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Dietrich Bonhoeffer

Dietrich Bonhoeffer

El Debate de las Ideas

Nihilismo en la Alemania nazi y hoy en día

El martirio de Bonhoeffer es un modelo de resistencia. Y Thielicke, con su profunda y consciente preocupación por la antropología y la condición humana en una época de caos político y moral, también debería ser tomado en cuenta

Recientemente mi querido amigo y colega Fran Maier ha llamado la atención sobre la importancia de Dietrich Bonhoeffer, señalando que este año se cumple el nonagésimo aniversario de la Declaración de Barmen, en la que una serie de destacados teólogos de la Alemania nazi se opusieron públicamente a los «cristianos alemanes» que abogaban por buscar un acomodo con el nazismo. Bonhoeffer fue uno de los firmantes.

Posiblemente sea Bonhoeffer el teólogo alemán más famoso entre los que se opuso a Hitler y al nazismo, pero no fue el único. Otro de ellos, cuya voz resuena aún hoy, es Helmut Thielicke, teólogo y pastor luterano. Al igual que Bonhoeffer, Thielicke fue perseguido por los nazis, aunque sobrevivió. Gran erudito, escribió sobre ética y teología, así como una poderosa crítica de Bultmann. Muchos de sus sermones y conferencias fueron recopilados y publicados.

Descubrí a Thielicke cuando compré un ejemplar de El hombre en el mundo de Dios en una librería de segunda mano a finales de los años ochenta. Se trata de una serie de conferencias sobre el Catecismo Menor de Lutero que pronunció en la catedral de Stuttgart a principios de la década de 1940. Lo que me llamó la atención fue que la serie continuó durante los bombardeos aliados de la ciudad. Thielicke sabía que cada conferencia que daba podía ser el último comentario del Evangelio que escucharían algunos de quienes asistían a las mismas. Esto les daba una urgencia y una relevancia que no suelen ser comunes. Quizá el comentario de Richard Baxter sobre predicar como un moribundo predicaría a otros moribundos no se haya aplicado nunca a nadie con tanta precisión como a Thielicke en Stuttgart durante la guerra.

Hacía muchos años que no leía a Thielicke, hasta que hace poco descubrí un libro suyo del que nunca había oído hablar: Nihilismo: su origen y naturaleza, con una respuesta cristiana. Esta obra es asombrosa, pues identifica el problema que está en el centro de nuestra cultura contemporánea: un colapso en el consenso cultural sobre lo que significa ser humano. El contexto del libro son los desafíos antropológicos planteados por el nazismo y el marxismo en el siglo XX, pero su argumentación sigue siendo plenamente válida hoy.

En el epicentro de los problemas de su época Thielicke veía el rechazo de dos principios básicos: la idea de que los seres humanos tienen un fin, un telos; y la noción de que los límites son buenos. En resumen, no estaba nada claro lo que significaba ser humano. En la práctica esto convertía al ser humano en cualquier cosa que su voluntad pudiera alcanzar, dadas las posibilidades tecnológicas disponibles en un momento o lugar determinados. Y ése era un componente clave del nihilismo.

La nuestra es una época de crisis antropológica en la que, como sociedad, no podemos ponernos de acuerdo sobre lo que significa ser humano

Desde la década de 1940 hemos asistido a avances tecnológicos asombrosos. La transformación de la humanidad, que ha pasado de ser algo dado, limitado y teleológico a una potencia cuyos límites y fines son meros problemas técnicos que hay que superar, se ha completado (al menos en el imaginario cultural). Irónicamente, la brillantez técnica humana ha servido para convertir a los seres humanos en algo que no tiene gran importancia. Somos las únicas criaturas del planeta lo suficientemente inteligentes y con voluntad como para habernos abolido a nosotros mismos.

Por supuesto que identificar límites y fines no siempre es tan sencillo como nos gustaría. ¿Quiebra los límites humanos el uso de aviones, calculadoras y antibióticos? Hay, de hecho, zonas grises. Pero la ruptura de ciertos límites y fines tiene un claro significado revolucionario. Cuando la vida misma y sus límites intrínsecos se convierten en problemas técnicos que hay que superar, los resultados antropológicos son dramáticos. Esto también genera cuestiones éticas para las que, como sociedad, carecemos de herramientas para contestar, precisamente porque la noción de lo que significa ser humano, que es el fundamento para poder ofrecer respuestas, es precisamente lo que los avances tecnológicos vuelven problemático. Cuando el aborto se considera un derecho humano básico y la eutanasia gana terreno en Occidente, la pregunta «¿qué es el hombre?» se convierte en una cuestión de gusto personal, no de consenso social. O tenemos la cuestión de los embriones congelados. Hemos creado algo a través de nuestras capacidades técnicas que revoluciona lo que significa ser humano sin ni siquiera darnos cuenta de que eso era lo que estábamos haciendo. Hemos creado un caos antropológico. No es de extrañar que no nos pongamos de acuerdo sobre qué hacer con los resultados de nuestras acciones.

Como Fran Maier ha explicado una y otra vez, la nuestra es una época de crisis antropológica en la que, como sociedad, no podemos ponernos de acuerdo sobre lo que significa ser humano. En este contexto, los teólogos que se enfrentaron a esta cuestión en la Alemania de los años 30 y 40 pueden ayudarnos. El martirio de Bonhoeffer es un modelo de resistencia. Y Thielicke, con su profunda y consciente preocupación por la antropología y la condición humana en una época de caos político y moral, también debería ser tomado en cuenta.

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