El Debate de las Ideas
Lecciones de Tolkien para los fracasos de Hollywood
Toda su grandeza le vino de saber qué es lo que hace que una historia sea buena, lo que requiere saber algo sobre la verdad de lo que es ser humano y de lo que importa realmente en la vida
Hollywood ha perdido el rumbo y está cosechando numerosos fracasos en lo que deberían ser éxitos cinematográficos. La otrora imprescindible franquicia Marvel se ha convertido en una máquina de producir fiascos. En manos de Disney, el universo de Star Wars está perdiendo el interés que aún le quedaba. Y tras un debut mediocre (en el mejor de los casos), Amazon tiene previsto estrenar la segunda temporada de El Señor de los Anillos: Los Anillos del Poder a finales de este año y a nadie parece importarle, y mucho menos entusiasmarle.
El material original de la última de estas franquicias nos da algunas lecciones de las que los chapuceros guionistas actuales podrían aprender… si tuvieran la humildad necesaria. Examinar cómo Tolkien escribió y revisó sus relatos revela por qué sus resultados finales fueron mucho mejores que los de Amazon. Es especialmente valioso descubrir cómo se daba cuenta de que estaba cometiendo un error y cómo lo corregía.
Un excelente ejemplo de ello es la evolución de «El saneamiento de la Comarca», un capítulo del final de El Retorno del Rey. Esta parte de la historia, que se omitió en la adaptación cinematográfica de Peter Jackson, cuenta cómo los hobbits regresan a casa y salvan la Comarca de los bandidos humanos que se habían apoderado de ella. Se trataba de un capítulo crucial. Tolkien se tomó su tiempo para atar todos los cabos sueltos de su epopeya y «El saneamiento de la Comarca» no sólo cuenta la última acción de la historia, sino que completa en gran medida el arco de ciertos personajes: tanto de los hobbits como de Saruman.
A pesar de que había previsto esta parte de la historia desde mucho antes y la había anunciado en varios momentos, Tolkien tomó inicialmente un camino equivocado. Al escribirla, le dedicó, tanto en la trama como con los personajes, mucha más atención que en los capítulos precedentes de El Retorno del Rey, incluyendo el clímax épico del «Monte del Destino». Como observa Christopher Tolkien en Sauron Derrotado, el volumen en el que se publicaron los distintos borradores: «Es muy llamativo que aquí, prácticamente al final de El Señor de los Anillos y en un elemento del conjunto que mi padre había meditado durante mucho tiempo, la historia cuando la escribió por primera vez fuera tan diferente de su forma final».
Gracias a Christopher, que como albacea literario de su padre organizó y publicó gran cantidad de material adicional, podemos ver el desarrollo de la obra de Tolkien, de borrador en borrador. Observar cómo revisaba la historia proporciona valiosas lecciones de narración para los guionistas y directores de hoy en día.
El más obvio de los problemas del primer borrador estaba en su mismo argumento. Tolkien todavía mantenía a Gandalf con Frodo, Pippin, Sam y Merry cuando llegaban a la Comarca, pero no podía haber ni drama ni desarrollo de los personajes de los hobbits si tenían a la persona más poderosa de la Tierra Media con ellos. Tolkien se dio cuenta inmediatamente de este error y decidió que Gandalf debía quedarse atrás.
En cambio, no fue hasta el segundo borrador cuando Tolkien se dio cuenta de que también era un error que los hobbits que regresaban se refugiaran en la granja del granjero Cotton y que sólo liberaran la Comarca tras luchar contra una banda de rufianes. Este combate aislado en la granja no sólo era un error táctico de sus héroes, sino también una distracción respecto de un escenario en el que los hobbits de la Comarca se defendieran por sí mismos: aunque se trataba de una batalla pequeña, era al fin y al cabo el último choque bélico de toda la epopeya.
Inicialmente Tolkien tampoco tenía claro quién sería el villano. En el primer borrador, Saruman aparecía como un mendigo en el desierto y Sharkey no era más que un jefe de bandoleros al que Frodo mataba en combate singular. Esto ilustra los problemas de caracterización de los primeros esfuerzos de Tolkien en este capítulo: el villano era un bandido más y Frodo había regresado de sus duras pruebas como un guerrero más, no como el hobbit herido y solitario que no encontraba descanso ni curación en la Tierra Media.
Al reintroducir a Saruman, Tolkien se vio obligado a revisar su superficial caracterización de Frodo en este capítulo. En lugar de presentarlo como un ardiente guerrero, Frodo es mucho más prudente. Ha aprendido a tener piedad y sus heridas le han dado sabiduría. Ha crecido hasta situarse por encima del mago caído, que lo odia por ello. Sin duda, a Tolkien le gustaba la imagen que inicialmente se hizo de Frodo, enfrentándose a Sharkey él solo, como «una pequeña y gallarda figura vestida con mithril, como un príncipe elfo». Pero era una imagen errónea y Tolkien acertó al descartarla pues la imagen de Frodo como guerrero no es ni mucho menos tan convincente como la de Frodo mostrando piedad hacia Saruman y la amarga constatación de esto por parte del mago caído.
