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César Wonenburger

Esperando a Schönberg con 'El club de la comedia', Rossy de Palma en el Real

La principal novedad del doble programa que estrena el teatro madrileño consiste en un breve show de la popular actriz almodovariana

La actriz Rossy de Palma en un momento del monólogo «Silencio»Javier del Real

Si el Teatro Real, en alguna de sus próximas temporadas, pretende incluir otros ascensos al Tourmalet como el que ahora acaba de culminar en la presente, con cuatro etapas seguidas compuestas por títulos como Lear, Pierrot lunaire, La pasajera y el double-bill (que dicen los americanos) de estos días, con La voz humana y La espera, sus responsables deberían considerar lo siguiente: regalarle a los aficionados, con el abono, una receta de ansiolíticos o, mejor aún, y más efectivo si el reparto valiese realmente la pena, una entrada para El barbero de Sevilla en la Ópera de París.

Malin Byström en La esperaJavier del Real

Tantas y tan urgentes deben ser las ganas de una cierta liberación, unas gotas de humor que pueda ponerlos a salvo de un parejo ejercicio de intensidad trascendente, que al menor atisbo de comedia, como ayer, entre los aficionados que no llenaron el teatro (mucha invitación, huecos en todos los sectores y algunas deserciones en el descanso) por fin se desataron las carcajadas en la pieza que se empleó para unir las obras principales. Las risas resultaron coronadas, al final de esta parte, por una cascada de bravos que casi sitúan a Rossy de Palma, protagonista de un monólogo que a ratos parecía sacado de una elemental sesión del «Club de la comedia» (a pesar de Wilde y Brecht), como gran triunfadora de la velada. Al menos durante los reconocimientos quedó un escalón por encima de Ermonela Jaho en aclamaciones, y en un mismo plano de igualdad con Malin Byström, las sopranos protagonistas respectivamente de las óperas de Poulenc y Schönberg, ahora reunidas con incuestionable criterio.

Las risas resultaron coronadas por una cascada de bravos que casi sitúan a Rossy de Palma como gran triunfadora de la velada

Christoph Loy y la propia actriz, musa de Gaultier, habían ideado entre ambos, para enlazar las dos obras, una suerte de monólogo que reflejara el espíritu de aquellos intermedios como los que solían ofrecerse a modo de piezas humorísticas entre las obras serias, durante el siglo XVIII. El genial Gustavo Tambascio tuvo el acierto de recrear su espíritu, con algo más de acierto, cuando hace unos años rescató, junto a Antonio Florio, la Parténope de Vinci. Y ahora el director alemán y Rossy de Palma han apostado por remedar aquel primitivo recurso que tanto éxito tuvo entre los napolitanos (también aquí, en Madrid), y que con el tiempo serviría como base para importantes obras cómicas, una vez conquistada su autonomía.

De la Vanoni a 'Los claveles', el 'show' de Rossy

La intervención que se propone como parte del espectáculo descarga todo el posible atractivo sobre la personalidad escénica de la icónica intérprete palmesana, su naturaleza excesiva que ya se refleja desde que aparece en escena ataviada con atuendo nupcial de aparatosa, larguísima cola canturreando el Bello amore de la Vanoni para, inmediatamente después, recitar unas líneas en francés. Hasta ahí la coartada intelectual, que surge como continuación del texto de Cocteau.

Rossy de Palma fue aclamada por el públicoJavier del Real

Luego ya se pasa al español para potenciar las gracietas que se sustentan sobre todo en una interpretación a su modo y posibilidades (ni es cantante ni lo ha pretendido nunca, aunque hubiese estudiado con la gran Inés Rivadeneira) de la célebre romanza de Los Claveles de Serrano, «¿Qué te importa que no venga?». Tiene sentido incluirla, pues la letra refleja, integra y compendia, al modo más castizo, el cataclismo sentimental al que se enfrentan ambas protagonistas de las óperas representadas. En este caso apelando, además, a la intercesión divina: «Ay, Virgen Santa, querida, consuela tú mis dolores, o acabará con mi vida, el mal de mis amores». Su desgarbada versión atenúa hasta el ridículo todo el dramatismo que expresa la doliente Rosa en sus frases (la Berganza la cantó como nadie quizá), con fines cómicos.

No se sabe quién habrá aconsejado a quién esta vez, puesto que Loy, seguramente espoleado por su nueva pareja española, parece que va a convertirse en uno de los más activos directores de zarzuela en los próximos años: a los varios títulos que pondrá en escena en temporadas del coliseo de la calle de Jovellanos, se unen otros que se verán hasta en el An der Wien de la capital austriaca. Bienvenido al género patrio si su prestigio sirve para darle un necesario impulso internacional estos días.

