El Debate de las Ideas
Cuando Milgram encontró a Arendt: la obediencia y el mal
Los continuos cambios en nuestro sistema educativo están provocando la ausencia de instrumentos para adquirir pensamiento crítico
«O tempora, o mores!» exclamaba Cicerón en su exordio contra Catilina. Durante mis años de universidad aprendí que el periodismo y en general los medios de comunicación, tienen la responsabilidad y la libertad de informar y opinar sobre los asuntos que importan y preocupan a toda la sociedad. De ahí la perplejidad al ver cómo aquellos que son los garantes del derecho a la libertad de expresión, acusan a medios y periodistas no afines señalándolos en esa picota digital que son las redes sociales. Estos días tengo la impresión de no vivir en una sana democracia. George Steiner dijo «nuestra palabra es el texto» por tanto, el periodista, el buen periodista, necesita seguir creyendo en lo valioso de su testimonio para revelar los hechos frente a la mentira política más allá del miedo a las consecuencias. La libertad de ejercer esta expresión es el eje de todas las libertades.
Hanna Arendt definió como «la banalidad del mal» todo el engranaje sobre el que se sustentó el exterminio que los nazis llevaron a cabo. Durante su juicio, Eichmann no demostró ningún sentimiento de culpa pues él «solo cumplía órdenes». En su tesis Arendt explicó que la maldad no radicaba en el hecho de que aquellas personas que habían perpetrado ese genocidio fueran monstruos, sino en que eran personas normales que había renunciado a su moral. Para que esto ocurra, solo se necesita una sociedad que no sepa pensar, de esta forma se obedecen órdenes y se cumple la ley sin pensar. La ausencia absoluta de pensamiento crítico.
Meses después de que Eichmann fuera condenado a muerte el psicólogo americano Stanley Milgram realizó una serie de experimentos para conocer hasta dónde un sujeto es capaz de obedecer a la autoridad, aunque ello supusiera renunciar a su sistema de valores y a su moral. El 65 % de los participantes llegó hasta el final, Milgram en sus conclusiones apuntaba que cuanta más obediencia, menos conciencia, cuanto más fiable es la autoridad, más factible que los sujetos lleguen más lejos obedeciendo y que cuanta más formación académica, menos propenso se es a obedecer.
Cuando la sociedad se alinea de forma irreflexiva con una ideología o grupo político está renunciando a la posibilidad de entender, de analizar, de cuestionar. Sin embargo, los continuos cambios en nuestro sistema educativo en detrimento de asignaturas como la Filosofía, la Historia y en definitiva las Humanidades, están provocando la ausencia de instrumentos para adquirir pensamiento crítico a pesar de lo cacareado del término en cada uno los planes de estudio aprobados por los organismos competentes. La realidad es que a los poderes fácticos poco o nada les interesan los individuos críticos y autónomos que no se dejan arrastrar por la palabrería y el matonismo que, desde la propaganda goebbelsiana, lanzan algunos partidos políticos en las redes sociales. Es claramente el uso del principio de la vulgarización: «Maquinaria del fango, fachosfera, barrizal de insultos, matones de la derecha, gente que apesta la tierra…».
Hoy la mayor amenaza al pensamiento crítico se encuentra en las redes sociales. Hanna Arendt afirmó que la verdad existe, pero que «las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público». El mayor y más trabajado espacio para dar rienda suelta a la posverdad se encuentra en todas estas plataformas que están provocando un sesgo cognitivo y sumergen a los usuarios del sistema en burbujas informativas alimentadas por algoritmos que anticipan preferencias y refuerzan las creencias existentes. Internet se ha convertido en el lugar que ha democratizado el conocimiento y donde, paradójicamente, se da la mayor uniformidad de patrones de comportamiento. Las redes sociales son poderosas herramientas para el control de la narrativa y la manipulación de la opinión pública.
Si Milgram hubiera hecho hoy su experimento, probablemente lo habría sustentado sobre la base del análisis del comportamiento de la masa en las redes sociales. Las campañas de desinformación y los algoritmos que sesgan el acceso pleno a todo lo publicado están provocando una terrible influencia en la percepción colectiva y, en consecuencia, la manipulación de la dirección en las discusiones políticas. Estos días, en un proceso epistolar sin precedentes, se habla de amor, de internacionales ultraderechistas (cualquiera con un mínimo de conocimiento de Historia sabe que esto es un oxímoron) o de complots en algunos medios digitales para justificar un ataque a la libertad de prensa, a la libertad de expresión y en definitiva a la democracia. Para que el mal triunfe solo se necesita no pensar.
- María Sánchez Martínez es vicedecana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo