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El escritor inglés Charles DickensGTRES

Diez frases de Dickens, el «gran escritor cristiano» según Tolstoi, a quien ni lo 'woke' ha podido censurar

El autor inglés nació un 7 de febrero (de 1812) y viajó del pequeño Oliver Twist al pequeño David Copperfield, las penurias infantiles que le proporcionaron buena parte de su fértil tierra literaria

La consideración de Charles Dickens empezó en el mismo tiempo en que escribió y continúa dos siglos después. Dicen que a Oscar Wilde no le gustaba por sentimental, pero puede que aquella opinión fuese una impostura del parecer general en el personaje que se fabricó el genio irlandés. Porque Dickens gustaba a todo el mundo, incluida la reina Victoria, admiradora y lectora infatigable, y sigue gustando. Dickens no se acaba nunca, como decía Hemingway de París.

El estadounidense llegó a la capital francesa como un joven «león de las letras» y el inglés casi llegó a Londres de niño para ir a la cárcel junto a toda su familia para acompañar a su padre, condenado por deudas. Aquel Londres de suburbios y pobreza no se acabó nunca en Dickens, ni tampoco se acabó nunca en sus lectores. Al desgraciado y final y merecidamente afortunado Oliver Twist le conoce casi todo el mundo.

Diez frases de Charles dickens:

  • «Jamás debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, son la lluvia que barre el polvo cegador que cubre nuestros corazones».
  • «Un corazón que ama es la más verdadera de las sabidurías».
  • «La familia son aquellas personas por las que derramaríamos nuestra sangre».
  • «La primavera es la época del año en que es verano al sol e invierno a la sombra».
  • «Si no hubiera mala gente, no existirían los buenos abogados».
  • «No merece la pena recordar el pasado, a no ser que tenga alguna influencia sobre el presente».
  • «La alegría y el humor son la mejor manera de combatir la vejez».
  • «Nunca te fíes de la apariencia, sino de la evidencia».
  • «La pena jamás sanará ningún hueso ni reparará un corazón».
  • «Todo viajero tiene un hogar, no importa dónde».

Ese «casi» hay que añadirlo siempre en estos tiempos en que ya nada es como antes, como cuando Dickens era Dickens sin «casis» que valieran. Por entonces, cuando lo de su padre en prisión, apenas tenía 10 años y ya había leído tanto como para haber arramblado con El Quijote. De todas aquellas páginas y de todas las experiencias de niño trabajador (abandonó la cárcel para trabajar en una fábrica de betún y así poder ayudar a la familia) empezaron a surgir sin remedio las historias que no se han acabado nunca.

Del pequeño Twist al pequeño David Copperfield. Después de las penurias infantiles que le proporcionarían más adelante la tierra literaria fértil, trabajó en un despacho de abogados y fue periodista. Primero como reportero político y después como editor. Luego incluso fundó el Daily News, pero esto ya fue después de ser el súper autor del que todo el mundo leía por entregas en los periódicos sus novelas universales. Dickens publicaba sus capítulos en los diarios, razón de su fama, y todo el mundo le leía.

El idealismo, la contemporaneidad, la crítica de la sociedad victoriana y la intriga por la resolución de cada episodio resultaron ser un cóctel irrechazable que provocó auténtica avidez entre el público. Los papeles póstumos del club Pickwick fue la primera obra y la primera de éxito sobre la que se sustentó toda la posterior.

Dickens fue el «gran escritor cristiano», como dijo de él Tolstoi, cuya obra sobrevivió y sobrevive de forma casi única (otra vez el «casi») al paso de los tiempos e incluso a la llegada de los nuevos, como la cultura de la cancelación, lo «woke», que tampoco ha podido hincarle sus siniestros dientes a las verdades eternas del genio que vino de Portsmouth, cuyo cuerpo reposa en la «esquina de los poetas» de la Abadía de Westminster contra su voluntad última de sencillez.