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El Debate de las Ideas

Cómo escribir un guion moderno

He visto innumerables películas en los últimos cinco años que siguen exactamente el mismo modelo

La semana pasada vi una película sobre un pueblo de la Laponia sueca donde se derrumbaba una mina causando una gran desgracia. No voy a decir el nombre de la película, no sea que, picados por la curiosidad, a alguien se le ocurra verla y luego me eche la culpa a mí por haberle dado la pista. El argumento era sencillo: una enorme mina de hierro había dejado tantos agujeros en la montaña que ésta acaba tragándose la ciudad.

Mi problema fue lo que podríamos llamar identificación inversa: encontré a los personajes tan odiosos y estereotipados (en el sentido moderno) que ninguna conflagración o desastre habría bastado para saciar mi apetito de venganza. Y así, en vez de gritarle al televisor «¡Corred, corred, corred por vuestras vidas!» cuando la tierra empezaba a hundirse y aparecían agujeros en la calle principal –tragándose a todas las lesbianas resilientes, a los estoicos discapacitados, a los jóvenes radicales, a los inmigrantes amables y bondadosos–, en lugar de eso, me alegraba a medida que iban siendo engullidos y me entristecía al ver cuántos escapaban.

Fue útil, sin embargo, como ejemplo de cómo escribir un guion, o más bien, de cómo escribir un guion que consiga el apoyo de la gente que financia películas hoy en día: he visto innumerables películas en los últimos cinco años que siguen exactamente el mismo modelo. He pensado que podría compartir esta especie de plantilla con ustedes. Síganla y es casi seguro que no conseguirán una película que uno pueda disfrutar viéndola, pero al menos podrán rodarla e incluso puede que ganen algo de dinero con ella.

Una parte importante de mis consejos tiene que ver con la caracterización. En primer lugar las relaciones entre los protagonistas. Todas las relaciones «heterosexuales», y especialmente las relaciones «heterosexuales» matrimoniales, deben basarse en la mentira, la hipocresía y el desequilibrio de poder, y rezumar tanto rencor que tienen que estar siempre a punto de romperse. La única excepción a esta regla es que se trate de una relación heterosexual entre una persona blanca y una persona de color, o mejor aún, entre dos personas de color (véase más abajo). Por el contrario, todas las relaciones no heterosexuales deben ser expresiones del amor altruista más puro y deben perdurar a pesar de los obstáculos que les opone la sociedad heterosexual y conformista.

Lo más normal es que en una película necesites buenos y malos. Es muy fácil. Un hombre blanco de mediana edad siempre es el malo. En el caso de que no sea el malo, al menos hay que mostrarle como alguien patético, sin voluntad y dependiente de mujeres fuertes para poder sobrevivir. Cae por su propio peso que el héroe debe ser una mujer que se muestre mucho más competente e inteligente que los lamentables hombres que la rodean. Si pones a una persona negra en tu película -y debes, debes hacerlo, incluso si está ambientada en la maldita Laponia-, entonces él o ella estará obviamente del lado de los ángeles, a pesar de que quizás sea mirada inicialmente con sospecha por los supremacistas blancos que componen el resto de personajes. Obviamente, no se puede representar a una persona negra como si estuviera equivocada, a menos que hayas decidido que todos tus personajes sean negros. A un asiático se le puede presentar como un villano, o al menos como un poco retorcido. Pero no si es un asiático musulmán. Además, si es musulmán, hay que demostrar que tiene un temperamento bondadoso y pacífico y que es mucho más tolerante con la homosexualidad y el feminismo que todas las personas de la película que no son musulmanas.

Los jóvenes son imprescindibles. Siempre deben mostrarse infelices y desconfiados, con razón, hacia los personajes adultos, que sistemáticamente les tratan mal. También, en el desenlace de la película, hay que mostrar que tenían razón en sus quejas. Su pelo debe ser de color rosa o azul y deben tener pequeños anillos en la nariz, como si fueran cerditos de granja. No deben sonreír nunca, sino limitarse a fruncir el ceño.

Tendrás que darles a tus personajes algo que hacer: trabajos y cosas por el estilo. Ten mucho cuidado con esto. Ten en cuenta que cualquiera que trabaje para ganarse la vida se ha «vendido», a menos que esté autoempleado en algún tipo de iniciativa artística, como por ejemplo una cooperativa radical de percusión callejera, o trabaje para una organización benéfica, o que al menos trabaje como enfermera. Cualquiera que trabaje para una gran empresa es un malvado, a menos que su empleo corresponda a los niveles más bajos de esa empresa, en cuyo caso se puede demostrar que son redimibles como seres humanos cuando se liberan del yugo corporativo y revelan la maldad perpetrada por sus antiguos jefes. Cualquiera que ocupe un cargo directivo es un villano y los jefes ejecutivos deben ser retratados como psicópatas y monstruos.

Recuerda también que todas las formas de industria son una expresión del mal. Ganar dinero es una expresión del mal. El comercio es el mal. La riqueza es el mal. Siempre, siempre, es malo sacar algo de la tierra, no importa lo que sea. La extracción de cualquier cosa es un mal más allá de todos los demás males y conducirá a la muerte de los osos polares y al fin del mundo tal como lo conocemos. Todo lo que se extrae de la tierra es tóxico, independientemente de que sea carbón, mineral de hierro o uranio. Todo lo que se extrae de la tierra hará que la gente que vive en las ciudades cercanas tosa, se ahogue, pierda el pelo, sus encías sangren y finalmente mueran, poco antes de que sus casas se inunden, sean destruidas por un terremoto provocado por el hombre o salten por los aires de alguna manera.

Como ya he mencionado, últimamente he visto innumerables películas que siguen estos preceptos al pie de la letra, por lo que uno ya sabe exactamente lo que va a ocurrir en ellas. Pero eso está bien, porque la gente hoy en día no quiere ver ningún drama verdadero, sino sólo la validación de sus necios prejuicios. Por cierto, la película sobre la mina sueca se basa supuestamente en hechos reales. Salvo que en el suceso real no murió nadie, la ciudad quedó intacta y la mina sigue abierta hoy en día.

  • Rod Liddle, publicado originalmente en The Spectator
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