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EFE

Crisis política francesa: lecciones de las últimas elecciones legislativas

El resultado de estas elecciones ha confirmado la existencia de tres bloques difícilmente conciliables

En las elecciones generales británicas celebradas el 4 de julio de 2024, la prensa internacional destacó, con razón, el triunfo del Partido Laborista y la debacle del Partido Conservador. 9.704.655 votos, el 33,69% de los sufragios fueron para el Partido Laborista, que obtuvo 411 escaños de un total de 650; el Partido Conservador sólo obtuvo 6.827.311 votos, el 23,70% de los sufragios y 121 escaños; y por último, el partido Reform UK de Nigel Farage obtuvo 4.117.221 votos, el 14,29% de los sufragios y 5 escaños.

En Francia, las dos vueltas de las elecciones legislativas, los pasados 30 de junio y 7 de julio de 2024, arrojaron un resultado sorprendentemente diferente. Le Rassemblement National (RN) y Les Républicains (LR) de Éric Ciotti (este último, presidente de LR, optó por formar una alianza con el RN, a diferencia de otras figuras destacadas de LR, que se negaron a hacerlo) obtuvieron 10.600.000 votos, es decir, el 37% de los sufragios, pero sólo 143 escaños de un total de 577. El Nuevo Frente Popular (NFP) obtuvo algo más de 7 millones de votos, es decir, el 27% de los sufragios, y 182 escaños (incluidos 74 para el partido de extrema izquierda La France Insoumise, que en términos de militantes es el mayor movimiento dentro de la coalición del NFP). El partido del presidente Macron, Ensemble, obtuvo 6,8 millones de votos, el 23,4% de los sufragios y 168 escaños. En cuanto al llamado «canal histórico» de LR (la parte de LR que rechazó la alianza con el RN), recibieron algo más de 2 millones de votos y obtuvieron 46 escaños. ¿Significa esto que la izquierda ha ganado? Para nada. De hecho, a pesar de los 182 escaños obtenidos por la coalición de izquierda y extrema izquierda, los votos recibidos por el RN y por la derecha que no se le unió representaron en total el 46,6% (20 puntos más que los de las izquierdas).

Sea como fuere, el resultado de estas elecciones ha confirmado la existencia de tres bloques difícilmente conciliables. Ninguno consiguió la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional (289 escaños de un total de 577). El presidente Macron (exministro de economía socialista, nombrado por el expresidente Hollande y su primer ministro Manuel Valls antes de traicionarlos unos años más tarde) aún puede hoy, por supuesto, conseguir formar un gobierno de coalición. Para eso debe reunir a sus seguidores y además, de forma estable, a algunas de las personalidades más reformistas o menos revolucionarias del Nuevo Frente Popular y también las individualidades más «compatibles» de la derecha moderada (LR canal histórico). Pero tal matrimonio, que sería como mezclar aceite y vinagre, quedará expuesto inevitablemente al riesgo de una moción de censura. Todos los comentaristas políticos están de acuerdo: la inestabilidad política será la seña de identidad de Francia durante varios meses, ya que la Constitución prohíbe al presidente de la República disolver de nuevo el parlamento durante un periodo mínimo de un año. Esta inestabilidad podría prolongarse incluso durante tres años, es decir, hasta el final del mandato de Macron (a no ser que dimite antes), con el riesgo, por supuesto, de ver a Francia seguir hundiéndose en la crisis y el declive político, económico, cultural y moral.

