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Crónica deAndrés AmorósBilbao

Con toros tan nobles y tan flojos, ni siquiera Ponce y Roca Rey emocionan

Desastre ganadero en la cariñosa despedida a Ponce, en Bilbao

Enrique Ponce da la vuelta al ruedo para despedirse de la Plaza de BilbaoEFE

Llega el público esta tarde a la Plaza comentando con pasión «lo de ayer». La polémica no es mala para la Fiesta: lo malo es que no se hable de toros, o que se hable con desgana y aburrimiento. Tampoco es la primera vez que Matías actúa así: más de una vez lo hizo, con el propio Ponce. La cuestión no es tan evidente como algunos creen: la segunda oreja exige una faena redonda, completa, incluida la estocada, y la de Roca Rey, en el último toro del jueves, no lo fue. En todo caso, los trofeos se deben conceder cuando se crea (acertada o equivocadamente, como cualquier decisión humana) que la faena lo merece, no para ayudar a la Fiesta: si no, estaríamos apañados, con el aluvión de orejas…

No conviene perder el criterio claro de lo que es verdaderamente importante, en este caso. A mi modo de ver, han sido tres cosas: primero, que, gracias a Roca Rey, se llenó una Plaza que en toda la Feria presentaba un aspecto triste. Segundo, que el diestro peruano dio al público lo que esperaban de él: una faena arrolladora, de gran impacto. Tercero, que, después de eso, la Plaza todavía va a estar más llena, este viernes.

Para subir el tono sentimental de esta tarde, se despide de Bilbao Enrique Ponce, uno de los diestros más queridos, durante décadas, en esta Plaza. Ha toreado aquí más de sesenta tardes y abierto la Puerta Grande seis veces (no fueron más por culpa de la espada).

La especial relación de Enrique con Bilbao empezó en 1991, con Naranjito, de Torrestrella. Desde entonces, no ha faltado ningún año a Bilbao ni se ha limitado a torear un encaste. Ha realizado grandes faenas –premiadas o no con trofeos– a toros de Buendía, Sepúlveda, Atanasio, Victorino Martín, El Ventorrillo, Zalduendo, Alcurrucén, Garcigrande, Victoriano del Río…

En el patio de entrada a esta Plaza he admirado muchas veces la impresionante cabeza del toro Carjutillo, de Samuel Flores, con cerca de 600 kilos y tan abierto de pitones que no cabían en los engaños. La imagen de Ponce, de grana y oro, delante de este toro, la elegimos para las guardas del libro que firmamos él y yo. Entonces, me dijo: «Puede ser uno de los toros más serios que yo he toreado en mi vida, por el conjunto de su trapío… Primero hubo que poderle, porque tenía mucho poder. Sus embestidas eran feroces, violentas. Parecía mentira que pudiese sentirme a gusto con semejante arboladura».

Desde esa tarde, han pasado ya veintiún años, han cambiado muchas cosas. Era inimaginable que Ponce no se despidiera de «su» Bilbao, en esta temporada en la que está recogiendo el cariño de los públicos y está demostrando que se mantiene a un gran nivel: lo he comprobado en Gijón, el pasado domingo. Eso sí, ahora mismo, más que el dominio, busca la estética, si el toro se lo permite.

La incógnita eran los toros elegidos, de Daniel Ruiz (que fue amigo de Ponce y falleció hace un año), en su debut en Bilbao. Por desgracia, el resultado ha sido desastroso: toros con tan poca fuerza y casta que impiden la emoción del público. La suerte de varas, en todos, ha sido un puro simulacro. A algunos profesionales les gusta esta nobleza. A cualquier aficionado un poco exigente, en absoluto. Y el resultado está a la vista: por muy entregado que estaba de antemano el público, ni un trofeo. Sólo Roca Rey, a base de voluntad, lo ha rozado en el quinto, el único que se ha mantenido en pie.

Como en muchos cosos, reciben a Ponce con un especial homenaje: aquí, le dedican un aurresku y le brindan sus dos compañeros (fue padrino de la alternativa de ambos). En el tendido vuelvo a ver una pancarta que ya he visto en otros cosos: «Ponce = Dios». ¡Hombre, conviene no exagerar tanto!

El primer toro, escurrido para Bilbao, es bondadoso pero flaquea de atrás varias veces; embiste siempre al borde de irse al suelo. Con su conocida maestría, Ponce intenta mantenerlo en pie con muletazos suaves, relajados: inevitablemente, sin la mínima emoción. Ha sido casi como torear sin toro. Con habilidad, logra una estocada trasera y desprendida.

