La amable fiesta taurina gallega
Talavante corta dos orejas y Roca, una, con flojos toros, en la primera corrida de La Peregrina
Al salir a comprar el periódico, por la mañana, miro, en la calle, un termómetro: 14 grados. Por mucho que me sorprenda, es así, no está estropeado. A Pontevedra, en las Fiestas de la Peregrina, no ha llegado el bochorno (salvo el de Puigdemont y Sánchez, que llega a todas partes) sino una temperatura deliciosa. Las corridas de toros aportan un atractivo turístico más a esta ciudad, que tantos tiene.
En la Plaza de toros, por la tarde, sí se siente el calor, con los tendidos llenos de un público festivo, entusiasta, y los colores y los cánticos de las Peñas, prestos a aplaudir todo lo aplaudible. Es muy bueno, para la Fiesta, que esta Plaza se siga llenando, gracias a los excelentes carteles y la eficaz gestión de los Lozano, propietarios y empresarios del coso de San Roque.
Los toros del Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto, preferidos por las figuras, pincharon en San Isidro pero luego han propiciado éxitos. Esta tarde, son manejables pero justos de presencia, fuerza y casta: lo que vemos ahora tantas veces. Destaca el bravo 4º, de La Ventana.
Después de seis años, vuelve a Pontevedra Alejandro Talavante. Con su estilo singular, que sorprende al público, está llevando una temporada fácil. (Viene de cortar cuatro orejas y un rabo en la corrida nocturna de la vuelta de los toros a Marbella). Otra cosa es que a mí me guste más cuando torea al natural que cuando da faroles de pie y arrucinas de rodillas o torea mirando al tendido.
El primero es justo de todo: fuerza, raza, bravura. Sale muy suelto, vuelve al revés. No contribuyen a fijarlo los muletazos haciendo la estatua. El toro se raja pronto a tablas. El trasteo es ligerito. Con la cara del toro metida entre las manos, Talavante pincha dos veces antes de la estocada y todo se esfuma.
El cuarto, de La Ventana, embiste con clase, va largo y humilla, le permite desplegar su habitual repertorio. Lo recibe con faroles de pie, algo vistoso pero que no ayuda nada a corregir dificultades del toro, si las tuviera (no es el caso). Saluda Ambel, en banderillas. Comienza Alejandro caminando de rodillas, como un penitente, hacia el toro, que retrocede. Liga buenos derechazos. Algunos, los da mirando al tendido: aunque lo aplaudan mucho, me parece un absurdo. Como he repetido, los inventó Ángel Luis Bienvenida y toda la vida se arrepintió de esa moda, popularizada por Manolete. Todavía calienta más al público con manoletinas y un desplante, tirando la muleta. Mata muy bien, con facilidad: dos orejas.
Ha conseguido Juan Ortega que los públicos esperen y valoren sus detalles estéticos, logre o no redondear sus faenas; sobre todo, con el capote. También viene de cortar orejas en Marbella.
El segundo, de la Ventana, es bravito en el caballo, flaquea, protesta un poco. Ortega no logra estirarse con el capote; no brinda, aunque se presenta en esta Plaza. Muletea desconfiado, sólo por la derecha, y corta rápido. Se salva de la bronca porque agarra una estocada.
Antes de que salga el quinto, el público hace la ola: eso es propio del fútbol, no de los toros. Tampoco con el quinto toro logra Juan estirarse con el capote. En la muleta, el toro tiene una embestida mortecina. Ortega le baja la mano y traza muletazos como si fuera con un carretón casi parado: hay momentos estéticos, sin duda, pero la lidia de un toro bravo debe ser otra cosa. Mata a la segunda y saluda.
Llega Andrés Roca Rey desde Palma de Mallorca, donde se logró desterrar el monumental disparate que suponía aquel intento de «toreo a la balear», pero sólo se da una corrida de toros, al año. Y eso, con una isla abarrotada de turistas…
El peruano sigue siendo el que más torea y el que más gente lleva a las taquillas. Se lo ha ganado, por la regularidad de sus triunfos: lleva esta temporada casi dos orejas por tarde, un promedio al que sólo se acercan Borja Jiménez, Emilio de Justo, el Fandi y Fernando Adrián. El gran público desea ver cortar orejas. Para seguir manteniendo esos resultados, Roca Rey tiene que recurrir a sus alardes, más allá del toreo clásico. Estuvo a gran nivel en Pamplona; además, ha recuperado la regularidad con la espada, una de sus mayores bazas.
El tercero acude bien al caballo pero sale huyendo; corta en banderillas, en un tercio deslucido. Sin dudarle, Roca lo lleva al platillo, para quitarle de las querencias y lo mete con facilidad en la muleta. Tienen mérito los naturales de mano baja, mandones, tirando de la embestida cansina. Cuando el toro se para, se mete entre los pitones y recurre al efectismo de los muletazos invertidos, sacando al toro hacia fuera. Mata con decisión pero el toro tarda en caer; suena un aviso y algunos pitan porque no descabella: se equivocan. Hay que saber esperar, cuando el toro está moribundo. Es un sentimentalismo absurdo protestar que un toro bravo se resista a morir pero ésa es la moda actual. Por esa tardanza, Roca corta sólo una oreja (si hubiera caído pronto, hubieran sido dos).
El último sale suelto; acude al segundo picador, huyendo: miden el castigo pero arrastra una mano. Quiere embestir pero lo hace con dificultad y medio rajado. El trasteo de Roca Rey es muy correcto pero no puede tener emoción, con ese toro. Recurre a molinetes de rodillas, estilo Litri. Con un toro tan parado, el arrimón dice poco. Un pinchazo hondo y un descabello le dejan sin trofeo: se ha quedado al borde la Puerta Grande, por la que sólo sale Talavante.
Estos días, Puigdemont y Sánchez han proclamado la vigencia total del esperpento, en esta España que ya no es «hambrienta», como la de Valle, pero sí es realmente «absurda». (Lo ha comentado con acierto Mario de las Heras, en El Debate). Por la mañana, he visitado la vieja casa de Valle-Inclán, en el casco histórico de Pontevedra. Admiraba el genial gallego la grandeza trágica de la Tauromaquia: «Si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros, sería magnífico. Si hubiese sabido transportar esa violencia estética, sería un teatro heroico, como la Ilíada. Una corrida de toros es algo muy hermoso».
Es cierto, pero, para lograr esa grandeza, hacen falta toros con casta y fuerza . Los del Puerto de San Lorenzo, esta tarde, apenas la han mostrado…
En todo caso, los toreros siguen siendo héroes populares auténticos: no se han paseado, como Puigdemont y Sánchez, delante de los espejos grotescos del callejón del Gato.
ficha
- PONTEVEDRA. Fiestas de la Peregrina. Sábado 10 de agosto. Casi lleno. Toros del Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto (2º, 3º y 4º), justos de presencia, fuerza y casta pero manejables. Destaca el bravo 4º.
- ALEJANDRO TALAVANTE, de tabaco y oro, 2 pinchazos y descabello (silencio). En el cuarto, buena estocada (dos orejas y salida en hombros).
- JUAN ORTEGA, de sangre de toro y oro, estocada (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (saludos).
- ANDRÉS ROCA REY, de rosa y oro, estocada (aviso, oreja). En el sexto, pinchazo hondo y descabello (ovación de despedida).