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Andrés Amorós
Crónica deAndrés Amorós

Solamente primores de Morante

Con lleno de «No hay billetes», decepcionante encierro de Juan Pedro Domecq

Actualizada 22:10

Morante de la Puebla lidia con la muleta al segundo de su lote

Morante de la Puebla en un pase de pecho al segundo de su loteEFE

Da gloria ver la Plaza de los Toros de Sevilla –así defendía llamarla mi amigo Antonio Burgos– en una tarde de sol, abarrotada de un público que espera ilusionado el milagro del arte. Por desgracia, los milagros llegan pocas veces y la decepción es mayúscula. Solamente Morante, en su primero, logra una faena llena de detalles exquisitos, para paladares que sepan apreciarlos. Luego, la mansedumbre, flojera y falta de casta de los toros de Juan Pedro Domecq lo echa todo a rodar. Tampoco contribuyen a mejorar las cosas las grises actuaciones de Manzanares y Pablo Aguado: a ninguno de los dos los veo en su mejor momento.

El único oasis en este desierto es la faena de Morante al primero, manejable, como toda la corrida. Después de una colada, José Antonio dibuja dos verónicas y media con admirable naturalidad. Se luce Curro Javier con los palos, provocando la arrancada, primero, y clavando muy de verdad. El comienzo de faena ya es torerísimo, con preciosos doblones. Aunque no todos lo adviertan, aguanta un parón, en medio de la suerte, que podía haber causado un respingo; en vez de eso, liga los naturales con pases de pecho verdaderamente monumentales. Hasta ver cómo cuadra a dos manos al toro es un deleite. Mata con decisión pero caído. El Presidente no accede a la petición de oreja: no importa, ahí queda una faena verdaderamente primorosa.

¿Para qué aburrir al personal, si no va a haber lucimiento alguno?

El cuarto es manso flojo, embiste corto, sin clase: una verdadera birria. Lo lleva a una mano estupendamente Curro Javier. El toro no tiene un pase. Morante desiste en seguida y hace bien, aunque algunos se enfaden. ¿Para qué aburrir al personal, si no va a haber lucimiento alguno? Podía matar mejor, eso sí: lo hace mal, sin confiarse.

José María Manzanares, este jueves en la Real Maestranza de Sevilla

José María Manzanares, este jueves en la Real Maestranza de SevillaEFE

El segundo sale muy suelto. Manzanares lidia bien con el capote y remata con dos lucidas verónicas. Luego, no se acopla y pasa un par de momentos de apuro porque el mansito se quiere ir a chiqueros. Define al toro un vecino de localidad: «Tiene menos fondo que una lata de anchoas». Entrando de largo, como siempre hace, mete la mano con habilidad. El toro acaba muriendo en chiqueros, donde siempre quiso ir.

El quinto acusa todavía más esa querencia, embiste sin celo alguno. Con oficio, le saca algunos muletazos pero el trasteo es anodino. Mata a la segunda.

Pablo Aguado recibe al tercero con verónicas vistosas, acompañando la embestida. Lo lleva al caballo por chicuelinas y repite en el quite por el mismo palo. La faena de muleta parece una competición de sosería, acaba impacientando al público, que estaba muy a favor de su paisano. He recordado la expresión popular granadina que me decía a veces don Américo Castro: «¿Qué quedrá?». Ya sé que el toro ha sido muy poca cosa pero Aguado, en Sevilla, ha podido y debido estar mejor. Entra a matar de largo, sin confiarse, ha de dar dos pasos rápidos antes de llegar al toro. Todo lo contrario de la norma clásica: «En corto y por derecho».

El torero Pablo Aguado lidia su primer toro de la tarde

Pablo Aguado debió estar mejor con el primero de su loteEFE

En el último, que blandea y mansea de salida, da algunos lances sueltos lucidos y acierta intentando hacer faena cerca de chiqueros. Ni aún así lo consigue: compone la figura hasta que el toro huye, rajado por completo.

Me pregunta un vecino: ¿se podía haber lidiado mejor a unos toros tan deslucidos? La respuesta no es difícil: tener en cuenta su querencia, esa fuerza misteriosa que empuja a los toros a embestir en una dirección. (Miguel Hernández lo usa como hermosa metáfora para el amor fatal, irresistible: «Una querencia tengo por tu acento…»). Los toros mansos suelen tener querencia a chiqueros: así lo han mostrado los de esta tarde. En vez de empeñarse en sacarlos de allí, hubiera sido mucho más eficaz probar a torearlos cerca de chiqueros. Me lo repetía el sabio Marcial Lalanda: «Hay que torear en el terreno que los toros quieren, en el que se encuentran más a gusto». ¿Hubiera servido de mucho hacerlo, con los de esta tarde? Quizá no, pero es probable que, allí, hubieran tenido unas pocas embestidas aceptables. El único que lo ha hecho, y lo aplaudo, ha sido Pablo Aguado, en el último.

¿Quién aprieta hoy en día a Morante de la Puebla? Así estamos

¿Nos quedamos con el tópico «tarde de expectación, tarde de decepción»? No es suficiente. Es inevitable preguntarse por qué estas primeras figuras siguen apuntándose a esta divisa, y no, por ejemplo, a las de Santiago Domecq y El Parralejo. La respuesta es sencilla: aún en las tardes muy malas –y ésta lo ha sido– los toros han sido manejables, no han tenido especial peligro. Para los diestros, además, es muy fácil lavarse las manos y echarles la culpa a los toros (que sí la han tenido): una comodidad.

Y otra pregunta todavía más inquietante: aunque esté a medio gas, con estos toros, ¿quién aprieta hoy en día a Morante de la Puebla? Así estamos.

FICHA

  • SEVILLA, jueves 11 de abril, lleno de «No hay billetes». Toros de Juan Pedro Domecq, justos de fuerza y casta, mansos, manejables.
  • MORANTE DE LA PUEBLA, de rosa y azabache, estocada caída (petición y saludos). En el cuarto, dos pinchazos (pitos).
  • JOSÉ MARIA MANZANARES, de sangre de toro y oro, estocada caída y descabello (silencio). En el quinto, pinchazo, estocada y 4 descabellos (silencio).
  • PABLO AGUADO, de sangre de toro y oro, dos pinchazos y estocada (silencio). En el sexto, media estocada (silencio).
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