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Los comunistas rusos recordaron a Lenin en la Plaza Roja de Moscú por el centenario de su muerteAFP

El Debate de las Ideas

Lenin, inventor del totalitarismo

Su visión delirante de Rusia, de Europa y del mundo se estrelló contra el muro de las realidades militares, económicas y sociales

Se acaba de cumplir un siglo de la muerte de Vladímir Ilích Uliánov, alias Lenin. El historiador Stéphane Courtois, en su libro Lenin: El inventor del totalitarismo, aporta diversas claves para comprender esta figura de innegable y funesto impacto en la historia. Aquí destacamos algunas de las que nos han parecido más reveladoras:

• Lenin se negó siempre a leer Los demonios [la obra de Dostoievski], temiendo reconocerse en la novela de forma poco gratificante.

• Lenin era en muchos aspectos un típico noble ruso… de joven se sentía orgulloso de presentarse como «hijo de terrateniente». Ante la policía, llegó incluso a firmar: «noble hereditario Vladímir Uliánov». En su vida privada fue la encarnación del desalmado hidalgo que su Gobierno destruiría algún día. En 1891, en el apogeo de la hambruna, demandó a sus vecinos campesinos por estropear la propiedad familiar… este sentimiento de superioridad social, reforzado por el que también tenía de superioridad intelectual, aumentó al comprobar el desclasamiento en el que había caído.

• Una vez iniciado en el compromiso revolucionario de manera definitiva, Vladímir decidió abordar ese nuevo campo de actividad a través de los libros y de la teoría. En vez de observar el terreno, hablar con los mujiks y la sociedad campesina de Koluchkino y de Alakaievka, departir con los campesinos y con los pequeños industriales locales, prefirió profundizar con extremo placer en Marx y Engels, cuyas obras principales entonces disponibles devoró y meditó.

• En las cartas a su madre fingió que quería seguir su carrera de abogado. Pero era solo una tapadera oficial y como los jefes revolucionarios deben vivir con cierto confort para poder reflexionar con absoluta tranquilidad en la revolución venidera y en la construcción del mundo futuro, reclamó a su madre dinero y el pago de su parte del arrendamiento de Koluchkino. El rebelde vivía entonces como un rentista de clase media y seguirá así hasta que tome el poder.

• Lenin exigía que «nuestro Partido» fuera «el dirigente, no solo titular, sino real del movimiento, es decir, una organización siempre dispuesta a apoyar cada protesta y cada explosión, sacándoles provecho para incrementar y endurecer a un ejército apto para librar el combate decisivo». Aquí afloraba otro germen del totalitarismo: la asimilación del combate político a una guerra total y, por tanto, la asimilación de la violencia verbal a la violencia física.

• Lenin colocó como epígrafe de su Qué hacer [escrito político publicado en 1902 en el que Lenin presenta el modo en que debe organizarse un partido revolucionario] un aforismo de Ferdinand Lassalle: «el Partido se fortalece depurándose».

• En una carta al Comité Central en 1903 amenazaba que «en caso de que rechazaran el ultimátum, será la guerra total». Ya practicaba ese método de la provocación, que más adelante utilizaría de forma habitual: mandar un ultimátum que sabe inaceptable y acusar después al contrario de ser responsable del conflicto, legitimando de esa manera su propia agresión.

• Para Lenin y sus sucesores oponerse a sus decisiones solo podía deberse a insensatez, puesto que significaba ir en contra del sentido de la historia.

• Como cuenta Valentínov [considerado como uno de los promotores de la Nueva Política Económica (NEP), publicó en 1953 un libro titulado Mis encuentros con Lenin], durante una de sus conversaciones en marzo de 1904, Lenin le soltó de golpe que en materia de filosofía «Marx y Engels han dicho todo lo que hay que decir… nada en el marxismo está sujeto a revisión. Solo hay una respuesta a la revisión: ¡romperle la cara!».

• Mientras Lenin, en público, pretendía organizar un tercer congreso en 1905, en privado, lo reservaba solo para sus partidarios, al tiempo que preparaba una maniobra de camuflaje… Ya estaban presentes el doble lenguaje, la maniobra de provocación, los insultos: todo el estilo totalitario que estructuraron los bolcheviques en el poder.

• La militarización del pensamiento de Lenin, cristalizado por las circunstancias, no era sino la consecuencia lógica de su teoría: el ejército revolucionario es necesario porque solo la fuerza puede resolver los grandes problemas históricos y porque la organización militar es, en la lucha contemporánea, la de la fuerza.

• Lenin dio una conferencia en Ginebra sobre la comuna de París el 18 de marzo de 1908, en la que insistía: «El proletariado no debe nunca olvidar que en determinadas circunstancias la lucha de clases se transforma en lucha armada y en guerra civil; hay momentos en que los intereses del proletariado exigen el exterminio implacable de sus enemigos».

• Robert Service se hace eco de una anécdota situada en París, narrada por Victor Chérnov, el líder socialista revolucionario: Yo le solté: «Vladímir Illich, en cuanto vuelvas al poder, al día siguiente, colgarás a todos los mencheviques». Me miró y dijo: «Antes habrá que colgar a todos los socialistas revolucionarios y después nos ocuparemos de los mencheviques». Y se marchó soltando una gran carcajada.