«¡No, Sam! —dijo Frodo—. No lo mates, ni aun ahora. No me ha herido. En todo caso, no deseo verlo morir de esta manera inicua. En un tiempo fue grande, de una noble raza, contra la que nunca nos hubiéramos atrevido a levantar las manos. Ha caído, y devolverle la paz y la salud no está a nuestro alcance; mas yo le perdonaría la vida, con la esperanza de que algún día pueda recobrarlas».
Saruman se levantó y clavó los ojos en Frodo. Tenía una mirada extraña, mezcla de admiración, respeto y odio.
Has crecido, Mediano —dijo—. Sí, has crecido mucho. Eres sabio, y cruel. Me has privado de la dulzura de mi venganza, y en adelante mi vida será un camino de amargura, sabiendo que la debo a tu clemencia. ¡La odio tanto como te odio a ti! Bien, me voy, y no te atormentaré más. Mas no esperes de mí que te desee salud y una vida larga. No tendrás ni una ni otra. Pero eso no es obra mía. Yo sólo te lo auguro.”
Ésta es una escena mucho más dramática que la de Frodo matando a un bandido. El encuentro termina con Saruman, que se ha salvado, descargando su maldad contra Lengua de Serpiente, que finalmente se revuelve contra él. El contraste con Frodo es claro, pero no forzado. Es una resolución natural, aunque inesperada. La piedad de Frodo fue su salvación frente a su debilidad al final de su misión para destruir el Anillo, mientras que Saruman muere a causa de su persistente rencor y crueldad.
Las revisiones que Tolkien realizó hicieron que el capítulo pasara de ser un apéndice poco satisfactorio en un extenso desenlace a una parte esencial y catártica de la conclusión de la epopeya. No es sólo que veamos a Saruman recibir su merecido y a los hobbits alzarse junto con Merry, Pippin y Sam, convertidos en sus líderes. Eso forma parte del relato, como también lo hace el hecho de que el lector regrese junto a los hobbits con los que comenzó la historia, lejos del estilo y las escenas épicas con las que concluye la trama principal.
Pero aún mostrándonos eso, seguimos contemplando fracasos y heridas que no pueden curarse. El Señor de los Anillos no es una historia facilona con un sencillo final feliz en la que el precio de la victoria es barato. De hecho, Tolkien escribió de tal modo que incluso la merecida muerte de un villano era vista como una pérdida, ya que había sido grande y noble una vez, y todavía podría haber sido redimido, si hubiera decidido serlo.
Los escritores actuales podrían aprender muchas lecciones observando cómo Tolkien reelaboró este material, desde la importancia de no proyectarse uno mismo en el texto hasta la de asegurarse de que los obstáculos son adecuados a la estatura de los héroes, algo que habría sido imposible si Tolkien hubiera mantenido a Gandalf con los hobbits. Podrían también aprender que la trama funciona mejor cuando se apoya en una buena caracterización, ya que el desarrollo coherente y convincente de los personajes es la base de una gran narración. Y, tal y como demuestra el que Tolkien descartara a Frodo luchando contra el jefe de los bandidos en combate singular, los personajes deben dar pie a las imágenes, y no al revés. Son modos de abordar un relato que contribuirían, y mucho, a elevar el nivel de las historias que fabrican empresas como Amazon, Disney y Marvel.
Pero crear verdaderos clásicos requiere aspectos de Tolkien que los creadores modernos no pueden emular fácilmente, como su sincero y convencido cristianismo y su amplia y rica erudición, especialmente su profundo conocimiento de los mitos del norte de Europa. Tolkien tenía una fe sólida y una potente cultura, por lo que también era capaz de comprender y apreciar profundamente otras culturas. Esto es mucho más de lo que puede decirse del actual entusiasmo por la «diversidad» y el «multiculturalismo», que a menudo es sólo una fina capa superficial.
Escribir personajes convincentes requiere comprender la naturaleza humana (o hobbit). Desarrollar tramas persuasivas requiere conocer algo también persuasivo. Y los guionistas, directores y presentadores actuales suelen tener un conocimiento muy superficial de la naturaleza humana y no conocen nada más persuasivo que unas cuantas palabras de moda (¡diversidad! ¡una protagonista femenina y fuerte!) y el deseo de ganar dinero. Así pues, tras haber quemado el capital cultural del pasado junto con cualquier resto de buena predisposición de los fans, se dedican a echar frenéticamente ingredientes a la mezcla en un intento de encontrar una combinación ganadora: ¡Indiana Jones geriátrico! Galadriel: ¡la princesa guerrera! ¡Héroes Marvel en un nuevo y soso multiverso! No es de extrañar que el público les dé la espalda; al final, incluso los fans más acérrimos pierden el entusiasmo por otro espectáculo de imágenes generadas por ordenador protagonizado por personajes incoherentes que en el fondo no nos importan lo más mínimo.
Estudiar cómo Tolkien revisaba sus historias puede enseñarnos muchas lecciones sobre la mecánica de la narración. Pero toda su grandeza le vino de saber qué es lo que hace que una historia sea buena, lo que requiere saber algo sobre la verdad de lo que es ser humano y de lo que importa realmente en la vida.
- Nathanael Blake, publicado originalmente en The Catholic World Report