Los tres momentos de ruptura de la civilización occidental y una incógnita para el futuro inmediato
El mundo cultural y espiritual occidental parece atravesar una grave crisis erosionada por la ideología woke y otras. No es el primer momento de ruptura civilizadora dentro de lo que conocemos como Occidente y antes Cristiandad, pero sí, quizás el más peligroso
El progreso social, cultural y político de la humanidad ha tenido en la civilización occidental –lo que tradicionalmente se conocía como cristiandad– su principal motor.
Consecuencia del progreso pensamiento greco-latino (depositarias a su vez de los procesos civilizadores proveniente de Persia y Siria) y de la religión judeo-cristiana, el mundo globalizado de hoy es, en esencia, resultado de las aportaciones de Occidente a la humanidad.
Sin embargo, como en todo proceso histórico, el desarrollo de la civilización Occidental ha sido lento, de larga duración, repleto de altibajos y obstáculos que ha debido sortear, crisis y rupturas.
En este momento, sin ir más lejos, se encuentra inmersa en una nueva crisis, tal vez la más profunda desde el colapso del mundo romano, y corre peligro de diluirse como resultado, precisamente, de las inestabilidades internas derivadas (paradójicamente) de su éxito.
En ese sentido, se pueden identificar tres grandes rupturas sufridas por la llamada civilización occidental (un concepto que, por otro lado, es moderno, pero que ayuda a identificar una realidad histórica pese a su inexactitud y limitaciones).
La división de la cristiandad
Se puede identificar al Imperio Romano como el primer paso de la civilización occidental, ya que la realidad romana, sus leyes, su lengua, su cultura su religión (primero la pagana, luego la cristiana) conformaron una realidad global en su ámbito geográfico (Europa y el Mediterráneo), cuyos efectos perviven con fuerza en el mundo actual.
¿Podría ser la caída de Roma ese primer momento de ruptura? En realidad, no, porque lo que desaparece en el siglo V es la realidad administrativa, no la espiritual ni cultural (que son los verdaderos elementos civilizadores). Por otro lado, el Imperio Romano sobrevive en Oriente hasta la caída de Constantinopla en 1453.
El verdadero primer momento de ruptura en la civilización occidental –por ser más exactos podemos denominarla «cristiandad» en este momento– es el cisma de 1054, que separa definitivamente a cristianos griego-ortodoxos orientales de los católico-latinos occidentales.
La ruptura, incluso se podría apuntar, ya se había producido siglos antes, aunque 1054 sea el momento en el que saltan las costuras. El comienzo del alejamiento entre las dos almas del mundo romano (Roma y Constantinopla) se inicia tras la muerte del emperador Teodosio I a finales del siglo IV y el reparto de Roma entre sus hijos Arcadio y Honorio.
Las dos almas de la cristiandad se separan paulatinamente pero con fuerza, en el ámbito espiritual, cultural y político. La desaparición política del Imperio en occidente y su permanencia en oriente no hará más que subrayar esa división.
La irrupción del islam
Un segundo momento de ruptura se produce con el surgimiento del islam como poder político de carácter imperial y, por lo tanto, de vocación global.
La expansión de las tribus árabes islamizadas por el oriente romano y por el norte africano y sur europeo hasta llegar a los Pirineos tiene efectos similares a los que tuvo el Imperio romano en su momento.
Con la irrupción del islam surge una nueva civilización, la árabe-islámica que, con su expansión y absorción de pueblos no árabes (persas, túrquicos, bereberes, etcétera), pasará a ser únicamente islámica y multilingüistica y pluriétnica.
La llegada del mundo islámico como potencia militar y política separa a cristianos de Europa de los del norte de África. Las comunidades cristianas norteafricanas (a excepción de los coptos de Egipto) terminarán por desaparecer.
El trauma de que comunidades tan pujantes que fueron cuna de padres de la Iglesia como San Agustín de Hipona terminaran por desaparecer será un trauma para la Europa cristiana aún mayor que la desaparición del poder imperial en Roma.
Al fin y al cabo, el vacío dejado por los césares lo llena el papado que se convierte en el nuevo faro civilizador en una Europa necesitada de nuevos referentes tanto espirituales como terrenales.
En el caso de la península ibérica, los reinos hispánicos terminarían regresando a la cristiandad en el largo proceso histórico que fue la Reconquista y que fijará los pilares de la nación española.
En realidad, la irrupción del islam implica tres rupturas simultáneas. Además de la citada en las orillas norte-sur del Mediterráneo, habría una nueva ruptura este-oeste con la islamización del Oriente Medio cristiano (lo que abriría más adelante la puerta a las Cruzadas).
La tercera ruptura ocasionada por la llegada del mundo islámico se produciría dentro del mundo ortodoxo-bizantino. Sería una ruptura norte-sur donde el cristianismo ortodoxo se va desplazando hacia el norte mientras el sur va cayendo paulatinamente en poder del islam.
El cisma protestante
Una nueva ruptura del mundo occidental (ahora quizás sea más exacto emplear dicho término al tratarse de un fenómeno propio del occidente cristiano) se produjo en el siglo XVI con la reforma protestante y el cisma ocasionado por luteranos, calvinistas y anglicanos.
La ruptura, desencadenante de las trágicas guerras de religión, separó a cristianos del norte de Europa (que con excepciones se entregaron al protestantismo) de los del sur (que permanecieron fieles a la Iglesia católica).
La herida ocasionada por la reforma protestante enemistó de una manera visceral a europeos y cristianos del continente con consecuencias aún palpitantes.
La incógnita inmediata
El auge de las nuevas ideologías anti humanistas, como la ideología woke, el feminismo radical o el socialismo anticristiano y materialista, llevan a preguntarse si la civilización occidental se encuentra inmersa en un cuarto momento de ruptura.
Una ruptura que, en esta ocasión, carece del elemento geográfico –común junto con el elemento espiritual a las otras tres rupturas–, sino que sería una ruptura interna. Una ruptura que, al ser una implosión, sería más peligrosa y dañina que las otras tres.
La pérdida de todos los referentes, la renuncia voluntaria a los logros de siglos (milenios) de proceso civilizador, la rendición cultural ante modelos fracasados caracterizarían dicha ruptura.
Se trata de una realidad inédita con características que no se dieron en los anteriores procesos de ruptura y que, de consolidarse, podría suponer el fin, esta vez sí, de la civilización occidental, o dejarla muy mermada.
Esta ruptura comenzaría, precisamente, en el momento en que la civilización europea deja de referirse a sí misma como «cristiandad» y asume el concepto vago, poco concreto y desprovisto de referencias religiosas de «Occidente».
¿Hay justificación para tal pesimismo? Tal vez no. Es pertinente aquí recordar las palabras de Benedicto XVI: «El futuro de la Iglesia puede venir, y vendrá también hoy, sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas».
Interpretando los signos de los tiempos, Benedicto XVI previó una Iglesia más pequeña –fruto del proceso de secularización–, pero más fiel a Cristo. «Será una Iglesia más espiritual, que no suscribirá un mandato político coqueteando ya con la izquierda, ya con la derecha. Será pobre y se convertirá en la Iglesia de los indigentes».
Por lo tanto, como ha sucedido siempre en los momentos de crisis, la llama civilizadora quedará depositada en una Iglesia tal vez pequeña y asediada, pero de una fortaleza inigualable en su fidelidad a la Verdad del Evangelio. Hay civilización cristiana para rato.