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'No existe la raza, existe el racismo', reza este cuadro en el Museo de los Trópicos, en Ámsterdam, Holanda

'No existe la raza, existe el racismo', reza este cuadro en el Museo de los Trópicos, en Ámsterdam, Holanda

El Debate de las Ideas

Comprender y desmontar la Teoría Crítica de la Raza

La solución definitiva al racismo es elevar nuestras miradas por encima de las meras consideraciones de poder y éxito, y considerar la llamada que Dios nos hace a todos

En su libro Que todos sean uno en Cristo, Edward Feser ofrece un análisis sucinto pero completo de la Teoría Crítica de la Raza, sus falacias lógicas y su carencia de fundamento en las ciencias sociales, así como la solución alternativa que ofrece la Iglesia católica al racismo: el amor a cada persona como hecha a imagen de Dios y comprada con la sangre de Jesucristo.

¿Qué es la Teoría Crítica de la Raza?

Un movimiento prácticamente desconocido hace pocos años es ahora, de la mano de un intenso activismo, cada vez más conocido. Para muchos, la Teoría Crítica de la Raza (TCR) parece ser el marco más plausible y coherente a través del cual comprender la historia del racismo y su impacto hasta nuestros días. Pero, como sostiene Edward Feser en Que todos sean uno en Cristo, la TCR es más perjudicial que beneficiosa para la armonía racial, un ideal al que sirven mucho mejor principios cristianos como los que propone la doctrina social de la Iglesia católica. En el libro de Feser los católicos, otros cristianos e incluso los no cristianos encontrarán gran ayuda para enfrentarse a la TCR y a los retos de vivir en una sociedad racialmente diversa.

La respuesta cristiana al racismo

El Compendio de la doctrina social de la Iglesia afirma:

La Encarnación del Hijo de Dios manifiesta la igualdad de todas las personas en cuanto a dignidad: « Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús » (Ga 3,28).

Puesto que en el rostro de cada hombre resplandece algo de la gloria de Dios, la dignidad de todo hombre ante Dios es el fundamento de la dignidad del hombre ante los demás hombres. Esto es, además, el fundamento último de la radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su raza, Nación, sexo, origen, cultura y clase.

Sólo sobre este principio fundamental, afirma Feser, es posible superar el racismo. La biología puede refutar muchas afirmaciones racistas, pero los racistas empedernidos siempre podrán encontrar diferencias genéticas entre razas que les sirvan para racionalizar sus prejuicios. Por ello, los defensores de la dignidad humana universal, como la Iglesia, apelan en última instancia a la naturaleza humana trascendente que todos compartimos en nuestra alma espiritual y que no puede reducirse a la genética.

Del alma de cada hombre, «aquello por lo que es particularmente imagen de Dios», brotan sus capacidades específicamente humanas de conocer y amar a Dios y a los demás hombres. Se crea así un «vínculo entre la persona humana y el Creador», dice la Iglesia, que fundamenta sus «derechos fundamentales inalienables, de los que Dios es garante». Es Dios, y no los padres, quien crea el alma. Ésta es inmortal y, tras separarse del cuerpo en la muerte, se reunirá nuevamente con él «en la resurrección final». Y si desarrolla su capacidad espiritual de amar, incluso la persona más humilde y menos instruida superará, después de esta vida, en la eterna gloria, a todos los reyes y papas que se contaban entre los poderosos de la tierra.

Teniendo en cuenta lo que enseña la Iglesia no es de extrañar que cuando apareció por primera vez la esclavitud basada en la raza a principios de la Edad Moderna, señala Feser, «la Iglesia la condenó inmediatamente en los términos más contundentes posibles». En 1537, el Papa Pablo III calificó claramente la opinión de que los pueblos nativos del Nuevo Mundo eran meros animales como una invención del «enemigo de la raza humana, que… para poder impedir la predicación de la Palabra de salvación de Dios a la gente,… inspiró a sus satélites... para proclamar que los indios del Oeste y del Sur, y otros pueblos de los que tenemos conocimiento reciente, deben ser tratados como brutos creados para nuestro servicio, pretendiendo que son incapaces de recibir la fe católica».

