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Portada del libro El diccionario de Borges

Un barbero del rey de Suecia

Borges se abrió camino

El barbero del rey de Suecia a veces lo tiene muy fácil, porque el libro reseñado le permite escoger casi cualquier frase de la obra reseñada, que funcionará, como en Fractal de Andrés Trapiello, como un fractal, esto es, como un ejemplo completo del espíritu del libro. Otras veces, como en este El diccionario de Borges (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1986), elaborado por Carlos R. Stortini con frases sueltas de Jorge Luis Borges en entrevistas, artículos y poemas, la operación es muchísimo más compleja.

Stortini recoge citas casi al albur, sin ningún cedazo crítico. Basta con que Borges dijese aquello alguna vez para que Stortini considere que merece la pena recogerlo. Un mérito subsiguiente del libro es que documenta muy bien las fuentes de esas frases, porque algunas son increíbles. El resultado no es un diccionario, aunque el libro está ordenado alfabéticamente, sino una larga conversación deshilachada con un Jorge Luis Borges despeinado. No todo es descuido. Hay también un divertido empeño en epatar al interlocutor. El maestro argentino, en fin, se nos muestra humano («Errare humanum es») y homérico («Aliquando bonus dormitat Homerus»). A diferencia de Borges, el maravilloso libro de Adolfo Bioy Casares, que podría ponerse a la altura de la Vida de Samuel Johnson de James Boswell, aquí no todo es sublime ni gozoso.

Hay algunos anacolutos, que Stortini ha transcrito literalmente de conversaciones orales volcadas del magnetófono. El barbero las ha retocado, como es su trabajo, y además ha escogido aquellas frases en las que Borges brilla más. Se podría hacer una selección de frases inanes; pero para recibir trasquilones no va uno a la barbería. Borges incurre en muchas repeticiones, como solía, pero también en algunas contradicciones. Hay una que me despierta ternura, porque es muy mía. Dice varias veces que él, como los japoneses, prefiere que los otros tengan razón; pero cuando tiene que hablar de sus defectos confiesa que siempre insiste en tener razón cuando discute. Así somos.

Mi selección no sólo es cualitativa: es bastante personal. Quizá otro lector encontraría otros aciertos y no se indignaría por las mismas cosas que yo (un anticristianismo fácil, por ejemplo). Yo he obviado lo torpe, pero no me he limitado exclusivamente a lo sublime o luminoso. También los pequeños detalles personales tienen su valor o su encanto.

Como es sabido, Borges fue un gran memorioso y un oportuno citador. Las frases de otros son uno de los encantos más propiamente borgianos de este Diccionario. «No hay que dejarse amenazar, pero tampoco hay que amenazar», le dijo una vez un malevo. Su padre: «Me instó a no leer autores aburridos. Hacerlo, me insistió, es un pecado». [Obsérvese, de paso, en el juego que se marca Borges entre «instar» e «insistir».] Recuerda que Crocce dijo una vez que no había fascistas en Italia: «Tutti faccen il fascisti». Etc.

El volumen se desencuaderna a medida que lo vas leyendo, que es una imagen preciosa de una radiante justicia poética y una metáfora magnífica del oficio de este barbero cuando ha de ejecutarlo de un modo tan apurado. Contaba Borges que una vez en Nueva York fue a una representación teatral de Shakespeare en la que todo era horrible: la luz, el escenario, los actores, la adaptación, pero que, a pesar de todo, Shakespeare se abrió camino. A eso aspira hoy el barbero. Que su navaja, como un machete, abra camino al Borges auténtico. Aquí ofrezco sus frases más suyas:

