Burroughs el Comercial
Después de varios trabajos sin éxito, comenzó a escribir ficción por pura casualidad y culminó 68 novelas
Muchos grandes escritores con un envidiable ritmo de escritura y una consecuente gran cantidad de publicaciones a sus espaldas empezaron así, leyendo historietas de género en las revistas pulp y publicando las suyas propias en dichas revistas. Asimov se dedicaba a eso en los ratos libres del trabajo en la tienda de chucherías de sus padres y acabó escribiendo cerca de quinientos libros. Edgar Rice Burroughs no llegó a tanto, pero sí a unas también inalcanzables 68 novelas.
Veinticinco de ellas pertenecieron a la serie literaria del inmortal héroe popular y arquetipo masculino ocasional –cada vez más ocasional, para unas por suerte y para otros por desgracia– Tarzán «de la jungla» para los cinéfilos y «de los monos» para los bibliófilos. Burroughs comenzó con el personaje por entregas en la revista The All-Story, viendo la luz dos años después, en 1914, como novela en Tarzán de los monos.
Antes de ser escritor fue un comercial sin éxito, pero después de ser escritor arrasó en los negocios. En 1919 compró una finca en Hollywood para construir el rancho Tarzana –hoy la hacienda da nombre a todo un distrito de Los Ángeles donde viven grandes estrellas; por ejemplo, Jamie Foxx o Eva Longoria–; se hizo el casoplón para poder vivir cerca del rodaje de sus películas –la hija de Burroughs se casó con el cuarto intérprete de Tarzán, James Pierce–. En 1923 fundó su propio sello editorial para publicar sus propios libros, y en 1950 murió y se convirtió en el escritor más rico del cementerio: cincuenta millones de libros vendidos o, lo que es lo mismo, el autor más vendido del mundo en aquel momento. No fue, en cualquier caso, ningún comodón, como demuestra esta curiosidad final: fue el corresponsal de mayor edad en realizar una cobertura de la Segunda Guerra Mundial –con 66 años para Los Angeles Times–.
Los herederos del escritor siguieron la estela empresarial del patriarca y el eco de los gritos del Tarzán más famoso, el del actor Johnny Weissmuller, su primera aparición en la gran pantalla (1932), siguen resonando en nuestros días. El selvático alarido se quiso registrar como marca –imagínense si hasta suena como tono de llamada del móvil–. Todavía persiste el litigio, la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea se niega: «Es imposible reconocer si el sonido representado es una voz humana u otra cosa».