En otras palabras, señala Feser, «en este documento de hace cinco siglos el Papa caracteriza como nada menos que satánico» el racismo en el que se fundaba la esclavitud. Los mismos pueblos nativos, decía el Papa, «y todos los demás pueblos que puedan ser descubiertos más tarde por los cristianos, no deben ser privados en modo alguno de su libertad o de la posesión de sus bienes, aunque estén fuera de la fe de Jesucristo».

Aunque muchos católicos ignoraron al Papa, la enseñanza de la Iglesia fue clara y rotunda. A lo largo de los siglos esta enseñanza fue repetida y ampliada para condenar la esclavitud de filipinos y negros africanos. León XIII aplaudió la abolición de la esclavitud en Brasil en 1888. Y cuando surgió el nazismo, Pío XI condenó su nacionalismo racista. A lo largo de los siglos XX y XXI los papas han seguido pronunciándose contra el maltrato a las minorías.

Comprender los fundamentos de la Teoría Crítica de la Raza

Es difícil exagerar la diferencia entre la enseñanza católica sobre la dignidad humana y la Teoría Crítica de la Raza. Como se muestra en Cómo ser antirracista, de Ibram X. Kendi y en Fragilidad blanca, de Robin DiAngelo, la TCR, en lugar de rechazar el racismo, combate una forma del mismo con otra.

«La afirmación fundamental de la TCR», escribe Feser, «es que el racismo impregna absolutamente… toda institución social y la psique de cada individuo». Supuestamente infecta no sólo a los blancos, sino incluso a los no blancos, en la medida en que participan en esas instituciones sociales. «Incluso las sociedades libres de expresiones explícitas de racismo, e incluso los blancos que rechazan explícitamente el racismo, son de hecho racistas, habitualmente sin darse cuenta». Entre esas poblaciones el racismo adopta la forma de «microagresiones» (pequeños actos, como no sonreír a alguien, que pueden ser conscientes o no) y de «prejuicios implícitos» (la «asociación inconsciente» de ciertas ideas con determinadas razas que puede llevar a una persona blanca, por ejemplo, a discriminar a una persona negra durante un proceso de contratación). Que las instituciones sociales son racistas se demuestra por la existencia de «cualquier inequidad o disparidad... entre los blancos y los miembros de otros grupos raciales». A menos que cada raza esté representada en cada profesión, clase o cualquier otro segmento de la sociedad en perfecta proporción a su participación en la población total, esa sociedad tiene que ser racista.

Mientras que la mayoría de los cristianos asocian el racismo con acciones o actitudes deliberadamente abusivas o con comentarios ofensivos, la TCR considera el racismo como un problema estructural, como dice Kendi, «de poder, no... de inmoralidad o ignorancia». Por lo tanto, la TCR no intenta persuadir mediante la apelación a los derechos naturales sino que está dispuesta a utilizar métodos violentos, «cataclísmicos y convulsivos» si es necesario.

La TCR es fiel a la ideología marxista de la que surgió: sostiene que la sociedad determina al individuo y que una revolución social radical es la única solución al mal. Este determinismo social lleva a la TCR a abrazar abiertamente el relativismo moral, como DiAngelo admite en su libro: «No vemos a través de una mirada clara u objetiva: vemos a través de lentes raciales». La teórica de la TCR Kimberlé Williams Crenshaw llega a decir que «es políticamente inconveniente que los negros piensen en sí mismos principalmente como personas [en contraposición a pensarse principalmente como personas negras]». Una sociedad «racialmente neutral» sería, en palabras de Kendi, «el más amenazador movimiento racista».

Según los teóricos críticos de la raza, la fuente del racismo estructural actual es la «blancura». Los blancos que «niegan ser racistas... confirman que lo son precisamente al negarlo», un comportamiento que la TCR denomina «fragilidad blanca». DiAngelo, ella misma de ascendencia europea, afirma que «la antinegritud es fundacional en nuestras propias identidades como blancos», de ahí que los blancos deban luchar toda su vida para superar su racismo, aunque sin esperanzas de conseguirlo.

A nivel social, superar el racismo contra los no blancos requiere una «discriminación racial a favor [de los no blancos] y en contra de los blancos». La discriminación positiva en las admisiones universitarias, por ejemplo, se justifica a menudo por este motivo. Según Kendi, que la TCR proponga la discriminación contra los blancos no es contradictoria: «si la discriminación crea equidad, entonces es antirracista». Para sugerir más adelante que lo único que se necesita es una constante vigilancia de lo que pensamos: «Como cuando se lucha contra una adicción, ser antirracista requiere una autoconciencia persistente, una autocrítica constante y un autoexamen periódico,... una reorientación radical de nuestra conciencia».

