Agustín de Foxá, el ingenioso aristócrata que escribió versos del 'Cara al sol' y renegó del falangismo
Deslumbrante, ingenioso, hilarante, un auténtico dandi, el conde, diplomático y autor de Madrid de corte a checa ha pasado a la historia no solo por su pluma, sino por sus divertidas peripecias y su característico cinismo, sólo permitido para la aristocracia ilustrada
Nacido en la capital española, Agustín de Foxá Torroba, futuro tercer conde de Foxá y marqués de Armendáriz, cursó sus primeros estudios en el Colegio del Pilar donde los marianistas le enseñaron que «La verdad os hará libres». Se licenció en Derecho en la Universidad Central de Madrid y en 1930 ingresó en el cuerpo diplomático con destino a Bucarest.
Tras su estratégica huida de la capital -fingiendo su adhesión a la República para poder regresar a Bucarest-, el pícaro diplomático se dedicó a sabotear las relaciones exteriores del gobierno republicano. El conde regresó en 1937 a Salamanca para integrarse en la Secretaría de Relaciones Exteriores de FET de las JONS como de inspector del Servicio Exterior y continuó con su labor de diplomático tras la Guerra, de donde nacen todas sus peripecias.
Peligro de cornada por el Conde Ciano
Tras el final de la guerra Foxá fue destinado a Italia. En la histórica Roma se recuerda su incidente con el conde Ciano, que, en una conversación en la que el italiano le recriminó su gusto por los líquidos reposados en barrica con un recriminatorio: «Le va a matar el alcohol», el diplomático replicó contundentemente «Y a usted Marcial Lalanda», en referencia a la aventura de la esposa del conde con el torero. Para calmar al enfadado Ciano, que le había llegado a retar a un duelo, el diplomático fue redestinado, esta vez a Helsinki, por orden de Serrano Súñer.
Un dandi entre cartones y aliento de whisky
El ingenioso aristócrata tenía otra gran afición, a parte de la pluma que le había llevado a escribir Madrid de Corte a Checa, que era por todos conocida: la bebida. Es por ello que, entre copa de vino y humo del tabaco hasta la inevitable llegada del whisky, alguna que otra noche el conde terminara las noches durmiendo entre cartones hasta la regulación del PH de la sangre. De una de estas «achispadas» veladas nace una anécdota de cuando era consejero cultural en Buenos Aires: Foxá se presentó en una fiesta privada a la que se le había invitado, antes se había ido a cenar con unos amigos para evitar la cita, con el esmoquin desaliñado, la camisa manchada y el aliento que evocaba a barrica. La anfitriona, enfadada, le espetó «¿De qué vas disfrazado?» y el tiznado dandi le respondió: «De queso manchego».
Pisando fuerte en Iberoamérica
De la «gira» de Foxá con Luis Rosales y Leopoldo Panero por Iberoamérica existen varias anécdotas del conde que quedan para el recuerdo. En primer lugar, su réplica en una conferencia literaria, en la que un asistente había afirmado que «En Chile se muere por la democracia», para el escozor del escritor, que no era un aficionado de la democracia, y contestó que: «Los españoles están dispuesto a morir por la dama de sus pensamientos o por un punto de honra, pero morir por la democracia les parece tan tonto como morir por el sistema métrico decimal».
En segundo lugar, ante las críticas de la esposa vicepresidente de Paraguay acerca del descubrimiento de América y el colonialismo español, el irritado diplomático le espetó que: «Pues mire, o desciende usted de españoles o todavía se le notan las plumas de sus antecesores en la cabeza». Obviamente, su descaro fue penado con su regreso a Madrid.
Como broche final de las estancias de Foxá en Iberoamérica se ha de mencionar su reacción ante telegrama que le envió a la embajada de Tegucigalpa, por la que exclamó un sonoro: «Honradísimo, ¿Dónde coño está eso?».
La única lealtad es la de la clase
De entre la personalidad de nuestro ingenioso y cínico aristócrata se destaca un rasgo característico: la ausencia de lealtades, más allá de la única lealtad que practicaba el escritor, la lealtad hacia sí mismo y su propia idiosincrasia. Es por ello que Foxá tuvo muchas etiquetas a lo largo de su vida, pero tan pronto como le eran impuestas, corrían el riesgo de desaparecer ante un nuevo viraje del conde.
Si nos retrotraemos a su juventud, a pesar de que el escritor tenía amistad con gran parte de los miembros de la generación del 27, el diplomático renegó de pertenecer a tan distinguido grupo y comentó eran «unos tristes Homeros de una Ilíada de derrotas».
Antes, al entrar al despacho del Ministro, se gritaba ¡Arriba España! En cambio, ahora hay que decir Ave María Purísima
Asimismo, a pesar de que Foxá ayudó en la composición de varios de los versos del «Cara al Sol», su compromiso con la doctrina nacionalsindicalista fue «emotivo, temporal y poco profundo» y llegó a definir el movimiento como: «La hija adulterina entre Marx e Isabel la Católica». De esta manera, el escritor aseguró un día ante Franco que: «Si por algo odio a los comunistas, su Excelencia, es porque me obligaron a hacerme falangista».
De esta misma forma, al diplomático tampoco le importó la «desfascistización» del Régimen y la destitución de Serrano Súñer como ministro, pues como afirmó tras su primera visita al despacho tras el cambio de dueño: «Antes, al entrar al despacho del Ministro, se gritaba ¡Arriba España! En cambio, ahora hay que decir Ave María Purísima».
¿Soy conde, soy gordo, fumo puros, ¿cómo no voy a ser de derechas?
Por otra parte, su relación con Francisco Franco tampoco fue especialmente buena y su cinismo irrefrenable le jugó malas pasadas con el Dictador, que el envió a los destinos más calurosos, los peores para sus problemas con la gordura y el alcohol.
Al fin de al cabo, la única lealtad que tenía Foxá era a su clase, era de derechas, pero no franquista, falangista por conveniencia, acérrimo anticomunista… Si se le preguntaba él mismo respondía que: «¿Soy conde, soy gordo, fumo puros, ¿cómo no voy a ser de derechas?», pero, en realidad, la lealtad del conde dependía de la casta y en sus anhelos suspiraba por la época dorada de los aristócratas y de los ilustres apellidos.
Una vejez de café, copa y puro para el último de Filipinas
Ya separado de Falange y de las revoluciones, en sus últimos años Foxá cambió la Patria, el Pan y la Justicia para proclamar otra trilogía más mundana y que evocaba a canto dionisíaco: «Café, la copa y el puro». El último destino del diplomático fue Manila -ante el horror del escritor- del que tuvo que regresar gravemente enfermo de cirrosis hepática. Aún a las puestas de la muerte y en un estado moribundo, el conde hizo su último chascarrillo ante el guionista José Vicente Ferre, y, mientras bajaba en camilla del avión le afirmó que: «Ya ves. Llega el último de Filipinas».
El ingenioso, cínico, aristócrata, diplomático y brillante escritor Don Agustín de Foxá Torroba murió en 1956 antes de poder tomar posesión de su plaza en el sillón de la «Z» en la Real Academia Española. Antes, pudo dejar unos versos de su Melancolía por desaparecer y un legado plagado de peripecias, anécdotas y chascarrillos que le convirtieron en inigualable.