La pregunta al aire de un espontáneo

Concluida la astracanada cuyo interés, ya se ha dicho, reposa sobre las tablas de una de esas intérpretes que constituye en sí misma su propio personaje, más que en la banalidad del texto, un espontáneo entre el público, quizá asistiendo atónito al entusiasmo de la gente, lanzó al aire, amparado por la buena acústica del recinto, la siguiente reflexión: «¿De verdad os ha gustado esta mamarrachada?». Nadie le contestó, pero en la sala quedó flotando durante unos instantes un silencio denso, como si alguien se hubiera propuesto denunciar al rey desnudo, sembrando la duda entre el resto.

Un momento de La esperaJavier del Real

Y hasta ahí la principal novedad del espectáculo, bien que efímera y discutible, aunque sirviera para constatar las ganas de echarse unas risas, de liberarse del corsé del drama más extremo y campanudo. Que nadie desespere, que por ahí casi llega ya la comedia romántica que Wagner desarrolló a mayor gloria de la exaltación de la gran patria germana y sus artistas, la favorita de Hitler. Los maestros cantores encierra cinco horas de belleza sin límites, aunque quizá no sea el remedio esperado, el revulsivo ante tal carga de sufrimientos compartidos en estos últimos meses.

Ermonela Jaho ha sido tempranamente aupada a un discutible estrellato que palidece si comparamos su interpretación con otras aún no olvidadas, Renata Scotto, sí, pero también Raina Kabaivanska

El resto se presenta como novedad, pero en realidad se trata de obras sobre las que se ha dicho y escrito ya tanto… La espera tiene más de un siglo, La voz humana se ofrece ahora hasta en los conservatorios. Almodóvar ha filmado una versión de esta última con la sofisticada Tilda Swinton (mucho más preferible la de Rossellini junto a la inmensa Anna Magnani) que casa bien tanto con el ambiente que reflejan Chistof Loy, con sus amplios ventanales y techos altos, reconocibles vestigios burgueses, y la protagonista elegida, Ermonela Jaho.

Ermonela Jaho en La voz humanaJavier del Real

La soprano albanesa ha sido tempranamente aupada a un discutible estrellato que palidece si comparamos su interpretación con otras aún no olvidadas, Renata Scotto, sí, pero también Raina Kabaivanska. Estas últimas eran auténticas actrices-vocales y a la vez actrices-cantantes, en tanto que la soprano albanesa sería solamente actriz-cantante (en ella su aspecto, su gestualidad reemplaza o maquilla en ocasiones sus carencias vocales: un instrumento limitado que no posee además individualidad tímbrica, lo que las otras tenían de sobra).

Cuchillos y sangre

«La Jaho» estuvo bien, cumplidora, sirviéndose de sus bazas ya comentadas pero sin alcanzar las hondas cotas dramáticas de una extraordinaria actriz-vocal. Algo que en cambio sí pareció ofrecer, en más cantidad, en otro grado de expresividad más depurada Malin Byström durante toda la interpretación de La espera, con toda su implacable intensidad. Ambas obras, la de Poulenc y la Schönberg, dan cuenta de la fugacidad del amor y sus tremendas consecuencias, el dolor de la separación, incomparable a ningún otro en cuanto resulta más que físico, mental. «Somos tan infelices que solo podemos encontrar placer en algo a condición de enfadarnos si sale mal, lo que puede suceder y sucede de hecho a todas horas», que decía Pascal.

La respuesta es francesa en el primer caso, unas pastillas, y expresionista en el otro, aunque la reacción ante el abandono también serviría para el verismo de Verga o el tremendismo celiano: cuchillos y sangre, según lo retrata Loy. ¿Qué separa a Schönberg de Mascagni en el retrato de unas pasiones desbordadas? El psicoanálisis freudiano y la vena melódica, la novedad y sofisticación de un nuevo lenguaje que busca romper con lo anterior frente al empleo de las emociones envuelto en una música agradable. A estas alturas, que cada uno escoja lo que prefiera.

En el Real faltan burbujas

Buen trabajo de Jerémie Rhorer al frente de la Sinfónica de Madrid, tanto en la sutil evocación de la atmósfera de Poulenc, hecha de leves apuntes y sugerencias, como en el trazado del más ambiguo y complejo Schönberg, con su simbolismo de pesadilla envuelto en disonancias, reflejo de un tiempo no tan lejano al presente en lo que se refiere al trazado del auténtico mal de nuestro tiempo, esa ansiedad que no ha desaparecido desde inicios del siglo XX hasta hoy. Aunque ahora aún no parezca haber encontrado su auténtico reflejo en el arte de nuestro tiempo, quizá porque ni siquiera sepamos a qué obedece ahora mismo, lo que es o representa.

En cualquier caso vamos necesitando ya algo parecido al «Murciélago» de Strauss, pero no como en la versión concertante que ya se ofreció aquí con Minkowski, si no en una producción con todas las de la ley, similar si acaso a la que Barrie Kosky presentó estas pasadas navidades en Múnich: fácil, hilarante, despreocupada y con muchas burbujas.