La flagrante disparidad entre los modelos de las democracias británica y francesa plantea inevitablemente interrogantes sobre el carácter genuinamente democrático de las mismas. Esta disparidad puede explicarse en primer lugar por los diferentes sistemas electorales de ambos países: en un caso hay una sola vuelta y en el otro un sistema de dos vueltas. Pero la diferencia puede explicarse también, sobre todo, por las negociaciones, por no decir las manipulaciones y oscuros acuerdos, que los partidos entablaron entre las dos vueltas. El presidente Charles de Gaulle, con su primer ministro Michel Debré y su consejero, el jurista René Capitant (gran conocedor de la obra de Carl Schmitt), había diseñado la Constitución de la V República (4 de octubre de 1958) para combatir las deletéreas divisiones entre los partidos políticos de la IV República, que se habían visto favorecidas por la representación proporcional. Pero De Gaulle no era un iluso, ya que afirmó claramente que la Constitución no bastaría para impedir el «retorno del sistema de partidos». Para evitarlo, consideraba que el sistema no debía jamás convertirse en una especie de diarquía -presidente/primer ministro- e insistía en que el presidente debía ser incorruptible, es decir, preocupado únicamente por el bien común del país. Sin embargo, la Quinta República ha sido lentamente subvertida desde dentro, y Macron le ha dado finalmente el golpe de gracia asegurando el retorno al espíritu de la Cuarta República.

Desde 1958 se han adoptado 25 revisiones constitucionales, la cohabitación izquierda-derecha (impensable para De Gaulle, que habría dimitido inmediatamente y apelado al pueblo), fue aceptada y alentada por Chirac y Mitterrand, el tratado por el que se establecía una constitución para Europa fue rechazado en referéndum en 2005, pero el tratado de Lisboa (muy similar según uno de sus redactores, Giscard d'Estaing) fue ratificado por el Parlamento bajo el impulso del presidente Sarkozy, en claro desprecio a la voluntad popular. Desde entonces, el referéndum, tan querido por el general De Gaulle, está prohibido por miedo a ver al pueblo oponerse a sus élites. Los primeros ministros de Macron han abusado 28 veces del artículo 49.3 de la Constitución (un procedimiento en principio excepcional que permite aprobar un proyecto de ley que no cuente con mayoría cuando no hay moción de censura que consiga derribar al Gobierno). La Quinta República francesa está claramente agotada gracias a unos gobiernos que no han dejado de traicionar el legado del «Gran Carlos» desde hace más de cincuenta años.

Entre las dos vueltas de las recientes elecciones el principal problema fue, por supuesto, la transferencia de votos de los candidatos que quedaron terceros, cuartos o quintos en la primera ronda. El principio aplicable es que sólo los candidatos que hayan obtenido más del 12,5% en la primera vuelta pueden continuar en la segunda. Pero para evitar 300 contiendas triangulares, que podrían haber favorecido al RN, casi 220 candidatos siguieron las instrucciones de sus partidos y se retiraron en favor de un candidato de derecha, izquierda o centro, pero siempre opuesto al RN. La estrategia del cordón sanitario, de la barrera contra el RN o del «Frente Republicano», inventado hace más de cuarenta años por el presidente Mitterrand y retomado posteriormente por el presidente Chirac, parece haber vuelto a funcionar, al menos parcialmente.

