El corazón torero vence a la tormenta de verano
El Presidente le niega a Manuel Escribano una merecida oreja
La tarde de calor bochornoso da lugar a una imprevista tormenta de verano. Hasta ese momento, durante la lidia del cuarto toro, los cárdenos de Adolfo Martín apenas habían dado opciones de lucimiento. Aunque mucho público huye, los tres últimos toros embisten cierta nobleza y, bajo el diluvio y el huracán, los tres diestros sacan su casta torera, en faenas con emoción. Luce su maestría Antonio Ferrera, hace una faena vibrante José Garrido.
En el quinto toro, Manuel Escribano realiza una lidia completa, con entrega absoluta, bien rematada con la espada. Los tendidos están medio vacíos, por el agua; el público se ha refugiado en gradas y andanadas pero una clara mayoría de los que aguantan allí pide la oreja, que el Presidente no concede: sin demagogia alguna, todavía no comprendo por qué. Supongo que algunos aplaudirán la decisión pero la gran mayoría lo abronca. La exigencia no se debe confundir con el puritanismo. En mi humilde opinión, la faena de Escribano merecía de sobra el trofeo, teniendo en cuenta todas las circunstancias en que se ha producido.
A sus 46 años, Antonio Ferrera ha vivido ya tres claras etapas: diestro atlético y populista, primero; torero clásico, en busca de la lidia total, después; ahora mismo, pasa temporadas en México y ha incorporado a su repertorio suertes vistosas, heterodoxas, que allí tienen gran eco. Ha abierto tres veces la Puerta Grande de Las Ventas. Hace 13 días sufrió una cornada, en México.
Saluda con su singular capote azul al primero, que acude al caballo con escaso celo. Sí, humilla pero es soso, embiste dormidito y flaquea un poco. Antonio le anda con su habitual soltura. El toro queda corto por la izquierda y va peor por la derecha, le propina un golpe. Ferrera machetea y mata caído, a la segunda. No hemos visto casi nada.
El cuarto, Malagueño, nombre ilustre de la ganadería, sí va de largo al caballo pero pierde las manos. Se la juega de verdad Ángel Otero en dos grandes pares. Se desata la tormenta pero Antonio aprovecha la bonancible condición del toro en algunos naturales muy suaves, relajados. Aunque las gotas de agua repiquetean y suenan los truenos, los que aguantan aplauden mucho una faena que rezuma madurez y gusto. Lo malo es que prolonga demasiado, suena un aviso y mata a la tercera. A pesar de todo, en la cara se le nota la satisfacción de la obra bien hecha.
Salto el orden de lidia. Cumplidos ya los treinta años, José Garrido, otro extremeño, es reconocido como un buen profesional pero no ha logrado llegar hasta la primera fila del escalafón.
El tercero, Sombrerillo, levanta una ovación: es muy guapo, veleto. De salida, embiste con alegría pero, después de varas, se para por completo. Javier Valdeoro se asoma bien al balcón, con los palos. Llega el toro a la muleta reservón, probón, sin transmisión ni entrega: no hay nada que hacer. La espada cae baja.
En último lugar aparece Tostadito, que supera los 600 kilos, es el más largo y alto de la tarde. Se luce Garrido en las verónicas de recibo. En el caballo, el toro se deja pegar, sin más. En medio de otra desbandada general, José le saca muletazos por los dos lados, en un trasteo vibrante, bien acogido, pero la estocada caída lo emborrona todo. Se ha justificado, al final, pero debe mejorar con la espada.
Actúa en segundo lugar el sevillano Manuel Escribano. En sus veinte temporadas como matador, ha realizado proezas históricas, como indultar a Cobradiezmos, de Victorino, y a Tahonero, el primer Miura que ha logrado este honor; o matar seis Miuras, en la Feria de Abril. También ha sufrido muy graves percances y los ha superado. Tiene una relación muy especial con la ganadería de Adolfo Martín. Con dos de esos toros, Madroñito y Español, ha sufrido dos de sus percances más graves; también indultó a Murcianito y triunfó rotundamente con dos Barateros, en Madrid y en El Puerto de Santa María, que marcaron su carrera.
Acude a porta gayola, como acostumbra, en el segundo: el toro se le para delante, con evidente riesgo. Luego, se queda corto en los lances, protesta en el caballo y, a la salida, pierde las manos. Coge Manuel los palos, igual que casi siempre: aunque el toro espera, solventa bien la papeleta, con facilidad, haciéndolo todo él. Brinda por televisión a su padre, vinculado al mundo taurino. El toro no humilla, no dice nada, el correcto trasteo no tiene emoción. Logra una buena estocada, aunque el toro echa la cara arriba.
El quinto, Aviador, es un torazo espectacular, cornivuelto. Bajo el diluvio, vuelve a irse Manuel a porta gayola y enlaza emocionantes verónicas. Este toro hace mejor pelea en varas que sus hermanos. Escribano se luce en el arriesgado par de banderillas por dentro y en el quiebro, al violín, en tablas. Los que aguantan el aguacero, le dan una gran ovación. En el centro del ruedo, comienza con un pase cambiado, un molinete y uno de pecho. Liga muletazos largos y templados por la derecha. En u natural, el toro se queda corto, lo empala y, en el suelo, lo busca: ¡con esos pitones! Vuelve a los templados derechazos y logra una buena estocada, sin puntilla. Los que pueden, sacan el pañuelo blanco pero el Presidente niega la oreja. ¿Por qué? Todavía no he logrado comprenderlo: la faena ha sido completa, variada, con una entrega absoluta, en unas circunstancias muy difíciles. Más allá del trofeo, no concedido, Manuel puede salir esta tarde muy orgulloso de Las Ventas.
Postdata
Acaba de publicarse el libro de Manuel Escribano y Antonio Ramírez de Arellano Tauromaquia y verdad (ed. El Paseíllo). Lo he leído con gran interés porque este torero cuenta sus experiencias con una sencillez y naturalidad fuera de lo común. Además de lo estrictamente taurino, me ha gustado mucho su ejemplo de superación de las dificultades. Resume sus experiencias de veinte años de alternativa en este párrafo:
«Escuché una vez una frase que me gustó y que hice mía. Luego me enteré de que es del escritor francés Víctor Hugo: ‘El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes, es la oportunidad’. Con lo último me quedo». Así lo ha vuelto a demostrar esta tarde, en Las Ventas, bajo el diluvio.
Ficha
- Madrid. Feria de San Isidro. Jueves, 6 de junio. Casi lleno. Toros de Adolfo Martín, serios, muy armados, de juego desigual: los tres primeros, muy deslucidos; los otros tres, nobles pero algo flojos.
- ANTONIO FERRERA, de blanco y oro con cabos negros, pinchazo y estocada caída (silencio). En el cuarto, 2 pinchazos, estocada y 3 descabellos (aviso, saludos).
- MANUEL ESCRIBANO, de lila y oro, buena estocada (saludos). En el quinto, estocada trasera (petición y vuelta, con gran bronca al Presidente).
- JOSÉ GARRIDO, de verde y azabache, estocada baja y 2 descabellos (silencio). En el sexto, estocada caída (ovación).