Cincuenta segundos para robar 'El grito' de Munch
El 29 de junio falleció el exfutbolista noruego Pål Enger, que pasaría a la historia por el saqueo de la obra
A la edad de 57 años, el pasado sábado 29 de junio, fallecía el futbolista Pål Enger. La jefa de prensa del club de fútbol Oslo Vålerenga Fotball, Tina Wulf, lo hacía público en un comunicado. Sin embargo, la vida de Enger no trascenderá por sus grandes gestas deportivas. Le bastaron 50 segundos para dejar su nombre escrito en la historia: consiguió robar El grito de Edvard Munch el mismo día en el que se inauguraban los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994 en Noruega.
Desde pequeño vivió en uno de los barrios más pobres de Oslo, en Tveita, donde era habitual la delincuencia juvenil, en busca de escapar de aquel estilo de vida. Él continuó trabajando en su pasión, buscando triunfar como futbolista. Pronto empezó a destacar en la faceta goleadora, lo que le facilitaría un contrato para la cantera de un club de la ciudad, el Vålerenga.
Entró en escena su amigo Bjørn. Gracias a su compañía, comenzó a combinar su profesión deportiva por las mañanas con la criminalidad en la noche. Se prohibieron a ellos mismos el consumo de drogas, la violencia y entrar en las casas de la gente de a pie. Lo que arrancó como esconderse chocolatinas desembocó en desvalijar joyerías. Relojes, coches y cajeros no podían frenar a esta dupla.
De chocolatinas a joyerías
Durante este tiempo, Enger había llegado a debutar con la primera plantilla de su club, compitiendo durante tres minutos en la Copa de la UEFA contra el Beveren de Bélgica. El fútbol no era el deporte más seguido en Noruega y así lo reflejaba el nivel de vida del plantel, quienes tenían que lavar en sus casas la ropa empleada en el entrenamiento y buscarse otro empleo paralelo. Algunos formaban parte del cuerpo de policía. Pål estaba hecho de otra pasta.
De lucir coches robados a portar los suyos propios, no pasaba desapercibida la excéntrica vida que comenzaba a llevar el joven ariete noruego. Tanto es así que customizó el que le cedieron por ser considerado uno de los mejores jugadores del país, dejando escrita la palabra penger, la primera letra de su nombre unida al apellido. En su idioma significa dinero.
A los 20 años, junto a su fiel compañero Bjørn, se dispuso a dar su mayor golpe hasta la fecha: una joyería de la que consiguieron 4,8 millones de coronas noruegas, que corresponde a una cuantía cercana al medio millón de euros en aquel momento. Dejándose llevar por la excitación del momento, decidieron cuál sería su próximo objetivo: El grito. En declaraciones a Sky, Enger reveló que la fascinación que sentía por esta pintura podría radicar en que su padrastro les pegaba a él y a su madre, gritándoles en todo momento, por lo que se tapaba los oídos, formando una silueta similar a la reflejada en la obra. Durante una salida del colegio al museo, sintió atracción, un amor a primera vista, que derivaría en un deseo irrefrenable de tenerlo entre sus manos. Incluso, llegó a acudir al museo varias veces durante una misma semana para poder verlo.
Un error de cálculo
El futbolista conocía perfectamente que la obra estaba localizada junto a una ventana y, ayudado por su amigo, se propusieron sustraerla el 23 de febrero de 1988. Colocaron una escalera, entraron en el museo y consiguieron hacerse con un cuadro. Tras darse a la fuga, se dieron cuenta de que lo que tenían entre sus manos no era el Munch que querían, pues se trataba de Amor y dolor. Se habían equivocado al contar las ventanas. Lo escondió en el techo del club de billar que regentaba, dejando a los policías que jugasen gratis.
Aunque él no quería deshacerse de la pintura, Bjørn comenzó a buscar un comprador que acabó siendo un informador de las autoridades, acabando entre rejas y devolviendo el cuadro. Los consecuentes cuatro años a la sombra no sirvieron para acallar el ensimismamiento por El grito y el próximo acontecimiento internacional era el momento perfecto para llevarlo a cabo.
Segunda oportunidad
Lillehammer había sido elegida sede de los próximos Juegos Olímpicos de Invierno, en 1994. Aunque Enger pretendía retomar su carrera tras su paso en prisión a los 24 años, se dedicó con más empeño a la planificación que a destacar en el Mercantile SFK, club de Oslo que competía en la segunda división. Hizo de la observación su rutina, replicando las visitas de cuando era niño. Esto le ayudó a comprobar que habían cambiado su localización, haciendo más fácil la operación.
A las seis y media de la mañana se repitió el procedimiento por segunda vez: dos personas salieron de un coche cargando una escalera y, después de una accidentada subida a la segunda planta, rompieron la ventana. Al salir, el Munch se les escapa de entre los dedos y cae al suelo, sin ningún daño que lamentar. No marcharon sin antes dejar una nota agradeciendo al Museo Nacional de Noruega su escasa seguridad.
Si bien detalló el plan, según su propia versión, no participó en su ejecución, ya que ese día se encontraba en su casa acompañando a su mujer embarazada. Tampoco Bjørn estuvo involucrado. Fue un hombre de mala vida que pernoctaba en la estación central de Oslo, supuestamente, a quien se le atribuyen los acontecimientos. Sin embargo, las grabaciones muestran a dos personas actuando en aquella mañana del 12 de febrero, pero su mala calidad hacía imposible reconocer a los autores.
Enger pasaba a ser el principal sospechoso, aunque su coartada lo protegía, llegando a mofarse de los policías que llevaban a cabo la investigación. El grito no aparecía y las teorías comenzaron a esparcirse. Pero Pål lo había enterrado bajo los tablones de la mesa en la que sus familiares se reunían a merendar cada tarde.
Gotas de cera
La dedicación policíaca a este caso propició el robo a bancos por la desatención en otras áreas. Por ello, las autoridades recurrieron a la policía metropolitana de Londres, quienes enviaron al especialista en crímenes relacionados con el arte, Charles Hill. Tras ganarse la confianza del círculo del futbolista con una identidad falsa, pretendía hacer una oferta enorme por el cuadro.
Para asegurarse de que se trataba del original, Hill estudió cada milímetro de la pintura y, tras reconocer las manchas de una de las esquinas, procedentes de unas velas que vertieron su cera sobre los trazos de Munch, atrapó a todos los ladrones. Todos acabaron libres porque quien les detuvo ingresó en el país con una identidad falsa. Enger, por su parte, agotó su condena de seis años y medio, pese a un testimonial intento de fuga.
En el año 2000, cuando volvió a reinsertarse, quiso obtener una nueva pieza de Munch. Esta vez, pagó dos mil euros en una litografía que no estaba firmada. Se dio a la pintura, aunque no abandonó su antigua vida por completo. En 2015 fue condenado por participar en la desaparición de diferentes cuadros del pintor noruego Harinton Pushwagner.