El único objetivo de la campaña entre las dos elecciones ha sido pues disuadir a la gente de votar al RN. Durante una semana, todas las instituciones (políticas, económicas, financieras, culturales y religiosas), artistas, deportistas, intelectuales y medios de comunicación (con la excepción de la Conferencia Episcopal, que no dio ninguna instrucción de voto pero cuyas críticas al RN son conocidas desde hace casi 40 años), se movilizaron abiertamente contra el RN, tachado por enésima vez de partido racista, petainista, fascista o nazi. Y no importa que los plenos poderes constituyentes fueran votados a favor de Pétain por una mayoría de diputados radicales-socialistas y socialistas elegidos durante las elecciones del Frente Popular (1936). No importa que la extrema izquierda, el Partido Comunista, ilegalizado por la izquierda y la derecha tras el pacto germano-soviético, colaborara plenamente con la Alemania nazi desde el 23 de agosto de 1939 hasta el 22 de junio de 1941. No importa que muchos ministros de Vichy fueran de izquierdas y que los primeros combatientes de la Resistencia fueran de derechas e incluso de extrema derecha (en particular, miembros de la Action Française). No importa tampoco que el presidente Mitterrand recibiera la Francisque, la más alta distinción del régimen de Vichy, antes de unirse tardíamente a la Resistencia. Los mitos de la izquierda se repiten una y otra vez. Los izquierdistas y criptomarxistas son pretendidamente el bien que se opone al mal. Mentiras y semiverdades que tienen la ventaja de provocar reflejos pávlovianos en una parte del electorado. Enarbolar la amenaza de un retorno a «las horas más oscuras de la historia» (implícito Vichy) o anunciar el regreso de las botas negras de las SS repiqueteando sobre el asfalto de los Campos Elíseos fue, en conjunto, más eficaz que criticar la ignorancia del líder del RN, Jordan Bardella. en materia económica (aunque los mozart de la economía de Macron han aumentado el déficit público en mil millones de euros en siete años) o su inexperiencia política debida a su juventud (sabiendo por ejemplo que Luis XIV no tenía 28 años como Jordan Bardella, sino 23 cuando llegó al poder y que Bonaparte tenía 27 en el momento de la batalla de Arcole)...

Hubo, sin embargo, un buen número de personalidades célebres que rechazaron la «trampa» de la barrera republicana. Entre ellos se encontraban miembros de la comunidad judía, como el famoso cazador de nazis Serge Klarsfeld y su hijo, el abogado Arno Klarsfeld, todos ellos muy preocupados por el auge del islamo-izquierdismo. Muchos judíos, católicos (entre ellos 46% de los que practican) y protestantes se han declarado dispuestos a votar al RN sin pensárselo dos veces para bloquear el camino hacia la violencia subversiva y el escandaloso antisemitismo de la izquierda radical, que contaminan a todo el NFP.

En vísperas de la segunda vuelta, las instrucciones de los partidos eran relativamente claras. El Nuevo Frente Popular ordenó a sus votantes que votaran sin reservas al candidato de Macron, al que habían aborrecido hasta apenas una semana antes. Los ministros de Macron, por su parte, a veces pidieron a sus votantes que no dieran ni un solo voto al RN (a veces incluso invitándoles a votar a un candidato comunista, como hizo Edouard Philippe, el antiguo miembro de LR reconvertido luego en primer ministro de Macron) y otras veces que no dieran ni un solo voto ni al RN ni al NFP. Por último, algunos ministros de Macron dijeron que no votarían al Frente Popular, muchos de cuyos candidatos son «vergonzosamente antisemitas». En cuanto a los conocidos como «bonzos» o «grandes jefes emplumados» de LR (el canal histórico antiCiotti), no dieron instrucciones de voto, pero un buen número de sus representantes sugirieron votar en blanco en caso de duelo RN-NFP.

En conjunto, todas estas instrucciones dadas desde los partidos impidieron al RN alcanzar una mayoría relativa en escaños. Hubo un trasvase masivo de votos de los electores de izquierda NFP al partido de Macron. En los duelos que enfrentaron a un candidato del partido de Macron, Ensemble, contra un candidato del RN, el 72% de los votantes del NFP votaron por el candidato de Ensemble, frente a sólo el 3% por el candidato del RN. El 25% se abstuvo o votó en blanco. La misma situación se dio en los duelos entre un candidato de LR canal histórico y un candidato de RN. En este caso, el 70% de los electores del NFP votaron al candidato de derechas (LR), el 2% al candidato del RN y el 28% se abstuvieron o votaron en blanco. No hace falta señalar que el voto de los inmigrantes musulmanes se apartó masivamente del RN.

Las transferencias de votos de los votantes de Ensemble también fueron significativas, pero menos sistemáticas. Cerca de la mitad (43%) de los electores de Ensemble votaron a un candidato de extrema izquierda de LFI frente a un candidato del RN. El 19% votó al RN y el 38% se abstuvo o votó en blanco.