«Las implicaciones de la TCR no podrían ser más radicales», concluye Feser. La TCR no busca el sueño del Dr. Martin Luther King de un futuro en el que «los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos propietarios de esclavos puedan sentarse juntos a la mesa de la fraternidad» y en el que «mis cuatro hijos pequeños... vivan en una nación en la que no se les juzgue por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter». La TCR propugna más bien un régimen totalitario «antirracista» que no hace sino alienar aún más a las personas entre ellas.

Argumentaciones falaces

Aunque a muchas personas les desagrada el tono áspero de la TCR, les puede resultar difícil refutarla. Esta dificultad no es ninguna sorpresa: los teóricos críticos de la raza utilizan habitualmente falacias lógicas confusas y difíciles de descifrar. Feser nos hace el favor de exponer estas falacias de forma metódica y sucinta.

Los teóricos de la TCR emplean falacias ad hominem cuando descartan los argumentos contrarios como si fueran fruto de la «ventaja blanca» o de la «fragilidad blanca». En lugar de considerar las objeciones a la TCR por sus méritos, argumenta Feser, los teóricos críticos de la raza se salen por la tangente, introduciendo preguntas irrelevantes sobre «el carácter o los intereses de la persona que hace dichos contraargumentos». Ignoran el hecho de que la verdad de una afirmación es independiente de la persona que la hace. La falacia ad hominem condenaría la defensa que aparece en la Declaración de Independencia norteamericana de los derechos universales a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» porque muchos de sus firmantes eran propietarios de esclavos. Pero incluso el antiguo esclavo Frederick Douglass dijo de ellos que, aunque «el punto de vista desde el que me veo obligado a verlos no es, ciertamente, el más favorable,... no puedo contemplar sus grandes logros con menos que admiración», porque «se fundaron en principios eternos».

Los teóricos críticos de la raza también cometen con frecuencia «falacias de presunción» al presuponer la veracidad de sus conclusiones en lugar de presentar pruebas externas de las mismas. DiAngelo parece admitirlo cuando dice: «Los estudios sobre la blancura parten de la premisa de que el racismo y el privilegio blanco existen... y en lugar de dedicarse a demostrar su existencia, se dedican a revelarla». La TCR también afirma que nadie puede ser objetivo sobre el racismo, pero esto no lo aplica a la propia TCR, pues no está dispuesta a reconocer «que la TCR no refleja la realidad objetiva, sino simplemente la perspectiva y los intereses de quienes propugnan la TCR».

Los teóricos críticos de la raza también apelan menos a la razón a través de argumentos que a las emociones a través de la narrativa, animando a la gente a pensar menos y a sentir más. Lo peor de todo es que la TCR lleva a la gente a violar el importantísimo «principio de caridad»: uno debe analizar el argumento de su oponente en su interpretación más sólida y considerar en todo momento la posibilidad de que pueda ser cierto.

Mala ciencia

Gran parte de la TCR apela a las ciencias sociales, pero también en este caso se apoya en un terreno poco sólido. Como explica Feser, Thomas Sowell (un afroamericano) ha demostrado en Intelectuales y Raza y en Discriminación y Disparidades cómo los hechos no sostienen la afirmación de la TCR de que los Estados Unidos en la actualidad sean sistemáticamente racistas.

Por ejemplo, aunque hoy en día los blancos obtienen mejores resultados de media que los negros en numerosos indicadores económicos, los asiáticos superan a ambos, lo que sugiere que el «sistema» no está amañado a favor de los blancos. Además, «los bancos de propiedad negra rechazan a los solicitantes de hipotecas negros en mayor proporción que los bancos de propiedad blanca», un hecho que parece difícil de atribuir al racismo contra los negros. La TCR podría alegar que los propietarios de bancos negros «han adquirido una animadversión contra los negros autodestructiva a través de la cultura de la supremacía blanca que los rodea. Pero el problema es que no hay pruebas de esta afirmación». Además, si una distribución étnica perfectamente proporcionada en todos los sectores económicos fuera la señal de una sociedad no racista, entonces habría que calificar de racistas a las muchas sociedades en las que las minorías han desempeñado un papel desproporcionadamente grande en la economía, como los chinos en Malasia, los griegos en el Imperio Otomano o los judíos en la Polonia anterior a la Segunda Guerra Mundial.

