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El escritor Enrique García–Máiquez

Enrique García–Máiquez: «Existe una llamada universal a la hidalguía, incluso para los empresarios»

La nobleza en el mundo de los negocios: desde el «espíritu de aventura» y el amor al trabajo bien hecho, hasta su compromiso social y su vocación de libertad y contrapeso frente al poder del Estado.

Hay épocas en que los villanos se esconden tras la máscara de la hipocresía, porque saben que la sociedad no tolera la actitud innoble. En otras épocas —quizá sea la nuestra— los canallas se jactan de sus fechorías, de sus fraudes, de sus mentiras y deslealtades y «cambios de opinión». Esas son épocas en que la gran parte de la población ha desertado de la altura moral, puede que debido a la corrupción que el dinero o los placeres fáciles suelen provocar. Por eso escribió C. S. Lewis hace ochenta años: «nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros». Esta fue una de las frases que pronunció el colaborador de El Debate Enrique García–Máiquez, cuando recibió el I Premio de Ensayo Sapientia Cordis de CEU Ediciones gracias a un texto sobre la necesidad de nobleza y que hoy sale de la imprenta con el título Ejecutoria: una hidalguía del espíritu.

Nobleza

Para charlar sobre el libro, el IESE (Madrid) ha organizado —de la mano del profesor Ricardo Calleja, y dentro del Foro Rafael Termes— un coloquio centrado en esta cuestión: «¿Es posible la nobleza de espíritu en la empresa?». Tras la bienvenida de Calleja —«lector primigenio que ayudó a corregir el libro», según palabras del autor—, García–Máiquez dijo: «Existe una llamada universal a la hidalguía». Y apostilló: «incluso para los empresarios». Aludiendo a pensadores diversos, también a los estoicos, recordó el ideal de democracia de Chesterton: «no que el Duque de Norfolk sea como todos, sino que todos sean como el Duque de Norfolk». La excelencia como aspiración del corazón noble. Y, en este contexto, señaló que dentro de «los doce libros que enseñan en qué consiste la nobleza de espíritu» él coloca las aventuras de Corto Maltés, un pirata —«caballero de fortuna»—, porque «si un pirata puede ser noble, cuánto más un empresario».

Socialismo y capitalismo

Según García–Máiquez, existe una serie de vectores constantes de la hidalguía que se adaptan a cada tiempo, lo cual hace de ella una empresa difícil, pues la nobleza implica la lucha contra «dragones». Recurriendo a Tocqueville y Thomas Mann (su novela Los Buddenbrook), este poeta y profesor asegura que, para que una sociedad funcione, es necesario que exista una aristocracia —en nuestro siglo, burguesa, empresarial, financiera— que, mediante la nobleza, haga frente «al socialismo y a los excesos del capitalismo». En este sentido, cree que hoy en España «nos falla la aristocracia». Como sostenía Chateaubriand, la aristocracia atraviesa tres fases: la del esfuerzo, la de la consolidación y los privilegios, y, por último, la de la vanidad, la cual lleva a la extinción.

Su propuesta de hidalguía empresarial se define por cinco puntos, el primero de los cuales es «el espíritu de aventura». Para explicarlo, reconoció: «los que somos funcionarios, no podemos ser ejemplo de espíritu de aventura», aunque compensó esta afirmación con un aserto de Péguy: «los hombres casados son los grandes aventureros del mundo moderno». En todo caso, «quien no asume el riesgo al fracaso, nunca será noble». Por eso, la hidalguía requiere fijarse más en las virtudes de la audacia que en las de la mesura: liberalidad frente a ahorro, valentía frente a prudencia.

Trabajo y dinero

Al mismo tiempo, y como segundo aspecto, García–Máiquez habla de la «valoración del trabajo y del dinero», lo cual constituye una crítica al modelo de la Antigua Grecia y de la hidalguía castellana, que optaba por el ocio frente a la ocupación profesional; «el ocio de griegos e hidalgos no compensa, si se es dueño de esclavos o se vive en la mentira de la apariencia», en referencia implícita al amo que tuvo Lázaro de Tormes que, esforzándose en mostrar su antigua nobleza, no era más que un hambriento que sobrevivía en la miseria. En este sentido, alabó el cambio de paradigma que arranca con el Evangelio: «Cristo era hijo de un carpintero», y Zaqueo —por su éxito en los negocios— debería ser nombrado «patrono del IESE». En consecuencia, el hidalgo empresarial debe gestionar «el dinero con naturalidad», sin poses de exquisitez impostada, como Antonio Gala, quien, a pesar de sus millonarios emolumentos, se jactaba exclamando: «¡El dinero, qué asco!». Continuando con su modelo de «Norfolk», añade García–Máiquez lo que suele anotar a sus alumnos de Formación Profesional: a lo largo del año pueden tener, cuando trabajen, más de 140 días libres (vacaciones, festivos, fines de semana), de modo que están en disposición de gozar de 140 días para vivir «un ocio propio de un Duque de Norfolk».

El tercer punto que desgrana García–Máiquez es el «amor al patrimonio y a la obra bien hecha». Porque es el mejor modo de abandonar este mundo dejando un legado tanto a la sociedad como a los hijos. «El patrimonio supone libertad y el matrimonio, lealtad»; y, por tanto, son dos circunstancias que ennoblecen. En cuarto lugar, el autor de Ejecutoria destaca la necesidad de «dimensión social» para el hidalgo de la empresa. No se trata, según García–Máiquez, de la llamada «responsabilidad social corporativa» —de la cual recela, si consiste en plantar árboles en lugares lejanos—, sino de que el producto que se fabrica o el servicio que se brinda sea de máxima calidad, y se defina por la «plusvalía de la generosidad». En este sentido, añora aquella época en que las empresas repartían regalos de Reyes Magos a los hijos de los empleados, y también el sentimiento y orgullo de pertenencia a una organización con valores, estabilidad y en la que se respira casi un aire «medieval, de jerarquía», como el contexto de samuráis que parece persistir en ciertos entornos corporativos nipones hoy. Lo cual va unido al «agradecimiento a los mayores» y a todos aquellos de quienes uno ha aprendido. El noble no se contempla como «un hombre hecho a sí mismo». De otra parte, este orgullo corporativo también requiere la debida valoración por parte de los directivos.

El quinto aspecto de esta nobleza empresarial es su vocación de libertad, de contrapeso al poder del Estado. Una nobleza que permite, mediante el complemento de otras noblezas, que cada empleado pueda hacer «de su casa un castillo».