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Andrés Amorós

Un paseo taurino por Sevilla

Cualquiera de los visitantes que acude ahora a la Feria de la Abril, ya sea a la «de farolillos» o a la de los toros, puede comprobarlo con un grato paseo por el casco histórico de la ciudad

Exhibición de Enganches de la Real Maestranza de Caballería de la Feria de Abril en la plaza de la Maestranza de Sevilla (año 2016)EFE

Uno de los innumerables atractivos que posee Sevilla es la conservación de un ambiente taurino, que refleja la enorme riqueza de su historia. Cualquiera de los visitantes que acude ahora a la Feria de la Abril, ya sea a la «de farolillos» o a la de los toros, puede comprobarlo con un grato paseo por el casco histórico de la ciudad.

El comienzo no puede ser otro que la Plaza de los Toros : así reza su título y así defendía llamarla mi amigo Antonio Burgos, defensor a ultranza de todas las esencias sevillanas. Al acercarnos a la Puerta del Príncipe, por la que sueñan salir a hombros todos los toreros, podemos saludarla como hacía Juncal, con un piropo: «Buenos días, mi reina. ¿Has descansao bien? Y yo me alegro»…

Esta Plaza y la de Ronda son los dos grandes cosos dieciochescos, de la época de Goya. No es un edificio exento, como las Plazas Monumentales, sino que está integrado en el caserío del Arenal sevillano. Se accede por muchas puertas; algunas, disimuladas, como si se tratara de una casa más del barrio. Puede visitarse un interesante Museo Taurino.

Todo en ella respira severa elegancia neoclásica: los arcos, las columnas, el ruedo elíptico, la cal blanca, en contraste con el dorado albero… Como tantas casas sevillanas, tiene hasta su blanca azotea, con un pretil, desde el que se divisa Triana y, al concluir las corridas, se ve el melancólico discurrir de las aguas del río.

Fachada de la Plaza de Sevillavisitaplazadetorosdesevilla.com

Imagen del Museo Taurinovisitaplazadetorosdesevilla.com

Es propiedad de la Real Maestranza de Caballería, que la conserva impecable, cuidadísima, como lo que es: un precioso monumento histórico. La armonía del recinto y la especial sensibilidad de los sevillanos convierten cada corrida, allí, en un espectáculo de una estética única.

Al lado mismo de la Plaza, en una mínima placita, está el monumento a Curro Romero, en su típico desplante, para rematar una serie de lances: allí se citan bastantes aficionados, antes de las corridas, y se hacen fotografías sin parar los turistas.

En frente, junto al río, podemos ver los monumentos a dos hermanos que fueron, los dos, primeras figuras del toreo: Pepe Luis, en su personal creación del «cartucho de pescao», y Manolo Vázquez, citando al toro de frente.

Estatua de Curro RomeroCreative Commons

Al lado del coso, en la calle Adriano, está la taurinísima capilla del Baratillo. Dentro de la Plaza, prácticamente, forman los Hermanos del Baratillo para su Estación de Penitencia. En el llamador de plata del paso de palio de la Virgen de la Soledad, sostienen un capote dos angelitos toreros; uno de ellos, con la montera puesta. El mítico Pepe-Hillo, autor de la primera Tauromaquia o arte de torear (1796) regaló la imagen del Patriarca San José.

Cruzando el puente, un breve paseo nos conduce a Triana: a la entrada, en la Plaza del Altozano, vemos la estatua de Juan Belmonte, el genial revolucionario del toreo, que inspiró a Manuel Chaves Nogales su Juan Belmonte, matador de toros, uno de los libros de tema taurino más atractivos que existen. El autor del monumento fue Venancio Blanco, un gran escultor, hijo del mayoral de una ganadería brava salmantina.

Monumento a Juan Belmonte en SevillaJunta de Andalucía

Aunque pueda extrañarles a los que vienen de fuera, aquí se sabe de sobra que Sevilla y Triana, tan cercanas, tienen sensibilidades opuestas: lo apolíneo y lo dionisíaco, respectivamente, por resumirlo en una fórmula. En los toros, Joselito representaba el sereno clasicismo sevillano; Juan Belmonte, el apasionado barroquismo trianero. Los dos, juntos, protagonizaron la Edad de Oro del toreo.

Volvemos al casco histórico sevillano. En la Alameda de Hércules tenía su casa Joselito el Gallo, al que llamaron «El rey de los toreros». Supone la cumbre del toreo clásico, basado en la lidia, el conocimiento del toro y el dominio de todas las suertes.

En esa misma Alameda están la casa y el monumento a Chicuelo, uno de los máximos representantes del estilo sevillano, con su unión de gracia, pinturería e imaginación.

El monumento a Joselito el Gallo se inauguró hace tres años, delante de la Basílica de la Macarena, de la que el diestro era muy devoto. Un ejemplo: toreaba siempre con una medalla de la Macarena colgada al cuello desde que, en San Sebastián, una tarde, un pitonazo del toro se estrelló contra la medalla, aplastándola: así se libró el matador de una grave cornada en el pecho. Cuando un toro mató a Joselito, colocaron a la Macarena un manto negro, de luto.

En la Alfalfa, una de las Plazas sevillanas más populares, hay que recordar al Espartero, el ejemplo del valor más temerario. En el siglo XIX, era tan popular que, en Sevilla, decían, «se comía a lo Espartero, se fumaba a lo Espartero, se andaba a lo Espartero, se peinaba a lo Espartero». Cuando lo mató el toro Perdigón, de Miura, lo cantó Fernando Villalón: «»Malhaya sea Perdigón, / el torillo traicionero (…) / Ocho caballos llevaban / el coche del Espartero”.

Del torerísimo barrio de San Bernardo eran los Vázquez, ya citados. A comienzos del siglo XIX, allí se crio también Curro Cúchares, que dio nombre al arte del toreo. Cuando toreó en París, brindó a Napoleón III, en francés macarrónico: «Brindo por , por la mujer de y por todos los vusitos».

El paso de Nuestro Padre de Jesús de Nazaret de la cofradía de Pino Montano por una calle de su barrioEFE

Alejándonos un poco del centro, debemos visitar Pino Montano, donde vivía Ignacio Sánchez Mejías, esa figura excepcional: torero, escritor, deportista, presidente del Betis y de la Cruz Roja, mecenas y amigo de los poetas del 27. En su casa recibió a aquellos jóvenes poetas que visitaron Sevilla para homenajear a Góngora, en su centenario: así nació, simbólicamente, la generación del 27.

En Pino Montano les organizó Ignacio una fiesta «moruna». Todos ellos se disfrazaron con chilabas. Fernando Villalón hizo experimentos de hipnotismo. Dámaso Alonso recitó de memoria los 1.091 versos de la Primera Soledad, de Góngora, que evoca al toro celeste: «Era del año la estación florida / en que el mentido robador de Europa…» Luego, Manuel Torre cantó lo que él llamaba «las placas de Egito»: en realidad, una versión flamenca del popularísimo «¡Ay, ba!», de La corte del Faraón, que él había escuchado en unos viejos discos («placas») de gramófono…

El paseo taurino puede concluir en el hermoso cementerio de San Fernando, con su tono becqueriano. Allí están enterrados bastantes toreros: Juan Belmonte, Manolo Vázquez, Paquirri… Destaca claramente el monumento funerario a Joselito, de Mariano Benlliure, realizado por encargo de Ignacio Sánchez Mejías: varias figuras portan el ataúd abierto del héroe. Impresiona el contraste entre el dolor del coro popular, en bronce, con la serenidad del héroe muerto, en mármol blanco. Es la obra maestra indudable de la escultura taurina.

Panteón del matador de toros, José Gómez Ortega 'El Gallo' (1895-1920), realizado por el escultor valenciano Mariano Benlliure en el cementerio de San Fernando (Sevilla)EFE

Hay muchos más lugares que un aficionado a los toros debe visitar en Sevilla pero conviene tener sentido de la medida, no alargar la faena, para no cansar al paseante. Si decide descansar, a la caída de la tarde, le recomiendo que se siente a tomar algo junto al río, en cualquier terraza de la calle Betis, en Triana. Desde allí, tendrá una imagen insólita de Sevilla y su Maestranza: una auténtica belleza.