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Miguel de UnamunoBiblioteca Nacional

El Debate de las Ideas

Unamuno y la política

En estos días, puede atisbarse la sombra de D. Miguel de Unamuno (1864-1936) paseándose por el madrileño paseo de Recoletos. Desde el pasado 17 de julio y hasta el 8 de diciembre, la Biblioteca Nacional acoge la exposición «Unamuno y la política. De la pluma a la palabra», comisariada por Colette Rabaté y Jean-Claude Rabaté, profesores respectivamente en la Universidad François Rabelais, de Tours, y en la Sorbonne-Nouvelle, Paris III. La muestra es un compendio de la que se celebró en la Hospedería Fonseca de la Universidad de Salamanca entre octubre de 2021 y marzo de 2022.

Así, a Madrid han venido 165 obras entre originales y reproducciones, entre las que destacan manuscritos, fragmentos de prensa, fotografías familiares, recuerdos de la vida universitaria y de su vida política, y objetos como la Banda con insignia de la Orden de la República y el título de Ciudadano de Honor. 38 de los objetos originales proceden del Archivo de la Universidad de Salamanca, de la casa Museo de Unamuno y del Centro Documental de la Memoria Histórica. De los fondos de la BNE proceden 20 obras originales y 21 reproducciones.

Se trata de una oportunidad magnífica para regresar a la figura del gran escritor y filósofo vasco, cuya españolidad era tan profunda y universal que podía prescindir de imposturas y patrioterismos. Quizás esta es una primera lectura de los materiales contenidos en esta muestra. Amaba tanto a España que la quería mejor, más humana, justa y digna que muchos de los que se llenaban la boca con su nombre.

No dejó charco sin pisar ni hubo discusión pública en la que no participase. Defendió la separación de la Iglesia y el Estado, denunció la cortedad de los nacionalismos vasco y catalán, se enfrentó al fascismo y al comunismo, alzó la voz contra la violencia política de una España que terminaría en la tragedia de la Guerra Civil (1936-1939). Diputado a Cortes en 1931, se alejó muy pronto de aquella actividad política encanallada y violenta. No faltan en la exposición las críticas a las limitaciones de un Parlamento que terminó traicionándose a sí mismo, ni a los partidos políticos ni la mirada unamuniana sobre las relaciones entre España y el resto de Europa.

El recorrido está organizado en torno a siete periodos: «Aprendiz de político (1874-1891», «La forja de un intelectual (1891-1899)», «Crónica de una destitución anunciada (1900-1914)», «De la Gran Guerra al destierro (1914-1923)», «Un largo y fecundo exilio (1924-1930)», «La experiencia republicana (febrero de 1930-julio de 1936)» y «La salvaje guerra incivil (1936)». De fondo, resuena una conmovedora grabación con la voz del escritor. En torno a estos ejes, más de 60 años de vida pública nos contemplan.

Apasionado, contradictorio, «paradojista», polemista e incendiario, Unamuno cohonestaba el rigor académico, la profundidad filosófica y la lucidez en el uso del idioma. El lector puede ver aquí el primer artículo que publicó nuestro autor, firmado con una enigmática X, en «El Noticiero Bilbaino» el 27-12-1879 a los 15 años y titulado «La unión constituye la fuerza». Es una pieza a dos columnas de una densidad admirable. Muy influido por el Pi y Margall de «Las nacionalidades» (1877), Unamuno empezaba bien fuerte abogando por una unión de todos los partidos vascos en una Unión Vasco-Navarra, cuyo fracaso atribuye al radicalismo de unos y otros. Años después, en otro artículo de 1924 que también puede verse, diría de aquella primera pieza que atravesaba una época de «fervor fuerista, euscalerríaco, prebizcaitarresco». D. Miguel debe de tener un altar propio en el templo de la morfología. Nadie acuñaba palabras como él para iluminar la actualidad con una claridad nueva.

Nuestro hombre se va forjando como intelectual socialista y republicano. En 1894, se afilia a la Agrupación Socialista de Bilbao, pero esto no debe llevarnos a engaño. Unamuno nunca fue hombre de aparato, ni siquiera de partido. Se pone del lado de los anarquistas acusados en el proceso de Montjuich, que han sufrido torturas. Escribe una carta al presidente del Gobierno en defensa de «su pobre amigo Pedro Corominas». Nuestro autor, buscando cómo llegar a Cánovas del Castillo, le envía unas líneas al periodista Fernández Villegas y dice de sí mismo que «aborrezco todo acto violento, odio la guerra y creo en la evolución. Soy un anarquista conservador, usted lo sabe, en realidad socialista y de los más templados». Hay que reconocerle a D. Miguel la capacidad de unir a los contrarios. Pacifista, tomará el partido de los separatistas en las guerras de Cuba y Filipinas y nunca perderá ocasión de rendir homenaje a José Rizal (1861-1896), líder filipino fusilado en Manila.

La exposición dedica mucha atención a la labor de Unamuno como rector. No fue menos polemista en la cátedra que en la columna periodística. Empezó el curso en 1900 con un discurso en que se dirigió a los alumnos aconsejándoles que lo discutiesen todo. Recibió con alborozo el nombramiento de rector por parte del Gobierno, pero no perdió ocasión de distanciarse. Escribe a Antonio García Alix, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, que «figúrese usted eso de nombrar un gobierno conservador a un socialista heterodoxo, propagador de ideas disolventes, que no pasa de los 36 años, que no es de la ciudad, que solo lleva nueve años en el profesorado; y nombrarlo después de haber leído un discurso como el que leí».

Desde la universidad, y más aún desde la plaza fuerte del rectorado, se enfrentó con todo el mundo. La exposición subraya la polémica de 1902 con D. Tomás Cámara y Castro (1847-1904), obispo de Salamanca, a cuenta de la publicación en una revista de las «confesiones íntimas de Unamuno», en las que el filósofo expresa sus simpatías por un «protestantismo liberal». El obispo envía una carta al rector en la que viene a llamarlo hereje. Unamuno resiste las presiones para que dimita o lo cesen y luego pasa a la ofensiva. Acusa a la Iglesia de estar descristianizando España: «en vez de darle al pueblo una luz para que vea su camino y lo siga por sí, se le ha metido en un carro y se le lleva a oscuras». ¡Ay! Nuestro hombre se mete de lleno en la Kulturkampf, en la guerra cultural entre la Iglesia y el Estado. No sólo acomete la cuestión religiosa, sino que entra en la pedagogía, el patriotismo, el regionalismo, la cuestión social, la libertad de expresión… No basta la extensión de esta crónica para desgranar las cartas y artículos que la exposición muestra. Baste resumir que todo es apasionado, brillante e incendiario. Unamuno entra en la lucha cultural como un regimiento de cosacos al galope. No deja títere con cabeza, pero salva siempre la paz y la razón. El 30 de agosto de 1914, so pretexto de una convalidación de título pretendidamente dudosa, el rey firma la destitución del rector vasco.

Aliadófilo, opuesto a la dictadura de Primo de Rivera, parte al destierro, donde estará de 1924 a 1930 y gozará de una intensa vida intelectual. Antifascista, republicano, humanista, Unamuno se abraza a un socialismo que nunca abandonó del todo. No le faltan conspiraciones ni polémicas. Regresa triunfante a una España en que la cuestión republicana y, en torno a ella, la separación Iglesia-Estado, la reforma agraria, la cuestión social y los nacionalismos polarizan la vida pública. A lo largo de los artículos y cartas vamos viendo cómo Unamuno se desengaña, se decepciona y se cansa.

Al final, el caos y la violencia política lo terminarán llevando a simpatizar con el 18 de julio no por ideología, sino por ver en él una esperanza de orden. También en esto acabará decepcionado. Es conmovedor ver las notas que tomó durante el famoso acto del Paraninfo de la universidad de Salamanca con ocasión del Día de la Raza aquel 12 de octubre de 1936. Están en el reverso de la carta que le dirigió Enriqueta Carbonell (1906-1995), la esposa de Atilano Coco, pastor protestante, masón y amigo de Unamuno, al que habían detenido y por quien Unamuno trató, sin éxito, de interceder. Un poquito más adelante hay una foto del propio Atilano Coco (1902-1936) y su esposa y un retrato de Salvador Vila (1904-1936), profesor y arabista, también detenido. A los dos los matarían los nacionales sin formación de causa ni juicio.

La brutalidad de la guerra «incivil» desgarró a Unamuno. Uno sale de la exposición con el mismo desgarro, la misma tristeza, pero también el consuelo de que hubo gente que, como él, pudo mantener un compromiso con el humanismo, la razón y la paz por encima de las ideologías y de sus propios errores.

No dejen de visitar esta magnífica exposición.