció en solitario en corridas solo para mujeres (vestido de amarillo) y en general a través de una forma de entender la profesión (grabó un disco y aparecía con frecuencia en los programas amarillos de televisión) que fue mucho más allá de los cánones, rozando o directamente adentrándose en el ámbito circense.

El propio Morilla, como cerebro de aquellos dislates, salió a torear en Sanlúcar de Barrameda, algo terminantemente prohibido si no se es torero, siendo cogido y multado cuantiosamente. 20 millones de pesetas de aquel tiempo (120.000 euros) fue el resultado económico de la «irresponsabilidad», como calificó el hecho en su sentencia el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía.