El Debate de las Ideas
Cuestionario: ¿qué es un escritor católico?
Hemos preguntado a Enrique García-Máiquez, Ana Rodríguez de Agüero, Luis Ruiz del Árbol, José María Contreras, Luis Daniel González, Esperanza Ruiz y Armando Pego
La reciente concesión del premio Nobel de literatura a Jon Fosse, novelista y dramaturgo noruego, católico desde 2012 y cuya fe permea su obra, ha puesto de actualidad la cuestión de la relación entre creación literaria y fe. Es por ello que nos hemos animado a preguntar a quienes saben, a reconocidos escritores, críticos y editores católicos cuya obra está también profundamente transida por esa mirada enriquecida que sólo da la fe.
Hemos preguntado a Enrique García-Máiquez, Ana Rodríguez de Agüero, Luis Ruiz del Árbol, José María Contreras, Luis Daniel González, Esperanza Ruiz y Armando Pego sobre qué supone ser un «escritor católico», si sigue teniendo sentido hoy ese calificativo y quiénes considera que, hoy en día, se lo merecen. Aquí están sus sugerentes respuestas:
¿Qué es para ti un escritor católico?
Enrique García-Máiquez: Como todos los conceptos verdaderos y valiosos es polisémico. Escritor católico, en un sentido muy amplio, es todo aquel que escribe en una cultura de raíces católicas, aunque él particularmente no tenga fe. Literalmente, aunque no literariamente, también lo es el escritor que tiene fe, aunque ésta, extrañamente, no se vuelque en su escritura, como si fuesen compartimentos estancos. Escritor católico en sentido estricto y sin discutirle a nadie su creencia, es aquel cuya escritura se deja permear por su fe y su fe por su vocación de escritor. Esto es, se hace exigencias como escritor que emanan directamente de su condición de católico. Quiero remarcar que ni política ni estéticamente los escritores católicos han de sostener posturas idénticas. En la casa del Padre hay muchas moradas y caben, dentro de los amplísimos límites de la ortodoxia, una infinidad de posturas hasta lateralmente encontradas (frontalmente, no). La literatura católica no puede ser ni partido político ni corriente estética.
Ana Rodríguez de Agüero: Aquel en el que coincide una doble condición: la de la fe católica –vívida y vivida– y la mirada católica –esto es, universal–.
Luis Ruiz del Árbol (fromthetree): Un escritor católico es, sobre todo, alguien a quien no se le nota en absoluto que es católico: solo ves de él que es un buen contador de historias.
José María Contreras: El calificativo católico no es baladí. Que un escritor sea alto, pelirrojo o madrugador puede no tener ninguna trascendencia. Sin embargo, me cuesta creer que si un escritor profesa una fe concreta, en este caso la católica, el hecho no permee su escritura de algún modo; al fin y al cabo la literatura es obra del espíritu. El problema se halla en lo de «escritor». Hay muchos católicos que escriben, de hecho lo raro es encontrar alguno que no lo haga; pero para poder considerarse como tal sin pasar por ingenuo, hay que vivir de la escritura. De otra forma no estaríamos ante un escritor católico, sino ante un católico que escribe. Y la diferencia, en muchos sentidos, es como de quererte a amarte.
Luis Daniel González: a priori diría que es como si me preguntas qué es para mí un ingeniero católico y cómo afecta su fe a su condición de ingeniero...También diría que, por los escritores que he estudiado, es necesario esperar a ver el conjunto de su obra y de su vida para ver cuál es el resultado final.
Esperanza Ruiz: El problema de la nomenclatura («un escritor católico», «un médico católico», «un actor católico»…) es que convertimos en adjetivo al sustantivo, esto es, a lo sustancial. Quizá un escritor tiene una relevancia pública y una capacidad de influir mayor que otras profesiones pero el fin último para todos, nos dediquemos a lo que nos dediquemos, debería ser, como en los grandes compositores de la música clásica, dar gloria a Dios con la obra o con la vida. Una de las llamadas «escritoras católicas», Flannery O’Connor, rezaba para que sus relatos quedaran claros «sin connotaciones falsas o mezquinas». También rogaba: «Ayúdame a incluir en mi trabajo aquello que va más allá de lo natural» o «Ayúdame a amar y soportar mi trabajo; si tengo que sudar por ello, que sea a tu servicio».
Armando Pego: Un católico debe contemplar la realidad, demorarse en ella, atender a sus relieves. A menudo está llena de aristas, está traspasada de dolor y de injusticia. En otras ocasiones respira alegría y gozo. Un católico no puede ser indiferente a la realidad; le debe una obediencia, una escucha. El escritor da voz a esa realidad con un estilo propio, No debería conformarse con analizarla o diseccionarla, como si fuera un cadáver al que cupiera practicar una autopsia ideológica, del signo que sea. El escritor, si es católico, celebra la Creación. Aunque la vea sometida todavía a la muerte, cultiva ya una semilla de vida incalculable que siembra una y otra vez con y en sus obras. No se limita a reflejar, a denunciar o a idealizar la realidad. Se esfuerza por presentarla transfigurada, en su plenitud entrevista.
¿Tiene sentido hoy en día ese calificativo?
Enrique García-Máiquez: El mismo de siempre y con más urgencia que nunca. Porque hoy el catolicismo no es una religión extinta, como piensan tantos dentro y fuera, ni es una religión predominante. El catolicismo está sujeto a los vaivenes de este tiempo. Digamos que la barca está en mitad de la tormenta. Situación inmejorable para la buena literatura.
Ana Rodríguez de Agüero: Sí, es un calificativo que se extiende –y se entiende– desde hace más de dos milenios.
Luis Ruiz del Árbol (fromthetree): Desde el punto de vista estrictamente de la fe, ninguno. Desde cualquier otro, es una etiqueta cultural más dentro del marco de la cultura reducida a producto de consumo. En este último sentido, a día de hoy, lo «católico» es un artefacto contracultural que funciona comercialmente bastante bien, desde las Flos Marie hasta The Chosen.
José María Contreras: Sí, porque imprime carácter, porque el escritor católico tiende a esquinarse, devolviendo con desprecio el desprecio que el mundo de la cultura brinda al catolicismo desde hace años. Entonces busca refugio en editoriales afines, donde le acogerán por la misma razón que las otras editoriales le excluyen. Esto le empuja a tomar un aire militante y hasta cierto punto sectario, ya que, como es un escritor católico, solo las editoriales católicas le publican y solo los católicos le leen. Así, cualquier esperanza de llegar al gran público y de poner ideas sobre el tapete no cabe esperarla de los denominados, y por tanto recrudecidos, escritores católicos, sino de quienes, sin hallarse en el seno de la ortodoxia, tienen un cierto «acento galileo», que decía Cabodevilla. Las mejores palabras católicas, o al menos las más resonantes, no saldrán de labios católicos en el futuro inmediato.
Esperanza Ruiz: Hasta hace pocas generaciones, la escuela, la familia y la sociedad eran mayoritariamente católicas, sin embargo, la secularización ha hecho que haya muchos lectores que descubran o se acerquen a la doctrina precisamente a través de la lectura de columnas en la prensa o de determinadas novelas. También sirven de apoyo para los pocos que no han sucumbido al aire de los tiempos. Si hoy en día tiene sentido es porque supone significarse, ir contracorriente y, en muchos casos, asumir que se habitará una cierta marginalidad, tanto comercial como de espacios ideológicos o en medios generalistas.
Armando Pego: ¿Tiene sentido hablar de un carpintero católico? Nos enredamos demasiado en definirnos: que si escritor o que si intelectual católico, que si católico que escribe o que ejerce de intelectual. Un escritor católico no se encasilla en el apologeta o en el que trata temas confesionales, admirables ambos, ni el que, además de escribir, da testimonio público de su fe. Todos deberían transparentar que la escritura configura su forma de vida. Que al llamarlos «escritor» fuese natural comprender que su modo de serlo es «católico». Y viceversa, sin exclusivismos.
¿Quién consideras que se lo merece entre los escritores vivos?
Enrique García-Máiquez: Primero aplaudo la literalidad de la pregunta: es un calificativo que hay que merecerse. Hay muchísimos, porque, como digo, la tormenta no deja a nadie dormirse en cubierta. Ciñéndome a los españoles, y citando sólo a uno por género, entre los poetas, Miguel d’Ors y Rocío Arana; entre los ensayistas, María Calvo y Alejandro Rodríguez de la Peña; entre los académicos atentos al debate público, Elena Postigo y Francisco José Contreras, entre los novelistas, Natalia Sanmartín Fenollera y Eduardo Gris; entre los escritores biográficos, Ana Iris Simón y José María Contreras; entre los articulistas, Esperanza Ruiz y Carlos Esteban. Entre los más jóvenes (la juventud es, prácticamente, un género literario) Julio Llorente y Marcela Duque. [Con la broma de los géneros, me dejo fuera a muchos, pero me he puesto a nombrarlos y siempre me doy cuenta al final de que me dejo a otro fuera, como lo del poema aquel de Borges. Ya saben: un hombre que se dejó la vida en hacer una alabanza del universo y cuando puso el punto final, aliviado, alzó los ojos y vio la luna. Se había olvidado de ella. Por suerte, hay lunas, soles y estrellas de sobra en el firmamento literario católico. Disfrútenlas.]
Ana Rodríguez de Agüero: El propio Enrique García-Máiquez, y su hermano Jaime, y Daniel Capó, y Armando Pego… Esperanza Ruiz, Miguel d´Ors, Francois-Xavier Bellamy… lo cierto es que los encuentro con más facilidad en el ensayo y en la poesía que en la narrativa.
Luis Ruiz del Árbol (fromthetree): No tengo ni idea de si es católico o no, pero sin duda alguna John Lasseter (desde la perspectiva de mi primera respuesta).
José María Contreras: Por su relevancia y porque, pese a las muchas divergencias entre ambos, la fe católica empapa el fondo y la forma de sus escritos: Enrique García-Máiquez y Juan Manuel de Prada.
Esperanza Ruiz: Todos aquellos que asumen públicamente la fe, tratan de ser coherente con ella y dan testimonio. En España y en El Debate tenemos unos cuántos: el propio Máiquez, Marín- Blázquez, Aurora Pimentel, Contreras Espuny, Jaume Vives… En cuanto a novelistas contemporáneos: Natalia Sanmartín, De Prada, Lucía Martínez…
Armando Pego: Considero el calificativo de «escritor católico» un yugo suave y una carga ligera, una de esas antítesis con las que en el Evangelio Jesucristo nos recuerda que debemos estar en vela. Si se trata de dar nombres, entre los españoles citaría los de Enrique García-Máiquez, Juan Manuel de Prada o Miguel d'Ors, incluso el de Julio Martínez Mesanza, aunque sólo fuera por sus poemas a la Virgen. O el de Fabrice Hadjad en Francia. O el del noruego Jon Fosse, prácticamente desconocido entre nosotros hasta la concesión del Premio Nobel. Me interesan mucho los que todavía no conozco, o apenas reciben reconocimiento, y que trabajan sin descanso, pues tengo muy presente que «No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto, sino para que salga a la luz» (Mc 4,22).