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08 de septiembre de 2024

La actividad sexual en el embarazo no afecta al feto

Una pareja posa al esperar un bebéPxhere

El Debate de las Ideas

Demografía y política familiar húngara

El nuevo gobierno consideró que la demografía es el problema estratégico nacional y dio prioridad a incentivar la maternidad

En 1992, P. D. James publicó Hijos de los hombres. La novela está ambientada en 2021 en el Reino Unido. Nos presenta un mundo en el que no han nacido niños desde 1995. La fertilidad masculina es nula desde entonces y ninguna mujer ha podido tener un hijo. La distopía de James presenta el colapso económico, social y político provocado por la falta de niños.

Nuestro mundo no está en esta situación. Sin embargo, las tasas de fertilidad están cayendo en picado en todo el planeta, especialmente en los países de la OCDE. Las estimaciones más conservadoras sitúan el pico de población mundial en torno a 2060, seguido de un declive hasta el siglo XXII. Muchos países se encuentran ya en pleno colapso demográfico, con las economías asiáticas más modernizadas a la cabeza. La tasa de fertilidad de Japón en 2020 era de 1,34, mientras que la de Corea del Sur era de un terrible 0,78 en 2022. Esta tasa es espantosa porque la tasa mínima de fecundidad de sustitución es de 2,1. Para que una población se mantenga las mujeres deben tener una media de 2,1 hijos o más. Este escenario de baja fecundidad puede sonar atractivo si tu idea de política medioambiental consiste en un mundo con menos seres humanos. Sin embargo, la distopía de James debería hacernos recapacitar sobre las ventajas del colapso demográfico.

Un mundo con menos seres humanos podría tener menos emisiones de gases de efecto invernadero, pero la contrapartida es la inestabilidad geopolítica y económica. Es un mundo que probablemente será más pobre, con menos contribuyentes, menos trabajadores y, en general, menos dinamizadores económicos, todos ellos teniendo que mantener, a menos que renunciemos al uso de medicamentos que salvan vidas, a una masa creciente de ciudadanos mayores ultradependientes.

Un problema muy del Primer Mundo

La cuestión del descenso de la población es algo a lo que los gobiernos nacionales no pueden escapar. Caben aquí distintos enfoques del problema. Por un lado, promover la inmigración, importando extranjeros a gran escala para intentar mantener el tamaño de una población en edad de trabajar declinante. El otro enfoque consiste en adoptar una política familiar que anime a la gente a tener más hijos.

Este último enfoque es el que ha asumido Hungría. Este planteamiento contrasta fuertemente con el del resto de la Unión Europea, donde, en 2022, el 44,4 % de la población de la UE tenía más de 44 años. En otras palabras, la población europea está envejeciendo rápidamente, un problema que se está abordando principalmente mediante unos niveles de inmigración neta sin precedentes.

El planteamiento de una alta inmigración es comprensible. Equilibrar, o al menos gestionar, los presupuestos es una tarea importante para los gobiernos modernos. A medida que el Estado del bienestar ha ido creciendo en alcance y complejidad a lo largo del último siglo, también lo han hecho los presupuestos nacionales, con el consiguiente aumento de la presión fiscal. La dependencia de los servicios públicos y de las prestaciones sociales ha aumentado. Al mismo tiempo, ha disminuido el número de personas que pagan esos servicios vía impuestos. Mientras tanto, los antiguos contribuyentes (jubilados) esperan, comprensiblemente, beneficiarse de este sistema de bienestar que ayudaron a financiar.

Muchos gobiernos occidentales hacen lo que pueden para que siga la fiesta. En Australia, igual que en Europa, los sucesivos gobiernos se han inclinado por la inmigración como solución. Australia es una nación de 25 millones de habitantes y, sin embargo, se prevé la llegada de un millón de inmigrantes en los próximos dos años, una decisión difícil de entender si se tiene en cuenta la crisis de la vivienda que azota actualmente a ese país.

¿Por qué actúa así el gobierno australiano? Muy sencillo: Australia necesita más gente. La tasa de fertilidad de Australia era de 1,58 en 2020 y lleva décadas por debajo del nivel de reemplazo. La situación es la misma en Europa Occidental, donde las tasas de fertilidad se han desplomado y la inmigración se ha disparado en las últimas décadas. Los países occidentales necesitan más estudiantes universitarios, más trabajadores cualificados, más taxistas, más limpiadores, (muchos) más trabajadores sociales, más médicos de cabecera y más gente en general.

A fin de cuentas, la inmigración –independientemente de sus indudables inconvenientes– significa más contribuyentes y más actividad económica en general. Pero muchos de los países de los que proceden los inmigrantes, especialmente en África y Oriente Medio, van camino de su propio colapso demográfico. Estos colapsos serán más tardíos que el experimentado por Occidente, pero la solución de apostar únicamente por la inmigración no es sostenible.

Nos queda pues la política familiar. En Hungría, En Hungría, la tasa de fertilidad a principios de siglo era inferior al 1,3 %. Cuando el gobierno conservador de Fidesz fue elegido en 2010, la tasa se acercaba al 1,2 %. El nuevo gobierno consideró que la demografía es el problema estratégico nacional y dio prioridad a incentivar la maternidad. Como resultado de esas políticas, la tasa de fertilidad de Hungría es de 1,52 en 2022.

Hungría es una nación que a lo largo de su historia ha estado sometida casi constantemente al dominio extranjero. A lo largo de su difícil historia, que incluye la dominación de los otomanos, los Habsburgo y luego el régimen comunista, el pueblo húngaro ha conservado su cultura propia. Todo esto subyace en el planteamiento de Fidesz sobre la cuestión demográfica. Ágnes Hornung, secretaria de Estado de Familia, lo explica así: «Queremos conservar la cultura húngara, la forma de pensar húngara y la lengua húngara». Las tasas de fertilidad por debajo de los niveles de reemplazo apuntan a una lenta pero inevitable desaparición de la cultura húngara. La política familiar es una de las herramientas que el gobierno húngaro está desplegando para hacer frente a esta situación.

La estrategia húngara

Desde su llegada al poder en 2010, el gobierno de Viktor Orbán ha aumentado cada año el gasto en políticas familiares. El importe para 2023 triplica el de 2020, lo que corresponde al 4,5 % del PIB, muy por encima del presupuesto en defensa, que recientemente se ha anunciado que aumentaría por encima del 2 %. La defensa es clave para el futuro de Hungría, especialmente a la luz de los acontecimientos geopolíticos al otro lado de la frontera nororiental, en Ucrania. Pero el gasto en políticas familiares es una prueba de la atención que presta el gobierno a las familias y a la fertilidad para el futuro de Hungría.

La prioridad política de la familia se inscribe en un marco constitucional más amplio. La Ley Fundamental, en vigor desde 2012, afirma que «la familia y la nación constituyen el marco principal de nuestra convivencia». Esta afirmación refleja la convicción de que la familia es la unidad básica de la sociedad.

Las disposiciones constitucionales de la Ley Fundamental de Hungría van aún más allá. En el artículo L se lee:

(1) Hungría protegerá la institución del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer establecida por decisión voluntaria, y la familia como base de la supervivencia de la nación. Los lazos familiares se basarán en el matrimonio o en la relación entre padres e hijos. La madre será una mujer; el padre, un hombre.

(2) Hungría apoyará el compromiso de tener hijos.

Todas las encuestas muestran que las parejas quieren tener más hijos de los que tienen, por lo que, además de proporcionar ayudas económicas directas, las políticas húngaras se diseñaron para garantizar que, en palabras de Hornung, “todo el que quiera tener hijos pueda hacerlo… la idea es eliminar las barreras para tener hijos".

Una parte importante de lo Ágnes Hornung, denomina el «giro familiar» está relacionada con el matrimonio: la mayoría de las prestaciones y ayudas de la política familiar están vinculadas al matrimonio. Los resultados han sido notables. El número de divorcios en Hungría se ha reducido de casi 24.000 en 2010 a 17.500 en 2022, un 27 % menos. Pero lo más impresionante es el número de matrimonios. En 2010 había 35.500 matrimonios. En 2021, el número se había más que duplicado, hasta 72.000.

Además, el gobierno de Fidesz ha puesto en marcha una compleja batería de políticas, con más de 30 medidas diferentes relacionadas no solo con el matrimonio, sino también con el trabajo: «No se trata de un planteamiento basado en las ayudas –explica Hornung–. El objetivo es que los padres vivan para sus hijos, no que vivan de sus hijos». Entre las medidas se incluyen diversas ayudas, préstamos sin intereses y beneficios fiscales. El sistema está diseñado para dar soporte al niño hasta la edad adulta. Algunas medidas ayudan a la estabilidad financiera desde el principio del matrimonio. Las parejas de recién casados reciben modestas ayudas mensuales durante 24 meses. Las personas que trabajan 40 horas semanales y tienen menos de 25 años reciben una ayuda económica del gobierno mensual. Estas políticas están diseñadas para ayudar a los jóvenes a prepararse económicamente para el matrimonio y la crianza de los hijos.

Una vez llegan esos hijos, se accede a más beneficios. Las parejas pueden acceder a un préstamo de hasta 10 millones de florines que se reembolsa sin intereses si tienen un niño en los 5 años siguientes a la solicitud. Las familias son libres de gastar este dinero en lo que deseen, y una vez que la pareja ha tenido tres o más hijos el gobierno paga la totalidad del préstamo por ellos.

El sistema de beneficios fiscales es también especialmente interesante. Estos beneficios fiscales, únicos en el mundo, incluyen una exención de por vida del impuesto sobre la renta de las personas físicas para cualquier mujer que tenga cuatro o más hijos. Pero no se quedan ahí. Gracias a esas ventajas fiscales, la familia media húngara con tres o más hijos no paga prácticamente impuesto sobre la renta. «También forma parte de nuestro programa político fomentar la maternidad temprana», dice Hornung, «porque la gente que empieza más joven tiende a tener más hijos». En consecuencia, las mujeres que dan a luz antes de cumplir los 30 años no pagan impuesto sobre la renta hasta que cumplen los 30.

Pero estos beneficios económicos se complementan con lo que algunos llaman «economía de las sillitas de coche». En 2021, los economistas del MIT Jordan Nickerson y David Solomon argumentaron que las leyes sobre sillitas de coche actúan como un método de barrera para los padres potenciales. En su artículo Car Seats as Contraception (Las sillitas de coche como anticonceptivo), afirmaban que «muchos coches no pueden llevar fácilmente tres asientos infantiles en la fila trasera de asientos. Esto incrementa especialmente el coste de un tercer hijo para muchas familias, al hacer necesaria la compra de un coche más grande».

Incluso leyes o condiciones de vida aparentemente inconexas, como la obligatoriedad de las sillitas de coche o el tamaño de las casas, pueden afectar a la fecundidad. Nickerson y Solomon sugieren que en los lugares donde se obliga a los niños mayores a usar sillita de seguridad en el coche se ha producido un descenso de la natalidad. Lo mismo ocurre con el tamaño de los pisos, pequeños por regla general en el entorno urbano húngaro. El gobierno húngaro ha detectado este problema e intenta resolverlo mediante generosos planes de préstamos, subsidios y préstamos hipotecarios a bajo interés para ayudar a comprar o renovar una vivienda.

Muchas políticas buscan también ayudar a los padres que trabajan a continuar sus carreras profesionales mientras tienen hijos. Hay subsidios para los abuelos que cuidan de sus nietos para ayudar a los padres que se reincorporan al trabajo. Desde 2010 se han establecido permisos de paternidad y maternidad cada vez más generosos y también se incentiva a las empresas para que adopten una mayor flexibilidad para los empleados que han sido padres. En Hungría, gracias a estas políticas familiares, la tasa de empleo femenino es un 5 % superior a la media de la UE.

Estas políticas se completan con otros incentivos fiscales, ayudas a los padres que se quedan en casa para cuidar a sus hijos, mayor financiación para plazas de guardería y libros de texto gratuitos para los escolares.

Una contrarrevolución cultural

Pero, ¿está funcionando? Hornung sostiene que, de momento, las cosas van por buen camino. «Si miramos las cifras, nuestras políticas son un éxito. La fecundidad es bastante más alta que en 2010. Y Hungría ha registrado el mayor aumento de la tasa de fertilidad de la UE». Pero también admite que la política familiar es a largo plazo: «Aplicar políticas familiares no es fácil. A corto plazo se está en desventaja frente a los países que apuestan por la inmigración». El gobierno de Fidesz se ha fijado el objetivo a largo plazo de que Hungría vuelva a los niveles de reemplazo en 2030.

Aquí aparece la cuestión de la cultura. Se dice que la política deriva de la cultura. Otro tanto parece suceder con la formación de la familia. Ross Douthat lo sugería en un artículo en Plough, cuando planteaba tres razones principales por las que la gente no tiene ese «hijo extra». En primer lugar, Douthat sugiere un declinar en la conexión entre miembros de sexos opuestos debido a los nuevos hábitos sociales fomentados por la tecnología que están «alejando cada vez más a los sexos». En segundo lugar, argumenta que «una sociedad rica ofrece más placeres cotidianos que son difíciles de dejar de lado de la forma que requiere la paternidad». Por último, Douthat afirma que la secularización ha eliminado la motivación propia del cristianismo a favor de la procreación: ya casi nadie cree en el mandato divino de «creced y multiplicaros».

Hornung reconoce el reto: «las medidas políticas no bastan. Hay que cambiar también la forma de pensar. Aparte de las medidas políticas, queremos reforzar los modelos familiares». Esto equivale a admitir que hay un límite a lo que la política puede conseguir en relación a las tasas de fertilidad. La prioridad que la mayoría de jóvenes dan a su carrera profesional y la idea de que la maternidad y la crianza de los hijos son un obstáculo para ello, es una construcción cultural de muy reciente elaboración. Como también lo es el priorizar el hedonismo sobre la tarea de formar una familia: las vacaciones en el extranjero y las comidas fuera de casa parecen anteponerse a la procreación.

Se echa en falta en este debate exponer la alegría de criar hijos. La gente no suele ser consciente de lo que significa ser padre o madre antes de la llegada de ese primer bebé. Ser padre o madre es una crisis existencial. El mundo de uno se derrumba y se reconstruye en torno a un conjunto completamente diferente de prioridades y responsabilidades. Estas responsabilidades a veces se eligen y a veces no. Algunas cosas que antes se valoraban pasan a un segundo plano e incluso desaparecen.

No existe un «contrato paternal» frío e impersonal por el que uno esté obligado por una ficción metafísica a cuidar del individuo abstracto recién llegado hasta que éste pueda valerse por sí mismo. Más bien, uno se convierte en padre de una persona para la que existen deberes y obligaciones que no se han elegido, pero que, sin embargo, tienen una especie de carácter sagrado no negociable. Estos deberes y obligaciones se adquieren con el nacimiento del hijo al que se ama de una forma total. Los costes financieros, las vacaciones y las carreras profesionales pueden interferir en esta experiencia. Sin embargo, no tienen por qué disminuir o eliminar las nuevas obligaciones que implica convertirse en padre. Existe una tensión aquí. Hay bienes que compiten y esta competencia puede resultar irresoluble. Tal vez no haya suficientes personas dispuestas a abrazar la experiencia de ser padres. ¿Significa esto que estamos condenados a un invierno demográfico? Mientras el cierre de escuelas en Japón recuerda inquietantemente el escenario distópico descrito por P. D. James, Hungría podría ser la excepción que confirma la regla.

  • Simon P. Kennedy, publicado originalmente en The European Conservative.
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