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Fractal, de Andrés Trapiello

El barbero del rey de Suecia

Fractales de 'Fractal'

Es una suerte enorme que pueda inaugurar en El Debate de las Ideas esta sección de «El barbero del rey de Suecia» con el último libro de Andrés Trapiello, titulado Fractal (Alianza Editorial, 2024). He dicho «una suerte», pero tendría que haber escrito «tres», una tras otra, igual de enormes.

La primera es que la filosofía de fondo de este libro es exactamente la misma que la de esta sección, sólo que Andrés Trapiello se explica mejor, y nos servirá de primo de Zumosol. La historia o leyenda del barbero del rey de Suecia la conté hace años en Nueva Revista: «No sé qué rey sueco, algún Gustavo, agobiado como todos, aristócratas y plebeyos, porque el arte es largo y la vida un soplo, encontró un remedio a sus ansias insaciables de lectura. Su barbero tenía la obligación de ir –mientras rasuraba la real mejilla– resumiéndole algún libro de interés. El rey se decía que, de la mayoría de los títulos que había leído en su vida, no recordaba casi nada y nunca tanto como las pocas citas que le recortaba su sirviente. A veces el barbero terminaba despertando el interés del rey, que leía el libro, y aquel fracaso (su trabajo era ahorrar lecturas, no multiplicarlas) le llenaba de una humilde, secreta alegría; otras veces, no, y el rey citaba el libro igual, convencido de haber captado su espíritu. En esos casos, el barbero sabía que la recensión había dejado un apurado perfecto, y se envanecía de su oficio». Aquí yo haré de barbero de ustedes, si quieren. Abriré –la espuma– con tres o cuatro párrafos breves y claros de introducción al libro, que les pongan en disposición –la brocha– y, después, haré lo importante: una selección a navaja de citas del libro. La intención del barbero, del rey sueco, mía y de Andrés Trapiello (en su libro) es que esas frases funcionen como fractales, esto es, que en las citas se recoja el alma de todo el título. Un fractal es un «objeto geométrico en el que una misma estructura, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas y tamaños» y una metáfora de que en una brizna puede concentrarse la personalidad de una obra. Trapiello nos presenta así una antología de sus diarios con la intención de que perviva en Fractal el aliento íntegro de sus veintitantos gruesos tomos de diarios a lo largo de tres décadas.

La segunda suerte es que Fractal lo hace: pervive. Y esto tiene utilidad de servicio público, porque el conjunto de diarios de Trapiello es una de las cumbres de la literatura contemporánea. Su mantenido esfuerzo narrativo adquiere la importancia de unos episodios nacionales galdosianos para este tiempo postmoderno. Son biográficos, subjetivos, anecdóticos, libérrimos; pero mantienen a la vez un pulso narrativo, la evolución de sus protagonistas sigue el paso de la evolución cultural, social y política de España y arrojan una luz sobre la realidad cotidiana. El diarismo se constituye hoy como un género esencial, porque es la respuesta literaria a un mundo que quiere laminar la individualidad, la conciencia personal y la soberanía sobre la propia vida. Con el ejemplo, los diarios recuerdan que en los «seis pies de territorio del alma de cada cual no manda ni canciller ni nadie», como dijo el abad

Saint-Cyran de Port-Royal, y le gustaba citar a José Jiménez Lozano, otro diarista ejemplar. Cualquier persona preocupada por la suerte del individuo (que era para Ernst Jünger, otro diarista, el tema de nuestro tiempo) puede aprender mucho de la resistencia numantina que representan los diarios, de los que los de Trapiello son una torre defensiva total. Sin embargo, la cantidad de tomos ya publicados podría disuadir al que quisiese acercarse a ellos por primera vez. Para remediar esa encrucijada, este Fractal funciona de maravilla como puerta franca y banderín de enganche.

