Cuando José Zorrilla fue llamado por el último emperador de México para dirigir su Teatro Nacional
El emperador Maximiliano era un hombre culto que había leído algunas cosas del poeta vallisoletano, cuyo Don Juan se representaba en América igual que en España. Lo quiso conocer y entablaron una buena relación
José Zorrilla fue un escritor prodigioso. Tenía la rara habilidad, muy necesaria en las letras, de ajustar la calidad de sus planteamientos al gusto del público. Por eso fue muy popular, muy aplaudido, muy representado y con una fama que iba más allá de lo literario. Pero no fue un hombre rotundamente feliz. A sus fracasos en los dos matrimonios que tuvo, y amores desgraciados con otras mujeres, se le unió una mala inversión con los derechos de autor de su obra más célebre.
Como muchos de los románticos, Zorrilla era un mal administrador que dilapidaba el dinero cuando lo tenía y se endeudaba cuando se le acababa. En una de sus crisis financieras, cedió a perpetuidad los derechos de Don Juan Tenorio al editor Manuel Delgado por 4.200 reales de vellón el 18 de marzo de 1844. Entonces los derechos se vendían por una cantidad alzada sin volver a ver ganancias posteriores a pesar de que hubiera muchas representaciones.
«Me fui por pesares y desventuras»
Es verdad que en ese momento nadie apostaba por ese drama que consideraban una refundición de Tirso. De tal forma estuvo dolido, que siempre tuvo animosidad a su función. Hasta escribió una zarzuela con el mismo título y argumentó con tal de quitarle brillo al drama del que no veía rendimientos. Una sobrina de su segunda mujer, muchos años después y tras un largo pleito, recuperó los derechos de autor que todavía producían pingües beneficios.
Don Juan fue una obra de necesidad, una obligación con el empresario y la escribió para el actor Carlos Latorre. El recibimiento del público fue moderado y la reposición pasó sin pena ni gloria. Narciso Alonso Cortés en Zorrilla, su vida y sus obras (Valladolid 1916) recoge las gacetillas sobre el estreno, más tibias que entusiastas. El éxito le vino dieciséis años después del estreno, el actor Pedro Delgado retomó el drama en el Novedades y aquí comenzó el éxito rotundo y la leyenda de la obra. Llegó a ser la obra más representada del teatro español. A pesar de sus defectos, es un prodigio de dominio de la tramoya y la tensión, de creación de personajes y escenas y de fuerza en las palabras a pesar del verso fácil y poco trabajado en algunas escenas, rayando el ripio.
En un momento determinado, Zorrilla, decepcionado y pesimista, abandonó la literatura y se marchó a América. Había tenido un hijo con una mujer muy joven, casi niña, a la que siguió por Francia, Bélgica e Inglaterra. Quería una huida que le produjera un cambio de vida. Consiguió recomendaciones para algunas personas importantes de la república americana, incluyendo el presidente Santa Anna. «Me fui por pesares y desventuras que nadie sabrá hasta después de mi muerte, con la esperanza de que la fiebre amarilla, la viruela negra o cualquiera otra enfermedad de cualquier color, acabaran oscuramente conmigo en aquellas remotas regiones», escribió en sus Recuerdos del tiempo viejo (Barcelona 1880). En enero de 1855 desembarcó en Veracruz y tomó la diligencia para la capital. Era muy famoso también en América. Fue recibido con banquetes y honores, a pesar de que habían circulado unas quintillas ofensivas que llevaban falsamente su firma.
La relación con el emperador Maximiliano
Zorrilla no detalla cuales fueron sus trabajos en México. Escribía en los periódicos de Cuba y México y vendían bien sus libros. Pero siempre estuvo protegido y alojado por familias próceres españolistas, residiendo en ricas haciendas y viajando mucho por el país y Cuba. Daba la impresión de que vivió gracias a la generosidad de sus mecenas. Escribió mucho y publicó en los periódicos de los dos continentes. También conoció algunos episodios dramáticos porque, en aquella época, en México no había tranquilidad. Así que pudo asistir a la llegada del nuevo emperador Maximiliano, impuesto por los franceses contra el deseo del pueblo.
A pesar de los planes de modernidad y liberalismo, si el gobernante solo cuenta con el odio del gobernado no puede realizar nada. El emperador era un hombre culto que había leído algunas cosas del poeta vallisoletano, cuyo Don Juan se representaba en América igual que en España. Lo quiso conocer, entablaron una buena relación y le dio el cargo de director del Teatro Nacional. Zorrilla necesitaba dinero, debía mucho. El teatro no había empezado a construirse, pero el poeta estaba a sueldo de palacio. Vivía bien, era respetado y famoso, influía en los círculos literarios y tenía un ingresos fijos.
Llegó creyendo tener asegurada la vida y, a las pocas semanas, Maximiliano es depuesto y fusilado con lo que se desvanecieron sus esperanzas
En junio de 1866, por razones que no están claras, tal vez por arreglar de una vez sus asuntos en España y la situación de su mujer, Zorrilla se despide del emperador y emprende viaje de regreso. A Maximiliano le gustaba la presencia de aquel hombre que daba a su corte un toque del romanticismo que tanto buscaba el austríaco. Convenció al poeta para que volviera tras un año y le firmó un contrato para que escribiera un libro homenaje. Con ese dinero pagaría todas sus deudas, que eran de más de 36.000 pesos en España, Francia y Cuba, una fortuna. Le dio un adelanto para el viaje. Al llegar a España, se publicaron noticias de que venía con una comisión secreta del emperador y hubo ciertas reservas al recibirlo.
Zorrilla no era un agente secreto sino un literato manirroto al que le gustaba la buena vida. Llegó creyendo tener asegurada la vida y, a las pocas semanas, Maximiliano es depuesto y fusilado con lo que se desvanecieron sus esperanzas. Zorrilla admiraba el esplendor, la estética, el decorado del palacio mexicano. Le gustaba el ambiente creado por Maximiliano y su esposa Carlota. No se planteó nunca la condición política de rey intruso de un personaje de segunda fila en la realeza europea.
Les escribió ardorosamente un libro titulado El drama del alma (Burgos 1867), dedicado a quien consideraba una víctima de las conspiraciones internas del país. El esplendor de la aventura pasó y el poeta volvió a sus penurias, al trabajo en exceso para poder vivir y a sus ilusiones románticas en la vida de cada día.