• Inaugurando sus prácticas inquisitoriales, Lenin dirigió a los diputados en 1912 un cuestionario especial de 19 puntos con preguntas detalladas sobre la campaña electoral y sobre los propios diputados. Ya se estaban gestionando los famosos cuestionarios biográficos, notables instrumentos de control personal de los miembros del partido –asociados al proceso de la crítica y de la autocrítica– establecidos dentro del Partido bolchevique en el poder, y luego por el Komintern en todos los partidos comunistas. Otro instrumento más, característico del futuro totalitarismo comunista.

• La guerra total influiría el pensamiento de Lenin en un último aspecto. Esa guerra se caracterizaba por su dimensión industrial, por la intervención masiva y sin precedentes del Estado en todos los ámbitos –economía, finanza, industria, cultura, medios de comunicación–, por su constante presión sobre los ciudadanos, los individuos y la sociedad entera y, por último, por la movilización obligatoria, tanto para los combatientes como para los civiles. Para Lenin, todo eso presagiaba la llegada de un socialismo estatal, ya presente en el programa del Manifiesto de Marx.

• Lenin multiplicó las declaraciones provocadoras en 1917; por ejemplo, el 14 de diciembre: «Diremos al pueblo que sus intereses superan a los de una institución democrática», y al día siguiente: «En la elecciones el pueblo ha votado a los que no expresaban su voluntad ni sus deseos».

• Algunos no lo habían comprendido todavía. Por ejemplo, Steinberg [Isaac Steinberg, revolucionario y comisario del pueblo hasta 1918, tras romper con Lenin tuvo que abandonar el país] se quejó nuevamente de las actividades de la Checa: «¿Por qué un Comisariado del pueblo para la justicia [nombre oficial de la Checa]? ¡Con llamarlo Comisariado del pueblo para el exterminio social bastaría!». A lo que Lenin respondió: «Excelente idea. Es como yo veo la cosa. ¡Desgraciadamente, no podemos llamarlo así!».

• Aunque Lenin demostró ser un formidable estratega para la conquista del poder por la soltura con la que empleaba la astucia y la fuerza, en cuanto se metió en faena, su visión delirante de Rusia, de Europa y del mundo se estrelló contra el muro de las realidades militares, económicas y sociales. Este intelectual puro, convertido en revolucionario profesional, había vivido durante más de 20 años al margen de la sociedad, sin trabajar para ganarse la vida, sostenido con los fondos del Partido y de su familia, y sin una idea definida de cómo vivían los rusos, en particular en el campo y en las provincias.

• El 4 de junio de 1918 se ordenó la creación de los primeros campos de concentración para internar a los checos sublevados; campos que conocerían una rápida expansión, hasta la aparición, en 1920, del primer sistema de campos de concentración del mundo, que llegará su apogeo con la creación del Gulag en 1931.

• Lenin promulgó el 10 de julio de 1919 una constitución que establecía que «el Partido comunista dirige, gobierna y domina todo el aparato del Estado». No se podía ser más claro. El artículo 23 negó «a las personas y a los grupos los derechos que pudieran utilizar en detrimento de la revolución socialista», es decir, toda posibilidad de crítica y oposición. Y se creó una categoría de excluidos, los lichentsy –ociosos, sacerdotes, burgueses, nobles, etc.– privados del derecho al voto.

• El 9 de agosto de 1919, tras unas protestas de los campesinos contra los pillajes, Lenin telegrafió a los responsables de Nizhni Nóvgorod: «Introduzcan de inmediato el terror de masas, fusilen o deporten a los cientos de prostitutas que obligan a beber a los soldados, a todos los ex oficiales, etc. No hay que perder ni un minuto. Hay que actuar con resolución: registros masivos. Ejecución por llevar armas. Deportaciones masivas de menchevique y otros elementos sospechosos».

• A diferencia del terror blanco, el terror rojo fue sistemático, organizado, pensado y ejecutado como tal por Lenin, según una voluntad de exterminio premeditada mucho antes de 1917 contra grupos enteros de la sociedad. Hasta el punto de que se puede hablar de genocidio de clase, al ser aquí la «clase» el criterio del exterminio.

• La hambruna duró hasta principios de 1923, alcanzando su punto álgido en el verano de 1922; afectó a 30 millones de personas, de las cuales sólo 3 millones fueron socorridas por el poder soviético frente a los 11 millones de los americanos y la Cruz Roja. En total unos 5 millones de personas murieron de hambre.

• Es fascinante ver cómo Lenin se empeñaba prioritariamente hasta el final en ajustar cuentas con sus adversarios ideológicos, conjugando el anatema y la persecución con una minuciosidad obsesiva.

• Su narcisismo y sus fantasías de omnipotencia, al chocar cada vez más contra el muro de la realidad, se hicieron patológicos y la encerraron en un sistema de persecución imaginario, directamente ligado a su negación de la realidad. Su salud iría deteriorándose, marcada por fases de abatimiento, intercaladas por crisis de ira, cada vez más frecuentes, que reflejaban su sentimiento de impotencia.