Hay una tercera fortuna, inesperada. Está tan conseguida su fractabilidad, digamos, que también atrapa a los lectores que, como yo, hemos leído año tras año las entregas y que pensábamos que ya teníamos nuestro propio fractal de Trapiello en la cabeza. La escritora Carmen Oteo ha dado una clave luminosa: el lector de Trapiello entabla un juego en este libro con sus recuerdos. Me ha asombrado lo mucho que no había olvidado, la de inesperados reconocimientos. Y a la vez la intensidad del placer recuperado por tanto pulso narrativo, por tanto lirismo a flor de piel, por tanto humor intacto, por tanto aforismo justo… Van aquí, como le toca al barbero, algunas frases, quiero decir, fragmentos, quiero decir, fractales:

Solo el que espera la aurora sabe lo que esta tarda en llegar.

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Decimos sinsabores, y son bien amargos.

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Hay que leer a los contemporáneos. Sí, de acuerdo: cincuenta años después. «Pero tú lees a Ramón Gaya». Por eso: porque lo suyo y lo de algunos pocos llega cincuenta años antes.

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La literatura no es más que una disciplina auxiliar de esa ciencia que los más solemnes han llamado vida.

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Del rencor en literatura no sale nada bueno nunca.

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Cuando alguien dice «Marx llevaba razón» es tan exacto como cuando decimos «ya lo vaticinó Julio Verne».

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Lo más hermoso de una mariposa, cuando la vemos volar, es que ni va ni viene.

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Un clásico sufre como un romántico, pero no lo dice.

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Cuando leo un aforismo, me entran siempre ganas de hacerle el dúo.

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Cuántas cosas, cuántos recuerdos nos restituye un muerto.

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En literatura, y es de suponer que en todo lo demás, los jóvenes tienen que buscar al viejo. No al revés. Al revés siempre es una forma de pederastia.

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Yo en cuanto me descuido me divierto.

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Pensaba que un diario era entrar en la novela por su puerta falsa. Creía también que serviría para conocerme mejor, y, de paso, para hacerme mejor, de lo que me beneficiaría yo mismo y los que comparten mi vida. Incluso llegué a creer, horror, que quería hacer literatura con ellos. Cualquiera de esos fines, un poco innobles, me deja ahora indiferente. [Le creo la actual indiferencia, pero, además, Andrés Trapiello, con sus diarios, ha cumplido los tres fines.]

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Entonces me vino a la memoria la foto de Machado en el café de las Salesas con el bastón entre las manos, y dejé mi paraguas con mucha discreción en la esquina. Conviene evitar los paralelismos, sobre todo en el apartado complementos

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Ni moderno ni clásico. No hay que ser nada. A lo sumo, si se puede, hay que ser joven, cuando se es joven, y viejo, cuando se es viejo

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Estas dos clases de personas. Las que solo se acercan a quienes el dinero, el poder o la celebridad acompaña. Son los mitómanos del triunfo, y no dejan de formar una cofradía penosa. Pero existen también los mitómanos del fracaso…

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Un error muy extendido es creer que la verdad, cuanto más amarga y desagradable, más verdadera y valiosa es.

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Silencio rima con todo.

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Es increíble la manera cómo nos las hemos ingeniado todos para que a los terroristas de Eta y de Hb en vez de llamarles lo que son, a saber, estalinistas y bolcheviques, se les llame fascistas. De este modo el estalinismo y el comunismo de corte leninista quedan una vez más a salvo.

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La gente tiene una gran calma con los hijos y el dinero de los demás.

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La teoría según la cual los padres creen que los causantes de los males de sus hijos provienen de las malas compañías.

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M. [su mujer] tenía que coser unos cojines, así que me pidió que le leyese en voz alta. Por suerte no estaba presente la modernidad, porque de haberlo estado nos habría desprestigiado para los restos por escena tan decimonónica.

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«Demasiados libros para un solo hombre», le dijeron los milicianos que entraron a registrar la casa de López-Picó durante la guerra. Se equivocaban: nunca son demasiados los libros de un hombre solo.

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Decía Clarín, «Galdós hasta del arroyo Abroñigal ha tenido que decir algo bueno».

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HAY que procurar que las restas sumen.