La conferencia es un género frívolo. Uno debe ser un poco actor.
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Cuando uno no está afeitado se siente como una especie de vagabundo. La persona afeitada ya puede aspirar al honor, al decoro, quizá a la inteligencia también.
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[Ante un ascensor] ¿Y si vamos por la escalera, que está totalmente inventada?
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Si todos los países llegasen a ser de clase media —ésa sería la utopía para mí— desaparecerían muchos males.
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Al cubismo no lo entiendo. La teoría dice que todas las formas pueden ser reducidas a cubos. No sé si se puede y no sé si conviene.
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La democracia, ese curioso abuso de la estadística.
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Generalmente guardo (olvido) billetes en los libros. Cuando necesito plata, busco un poco en mi biblioteca y siempre encuentro uno o dos billetes.
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¿Para qué sirve divorciarse? La separación enseña, por lo menos, que nunca hay que volver a contraer matrimonio.
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El escritor no es alguien que da, sino alguien que recibe.
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[Antes de volverse ciego, de niño tenía terror a los espejos…] Pero ahora ya no le temo a los espejos, ya no los puedo ver… he sido libertado de un modo terrible.
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Desearía un Estado mínimo, que no se notara.
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Los rusos están sometidos a la esclavitud y los norteamericanos también. Sólo que no se dan cuenta y están contentísimos.
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He sido durante veinte años profesor de la Facultad de Filosofía, de modo que han pasado generaciones de alumnos por allí. Y en veinte años he suspendido a tres estudiantes.
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La señora Fallaci es una mujer valiente y juiciosa. Dijo lo que todos pensamos y no nos hemos atrevido a decir.
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Si en todos los idiomas de la tierra existe la palabra felicidad, es verosímil que también exista la cosa.
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Al cabo de cada día hemos estado varias veces en el infierno y en el cielo.
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Para un hombre hay algo mágico en todas las mujeres.
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Macedonio Fernández tenía una gran cortesía. Estaba lleno de ideas sorprendentes. Siempre empezaba: «Vos habrás observado, ché, sin duda…». Y nadie había observado nada.
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Qué raro que siendo Inglaterra un país tan odiado –tan injustamente odiado– nadie le haya echado en cara haber llenado el mundo de juegos estúpidos, como el fútbol, que es uno de los mayores crímenes de Inglaterra.
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Sería muy raro que el tiempo olvidara a Heine. En todo caso el tiempo sería un perdedor si lo olvidara.
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Creo en el hombre sobre todo si está solo, consigo mismo.
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Pasan por una esquina dos compadritos y se cruzan con dos mujeres feas. Uno de ellos dice groseramente: «Me gusta la del medio». La broma es buena, yo creo. [Que Borges denuncie a la vez la grosería y celebre el humor es un detalle muy sutil y verdadero, yo creo.]
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Es como si uno confundiera el culto hacia Shakespeare con el culto de Macbeth, que fue un asesino.
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La memoria está hecha no sólo de recuerdos personales, sino ajenos también.
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Soñando y escribiendo creo haber hecho más por la patria que varios generales.
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La monarquía es lo más razonable que puede haber. Un rey puede ser un señor, ha heredado su título sin tener que prostituirse haciendo promesas como las que habitualmente realizan los políticos, personajes que dedican su vida a congraciarse con millones de interlocutores.
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A veces vacilo entre dos posibilidades para completar un poema: una es lógica, la otra es musical. Por supuesto, prefiero la musical.
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De las comidas españolas me gusta la paella. Sobre todo cuando está bien hecha. Es decir, cuando cada grano de arroz conserva su individualidad.
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La vida de los ricos es espantosa, y creo, con Bernard Shaw, que la revolución la harán finalmente los ricos, que son los que sufren más. [Esto —tan contraintuitivo— es lo que está pasando ahora.]
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Confieso que fui radical, cosa que hoy me avergüenza; luego me afilié al Partido Conservador, porque tenía la gran virtud de no poder suscitar fanatismo en nadie… A mí la gente me ve como fascista. […] No conciben otros matices… Es una especie de pobreza de la inteligencia.
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Soy, ahora un inofensivo discípulo de Herbert Spencer, un partidario del individuo contra el Estado.
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El psicoanálisis es una ciencia basada en la vanidad de la gente. A todo el mundo le gusta hablar de sí mismo, que lo tomen en serio. Es muy lindo contar los sueños de uno. Yo no conozco a ninguna persona que se haya curado por el psicoanálisis. Al contrario, se vuelven más vanidosos y charlatanes.