Enrique Ponce brindó su segundo toro a su amigo Ramón García, presentador de televisiónEFE

Recibe al cuarto con buenas verónicas, cargando la serte, ganándole terreno hasta el centro. El toro ya flaquea antes de varas, así que no lo pican. Brinda al público y a su amigo bilbaíno Ramón García. Se cae el toro en la primera serie de muletazos, y al rematar con un pase de pecho, y en el cambio de mano… Aunque Ponce quiere y el público empuja, todo queda en un conato de faena, con un toro de imposible lucimiento. Pincha sin estrecharse y el toro se echa. Le obligan a recibir el cariño de todos en una vuelta al ruedo. Hasta Matías, el presidente que le negó alguna oreja por no matar bien, le aplaude, desde el palco.

El segundo sale humillando mucho pero cayéndose. En las gaoneras verticales de Roca Rey, vuelve a caerse, ¡qué desastre! Brinda a Ponce. En los estatuarios iniciales, rueda el toro. Embiste con la dulzura que le gusta a algunos profesionales pero blandeando, en todas las series. Así, aunque el diestro esté firme y la afición, muy a favor, no hay nada que hacer. Pincha antes de la estocada.

El quinto pierde dos veces las manos en los lances de recibo: no le pican absolutamente nada. Así, logran que se mantenga, en la muleta, aunque, por falta de fuerza, eche la cara arriba y tropiece el engaño. Saca Roca Rey su responsabilidad de figura y se echa de rodillas: por primera vez, esta tarde, suena la música durante una faena. Logra Andrés sacarle muletazos mandones, de mano baja, aunque el toro protesta y desluce. La faena, muy voluntariosa, ha tenido más mérito que lucimiento. La gente está con él pero pincha, antes de la estocada.

Roca Rey lo intentó de rodillas y con muletazos de mano bajaEFE

Al lado de la brisa estética de Ponce y del ambicioso huracán de Roca Rey, al sevillano Pablo Aguado le toca esta tarde ser «el tercer hombre», sin música de Anton Karas. Su reciente éxito en San Sebastián ha debido de afianzar su ánimo.

En el tercero, esboza unos lances con naturalidad y su personal estilo pero el flojo toro queda corto y engancha. No quiere caballo ni le pican nada y, aún así, flaquea. El toro no dice nada en absoluto y puntea el engaño, al final de cada muletazo. El trasteo fácil no cuaja: Aguado deja sólo detalles de torería. Pincha dos veces sin cruzar y descabella.

Al último, con muchos pitones, lo lancea con buenas verónicas de salida. Gallea por chicuelinas… y el toro cae. Después de varas, se desploma. El trasteo es correcto, con muletazos de uno en uno, pero el toro se ha apagado del todo. Esta vez, abusa de desplantes, que tienen poco sentido con un toro que ha tenido tan poca fuerza. Mata con decisión pero atravesado.

El segundo de Pablo Aguado fue tan manso como los anterioresX: @pabloaguadocom

Hace una docena de años, me decía Enrique Ponce: «En Bilbao me siento queridísimo desde siempre. Me siento torero de Bilbao y lo llevo con gran orgullo». Esta tarde, no ha hecho más que poner la rúbrica a esta larga relación de amor.

Ponce es un gran torero y Roca Rey, también. Pocas veces he visto a una Plaza como Bilbao tan predispuesta a favor de dos diestros pero, si los toros no tienen fuerza ni casta, todo se queda en nada. Su mortecina forma de embestir me ha recordado lo que decían en el Siglo de Oro, con un conceptista juego de palabras: «Apenas llega, cuando llega a penas». ¡Qué dolor! Un toro bravo no puede ser así.

FICHA

  • BILBAO. Plaza de Toros de Vista Alegre. Corridas Generales. Viernes 23 de agosto. Entrada: casi lleno. Toros de Daniel Ruiz, nobles pero sin fuerza ni casta; la suerte de varas, un triste simulacro. Sólo aguanta un poco el quinto.
  • ENRIQUE PONCE, de rosa palo y oro, estocada trasera y desprendida (saludos). En el cuarto, pinchazo (aviso y vuelta de despedida).
  • ROCA REY, de gris plomo y azabache, con chaleco en oro, pinchazo y estocada (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (aviso, escasa petición y saludos).
  • PABLO AGUADO, de negro y plata, dos pinchazos y descabello (silencio). En el sexto, estocada atravesada (palmas).