Por qué algunos grupos tienen éxito económico y otros no tiene menos que ver con la discriminación que con el azar y, lo que es más importante, con lo que Feser y otros denominan «cultura: los valores, creencias, costumbres, hábitos compartidos por las personas y transmitidos de generación en generación». Feser no pretende sugerir que las culturas económicamente prósperas sean superiores en términos absolutos a otras culturas. «La cuestión», escribe, «es sencillamente que las diferencias culturales desempeñan claramente un papel importante a la hora de explicar las disparidades económicas entre algunos grupos. Es evidente que no hay fundamento para insistir en que la discriminación o el «racismo sistémico» tiene que ser la explicación».

La causa cultural más importante de los resultados positivos, dice Feser, es «la estabilidad relativa de la familia». Y el hecho es que, como han demostrado David Popenoe y otros, hay más inestabilidad familiar -especialmente ausencia de padre- entre los estadounidenses negros que entre los blancos, y más entre los blancos que entre los asiáticos. Según Sowell, tampoco se puede atribuir la inestabilidad de la familia negra al racismo, como si fuera «un efecto persistente de la esclavitud», ya que surgió mucho después de que ésta terminara. «En fecha tan reciente como 1960, dos tercios de los niños negros seguían viviendo en familias biparentales», y «hace un siglo, un porcentaje ligeramente mayor de negros estaban casados que de blancos». Sowell especula que la desintegración familiar se correlaciona mejor con el crecimiento del Estado del bienestar y de ideologías que restan importancia a la responsabilidad personal y que animaron a la gente a delegar sus deberes como padres en el gobierno. Otros, como Janet Yellen, lo han vinculado a la promoción de los anticonceptivos, que fomentan la promiscuidad sexual que inevitablemente desemboca en nacimientos fuera del matrimonio.

En cuanto a la afirmación de la TCR de que la sociedad contemporánea está infectada de «prejuicios implícitos», Feser sostiene que ninguna prueba psicológica ha sido capaz de detectarlos de forma consistente, y quienes dan positivo en las «pruebas» suelen ser los que se muestran más respetuosos con las minorías. En cuanto a las microagresiones, los estudios que pretenden demostrar su existencia suelen utilizar tamaños de muestra poco fiables. En cualquier caso, la definición de estos fenómenos es tan subjetiva que es difícil medirlos.

No se puede combatir el racismo con más racismo

El libro de Feser es breve; pero para cualquiera que quiera conocer los aspectos básicos de la Teoría Crítica de la Raza Que todos sean uno en Cristo es un excelente punto de partida. Aunque su juicio sobre esta ideología es decididamente negativo, Feser se esfuerza por ser justo con sus oponentes. Y el enfoque general del libro es positivo: presentar la auténtica visión cristiana de la dignidad de todo ser humano.

La lectura del libro me trae a la memoria los comentarios de Yuval Levin sobre un seminario universitario al que asistió sobre el debate público:

«Uno tras otro, los estudiantes explicaban su gran dificultad para navegar por un terreno [en la universidad] de divisiones entre razas, sexos, etnias y sexualidades sin ofender o pisar sin saberlo ninguna mina… Parecían vivir sumidos en un terror interminable a decir algo equivocado a la persona equivocada, y no porque pudieran ser castigados de alguna manera concreta, sino por una preocupación genuina de ofender o parecer insuficientemente respetuosos con la experiencia de otra persona».

Sean cuales sean las intenciones de sus defensores, la Teoría Crítica de la Raza sólo puede ahondar las divisiones raciales y la ansiedad social. En lugar de traer la paz, nos predispone para vivir en perpetuo temor de nuestros propios pensamientos y desconfianza hacia nuestro propio juicio.

Como muestra Feser, no se puede combatir un tipo de racismo con otro. Debemos hacer lo que esté en nuestras manos para reparar el daño causado por los pecados del pasado. Pero la solución definitiva al racismo es elevar nuestras miradas por encima de las meras consideraciones de poder y éxito, y considerar la llamada que Dios nos hace a todos, negros y blancos, esclavos y libres, mujeres y hombres: amarnos, perdonarnos y pedirnos perdón unos a otros como hijos de Dios.

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