Por último, la transferencia de votos de los electores de LR fue en gran parte al partido Ensemble de Macron. Así, en los duelos entre Ensemble y RN, el 53% votó al candidato de Ensemble, el 26% al RN y el 21% se abstuvo o votó en blanco. Por último, en los duelos entre LFI/NFP y RN, los votantes de LR votaron así: el 38% votó al candidato del RN, el 26% al NFP y el 36% votó en blanco o se abstuvo). Por tanto, se puede decir que una cuarta parte de los votantes de derechas (LR-canal histórico) prefirieron votar a un candidato de izquierdas o de extrema izquierda antes que al RN.

Así pues, la estrategia de bloqueo del RN ha funcionado por enésima vez, pero solo parcialmente y ahora se muestra como más peligrosa y problemática que nunca. ¿Y eso por qué? Porque al final el RN ganó las elecciones parlamentarias en número de votos, si bien el «sistema» le impidió llegar al poder. Sin embargo, alcanzó niveles electorales sin precedentes en su historia. El número de diputados del RN en la Asamblea Nacional ha aumentado otro 60% tras multiplicarse por 12 entre junio de 2017 y junio de 2022. RN acapara ahora casi el 80% del voto de la derecha. En otras palabras, RN, con su aliado LR (tendencia Ciotti), es toda o casi toda la derecha. El llamado «Frente republicano» ya no es más que un «Frente» de la izquierda contra la derecha y aunque la izquierda nunca ha sido tan débil como ahora bajo la V República, reclama ahora parte o todo el poder. Esta paradoja está cargada de implicaciones y consecuencias que podrían resultar deletéreas a corto plazo.

Dicho esto, más allá de las cuestiones institucionales y de las consideraciones electorales, cabe preguntarse por la naturaleza de los tres bloques opuestos que condicionan y condicionarán sin duda la vida política francesa durante mucho tiempo.

El electorado centrista macroniano (socialdemócratas y neoliberales) es el de las autoproclamadas «élites» de las grandes ciudades, las que se benefician de las ventajas de la globalización. En general, son ejecutivos cualificados, nuevos burgueses bohemios y viejos jubilados que abogan por una Europa federal y abierta, concebida no como una Europa erigida en potencia mundial sino como un paso hacia la gobernanza mundial. Son los «maastrichtianos» partidarios de la transnacionalización de las personas y los capitales, los discípulos lejanos de los «Padres fundadores» de la UE, que fueron el socialdemócrata, hombre de la City y de Wall Street, consejero de Roosevelt, Jean Monnet, el democristiano ex ministro de Vichy amnistiado por De Gaulle, Robert Schuman, y el jurista nazi, desnazificado por los americanos, Walter Hallstein. Es el mundo de las finanzas y de los mercados, que el presidente Macron encarna. Es el mundo de quienes prefieren los intereses de las altas finanzas a los del francés medio, al que consideran «anticuado», «paleto» y pasado de moda. Para ellos, el problema de la inmigración incontrolada es lo de menos. Lo importante es tener acceso a la mano de obra de los países africanos. Detrás de dichas autoproclamadas «élites», a las que apenas molestan las exigencias de un wokismo «blando», están las clases medias acomodadas, los licenciados o titulados y los viejos baby boomers partidarios de una UE federalista bajo la protección de la OTAN, los «defensores de la Unión Europea como factor de paz frente al egoísmo de las naciones», que en realidad resultaron ser peligrosos belicistas durante las guerras de Yugoslavia y más recientemente a raíz de la invasión de Ucrania. Este electorado comparte con los izquierdistas del Nuevo Frente Popular (NFP) un odio idéntico a la «chusma» del RN, pero en última instancia se determina ante todo por sus intereses económicos y financieros (que son, por supuesto, la antítesis de la fiscalidad creciente y obsesiva y del anticapitalismo militante del NFP).

La coalición del Nuevo Frente Popular (LFI/Insoumis, PC «F», Partido Socialista, Ecologistas y partidos regionalistas de izquierdas) es impresionante, pero heterogénea y muy frágil. Los votantes de extrema izquierda (LFI y Ecologistas) son, en su mayoría, activistas woke obsesionados con cuestiones societales pero ajenos a la «cuestión social». Sus eslóganes tienen el mérito de ser claros: Francia debe estar abierta a todos los inmigrantes sin restricciones, todos deben disfrutar de los beneficios de los ciudadanos franceses y los ricos, responsables de la miseria de los pobres, deben pagar (ricos que por supuesto ya han abandonado el país o están en proceso de hacerlo). Para ellos, todos los defensores de la Francia histórica y de su patrimonio cultural, y todos los que se oponen a la inmigración incontrolada, no son más que «fascistas» y «racistas». Es entre los votantes del NFP donde se encuentran los más fanáticos defensores del Hamás palestino; son antisionistas que se han vuelto antisemitas con el tiempo, reviviendo el antisemitismo de izquierdas del anarquismo, del comunismo estalinista e incluso del Partido Socialista de Jaurès (que en su día vilipendiaba a «la banda de escoria judía» por «taimada y codiciosa»). La alianza de esta extrema izquierda pro-islamista con un Partido socialista minoritario (históricamente sionista y filosemita al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial) es, como mínimo, una unión compleja y con pocas probabilidades de durar.

Al lado de los tres grandes bloques, los republicanos canal histórico (tendencia anti-Ciotti) son cada vez más residuales. Representan menos del 9% del electorado. Sus líderes son viejos «bonzos» de la política que durante medio siglo han traicionado constantemente el ideal de soberanía e identidad de De Gaulle. Muchos de ellos se unieron a Macron durante su primer mandato. Ahora es posible que surja un nuevo bloque con macronianos y personalidades del NFP, pero si los líderes de LR canal histórico deciden sumarse, este movimiento tendría el efecto de marginalizarles aún más, poniendo en peligro incluso su supervivencia como partido. Siendo su electorado, a pesar de todo, conservador, antisocialista, antiwoke y anticomunista, se hace difícil concebir este tipo de compromisos.

El tercer bloque «nacional-populista» lo componen los militantes y votantes del RN y de su aliado LR (tendencia Ciotti). Este electorado incluye un 60% de obreros, empleados y agricultores: según una encuesta del Harris Interactive Institute publicada el 9 de junio de 2024, muchos sindicalistas simpatizan con el RN. Por ejemplo, en la CGT -un sindicato históricamente marxista/comunista- el 25% de los empleados vota a LFI, pero el 24% al RN, y en FO -un sindicato históricamente socialdemócrata- el 34% vota al RN y sólo el 12% a LFI. Son los que se alejaron de la Iglesia católica a principios del siglo XX y que abandonaron a la izquierda socialista y comunista a finales del siglo XX. Su voto al RN ya no es un voto de protesta «en contra», sino un voto de apoyo «a favor». Cerca del 40-45% de los franceses, los de una Francia que se niega a morir, los habitantes de la Francia periférica, del campo y de las ciudades medianas, saben ahora que la reactivación del país pasa por políticas de defensa del poder adquisitivo, de seguridad ciudadana y de limitación drástica de la inmigración, que no van a ser aplicadas por una casta política globalista y woke.

Pero dicho esto, queda la pregunta políticamente incorrecta que ningún gran líder político francés se atreve a plantear en público por miedo a ser marginado por todo el sistema político y mediático: ¿puede seguir existiendo una política nacional eficaz, soberana y democrática en el marco de la actual UE? La respuesta está por supuesto en la pregunta. Y para desgracia de Francia, no cualquier político puede ser Charles de Gaulle.