Heroísmo final de Paco Ureña
Se sobrepone a una fuerte voltereta para cortar el único trofeo de una corrida de Jandilla muy decepcionante
Siempre es justo y oportuno recordar y rendir homenaje a Antoñete, ídolo de Las Ventas, espejo de toreo clásico. Una tarde más, se pone el cartel de «No hay billetes». Por desgracia, el pobre juego de los toros de Jandilla-Vegahermosa (y dos sobreros de El Pilar) y el conformismo de Talavante dan al traste con todas las ilusiones hasta que sale el último toro, el único de verdad bravo, en el que Paco Ureña se sobrepone a una tremenda voltereta y, muy mermado de facultades, logra transmitir su emoción al público y corta el único trofeo. Nadie puede discutir su honradez ni su entrega.
Recuperado del problema de salud que le hizo interrumpir la temporada, vuelve Manzanares a Madrid: es una buena oportunidad para que recupere su puesto.
El primero, abierto de pitones, parece un toro para Pamplona (dicen que estuvo de sobrero en San Fermín, hace un año). Está cerca de los seis años, mansea mucho, vuelve del revés, sale de naja en el caballo, no hace ni caso a los banderilleros. En la muleta, sigue huyendo y prende a Manzanares. Cuando logra meterlo y sujetarlo en el engaño, los muletazos sueltos tienen mérito y cierta emoción. Madrid siempre ha sabido estimar la lidia adecuada de un manso. En la suerte contraria, como es lógico con un manso, mete la mano con decisión, aunque la espada queda desprendida.
No agrada el trapío del cuarto ni su forma de embestir ni su flojera: lo devuelven. El sobrero del Pilar también flaquea y también lo devuelven. El segundo sobrero, de la misma ganadería, ensillado, pierde los cuartos traseros de salida. Todavía gusta menos, cuando embiste sin celo, a media altura, y flaquea: no transmite la menor emoción. Suenan palmas de tango. Mata a la tercera.
Talavante ha sido el diestro que ha toreado más tardes en San Isidro pero sus actuaciones irregulares no han estado a la altura de eso. Para la afición madrileña, lo peor es que le tocó un gran toro de Santiago Domecq y que no lo cuajó como debe hacer una primera figura.
Acude a porta gayola en el segundo, algo que está fuera de su habitual repertorio. Liga suaves verónicas con los pies juntos. El toro hace pobre pelea en varas, sale distraído. Pronto liga Talavante naturales, con su conocida facilidad, pero no todos salen limpios. Aunque el animal embiste pronto, a veces protesta, sale suelto: la faena no cuaja. Mata a la segunda, suena un aviso, el toro se amorcilla: todo ha quedado a medias.
El quinto acude con alegría y fijeza al caballo de Manuel Cid, que se luce en un buen puyazo. El toro promete mucho pero, en la muleta, las esperanzas no se cumplen y el trasteo se diluye, con la lógica decepción. Abrevia Alejandro, se escuchan pitos, que aumentan cuando mata mal, sin confianza.
Paco Ureña dio la cara con los victorinos, en la Corrida de la Prensa; la afición madrileña lo sigue teniendo entre sus preferidos.
El tercero, de Vegahermosa, más pobre de cara, embiste cruzado de salida y pierde las manos, cuando lo pican. A pesar de eso, Paco lo brinda al cielo. No le duda, le baja la mano, pero el toro es soso, deslucido, sin ritmo. Otra faena sin brillo. Mata con habilidad.
Cuando sale el último, la tarde ha caído a plomo. Ovacionan al picador Juan Melgar. Brinda Ureña al diestro mexicano Arturo Macías. En la segunda serie, casi lo levanta. El toro es bravo, humilla mucho, transmite emoción. En seguida, le pega una fuertísima voltereta: cae el diestro sobre el cuello y la clavícula, se le ve aturdido y muy mermado, con un brazo casi inmóvil. Sobreponiéndose a todo, logra Ureña una estocada corta: clamorosa petición y oreja. Con auténtico heroísmo, ha salvado una tarde que estaba hundida en el abismo de los toros flojos y deslucidos.
POSTDATA. Antoñete, a cuya memoria se dedica esta corrida, fue, durante muchos años, el ídolo de Las Ventas. Era bohemio, desigual, pero tenía una clase excepcional. «Renació» taurinamente varias veces. Una de ellas, en 1966, con la faena al famoso toro «blanco» (en realidad, ensabanao) de Osborne: «A Atrevido no lo toreé, lo amé como se ama a una mujer. Cuando pasaba bajo mi mando, el placer me inundaba, temblaba por dentro, gozaba como nunca». Otra tarde, a sus naturales, Federico Jiménez Losantos los calificó como catedrales. El poeta Félix Grande resumió su gozo por haber visto una de sus grandes faenas: «¡Qué alegría asistir a una cosa tan seria!». Antonio había sido un pícaro de la dura posguerra pero toreaba como los ángeles. No era un santo, ni un ordenado funcionario, sino un auténtico artista: a él le debemos algunos de nuestros mejores recuerdos taurinos.
FICHA
- Madrid. Plaza de Las Ventas. Domingo 16 de junio. Corrida In Memoriam de Antoñete. «No hay billetes». Toros de Jandilla, deslucidos, incluido el tercero de Vegahermosa y los dos sobreros de El Pilar, lidiados en cuarto lugar.
- JOSÉ MARÍA MANZANARES, de rioja y azabache. Estocada desprendida (ovación). En el cuarto tris, dos pinchazos y estocada (silencio).
- ALEJANDRO TALAVANTE, de nazareno y oro, pinchazo y estocada (aviso, silencio). En el quinto, pinchazo, media atravesada y dos descabellos (pitos).
- PACO UREÑA, de verde y oro, estocada desprendida (silencio). En el sexto, estocada corta (oreja).