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El barbero del rey de Suecia

Un confort exigente

José Antonio Montano (Málaga, 1966) es un reconocido columnista, crítico literario y diarista. Ha recogido en Zona de confort (Sr. Scott, 2024) artículos de 20 años, nada menos, de 2004 a 2024. Ahora el lector desprevenido puede suspirar: «Uf, otra recolección de artículos ya publicados…». Esta costumbre de reciclar los textos, que hay que reconocer que es fácil y sostenible, está generando ciertas prevenciones entre el público y entre los editores. Para mí, las prevenciones son un error, pues estos libros, si su autor es bueno y están bien hecho, permiten la antología (y el subsiguiente descarte), la corrección y la percepción general de una voz. Para armar una defensa de este subgénero, este libro de Montano podría funcionar perfectamente como cuerpo de élite o avanzadilla.

Por varios motivos, aunque uno principal: el talento del autor, que sorprende incluso a los que le leemos con fidelidad. El talento es tanto que a veces, a los que somos columnistas, nos puede incomodar. Este libro, como quien no quiere la cosa, nos sube el listón. Hay otras sorpresas secundarias: el lapso de veinte años permite desactivar la sensación de «aquí te pillo, aquí te mato» que tienen estas colecciones. Da una gran perspectiva temporal, bastante novedosa y necesaria.

Reforzada por otra sorpresa. Las antologías de los columnistas (incluyendo las mías) suelen escoger los temas más costumbristas o más culturales, condenando a la caducidad aquellos artículos que se enfangan en la actualidad política. Montano, no. Recoge también los políticos. Es un inesperado acierto. Primero, porque abre esa perspectiva temporal que decíamos y, segundo, porque queda claro que es su estilo el que salva los textos. Vemos a un auténtico profesional en acción. Él mismo se retrata: «El columnista es un bateador al que la actualidad no cesa de mandarle pelotas».

Otra ventaja de sus artículos políticos: no vamos a compartir sus planteamientos del todo. Con la cita inicial lo avisa —no es traidor— mentando a André Breton: «No estoy para los adeptos. Nunca habité el lugar denominado la Charca de las Ranas». Nos da igual coincidir con él o no, porque, retando nuestra inteligencia o nuestros postulados, nos invita a un duelo honorable. Él dice: «Aunque soy irremediablemente socialdemócrata, tengo paladar para la escritura reaccionaria». Mi caso es exactamente el contrario y creo que, en este extremo, lo mío exige más paladar en general, pero no en el caso de Montano, que nos lo pone fácil (a pesar de ponérnoslo difícil, o por eso).

Está dotadísimo para el epigrama, pero, como, a la vez, es un fiel del hedonismo, se ve que disfruta los mandobles. Y nosotros con él. El libro derrocha una felicidad de fondo. Él mismo da la clave, que es admirable: «No pretendo que mis gustos (ni mis disgustos) tengan efecto legislativo. Hago cuestión de poder expresarme; pero mis críticas no han de traducirse en la aniquilación de lo que critico». Da su mejor nota cuando escribe con temperatura sentimental y habla de su familia o de su formación intelectual. A lo Borges construye su voz con sus obsesiones, que no son los tigres ni los relojes de arena ni los laberintos, sino Brasil, los ventiladores, Savater y el ciclismo. También con sus detestaciones, como decíamos, igualmente gozosas.

La antología recoge artículos redundantemente antológicos, que destacan incluso sobre su nivel medio altísimo, como «La indignación obediente», «El voto sentimental», «Sánchez Zunz»; «La lotería», «Zapatero, lector de Borges», «Fácil o imposible»…, pero el barbero no está para reproducirlos. En cambio, puede hacer lo suyo: ofrecer a ustedes estos recortes, desde donde se dan razones suficientes de todo el entusiasmo susodicho.

Los energúmenos se fabrican mutuamente.

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Manolo Escobar ha sido nuestro príncipe anti-engolado: nuestro anti-Plácido Domingo.

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Pepe Sacristán, el Paco Ibáñez de los actores.

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La operación siempre es la misma: algo que es discutible y está sujeto a debate, es hurtado del terreno racional y trasladado urgentemente al sentimental.

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Hace quince años se distinguían claramente los profesores de instituto de los de la universidad: los de institutos eran, de lejos, muchísimo mejores. Hoy esa distancia no existe. La igualación se ha producido a la baja.

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El fenómeno moral de nuestro tiempo no es la indignación, sino la indignación obediente. Es una indignación adiestrada como un dóberman, que sólo le ladra a quien le tiene que ladrar […] como niños que han aprendido muy bien a colorear y no se salen nunca de la raya. […] con su rigurosa obediencia del semáforo. […] El sujeto obedientemente indignado sabe que entonces hizo mal en callarse; y esa carencia trata ahora de suplirla indignándose el doble. […] Su sobreactuación debemos considerarla, pues, una autocrítica.

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[En España] La orquesta del Titanic somos nosotros mismos: descojonándonos mientras nos hundimos, la sinfonía del jajaja.

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El escándalo ha muerto y las provocaciones son ejercicios de nostalgia.

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Paletos con poder y, por tanto, patanes. [Comentando los gustos de los políticos corruptos.]

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El bipartidismo es hoy un animal cojo de las dos patas.

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Por las barbas incaricaturizables del profeta…

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Juegan con el país porque se están jugando sus biografías. [Políticos que no son nada fuera de la política.]

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El verdadero clasismo es el que postula pescadoras bobas, capaces de ofenderse por una metáfora.

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No deja de asombrarme la coexistencia de la guerra civil mental con el día a día civilizado.

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Ventaja de las ciudades con mar: tienen dos cielos.

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Siempre recuerdo el epitafio de un pintor extranjero en el Cementerio Inglés de Málaga: «El arte y las mujeres le hicieron la vida más hermosa, pero también más difícil».

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Una nobleza, entendemos hoy, que está al alcance del que se lo proponga. Pero es difícil.

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Los pomposos utilizadores partidistas de la enseñanza pública vienen privando a los estudiantes que sólo la tienen a ella como oportunidad.

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Hice de aquel cuarto, sin saberlo todavía, mi torre de Montaigne.

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[La canción de Serrat] «Esos locos bajitos», de 1981 contiene ya el programa entero de la Logse y su desastre educativo de años después.

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No perder la compostura. Decir las cosas (¡no callarse como los Argulloles de la vida!), pero sin alterarse. Adiestrarse en un educado desprecio.

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La bajeza viene desde arriba. Supongo que es la consecuencia final del acendrado proceso de selección adversa de nuestras élites políticas. […] Nos quema la sangre, pero tenemos el recurso del repliegue helenístico o alejandrino. Primero, dentro de uno mismo: no rendirse a lo inoculado. La venganza contra lo bajuno es elevarse.