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El Debate de las Ideas

Wokismo: radiografía de una pseudorreligión

Para el 'wokismo' existen personas odiosas y deplorables con las que no cabe ser tolerantes, puesto que con sus planteamientos morales y políticos prolongan las situaciones de injusticia, impidiendo con ello el triunfo final de los derechos humanos y la llegada definitiva de la paz en el mundo

«Quien no comprende la religión no entiende la política», escribe Dalmacio Negro. Y, más en concreto, no está en disposición de entender las ideologías operantes en nuestra época y su función pseudorreligiosa. Nuestro propósito es poner de manifiesto que la parodia de la Última Cena en la performance inaugural de los pasados Juegos Olímpicos celebrados en París, lejos de ser un gesto más o menos casual de mal gusto, puso de manifiesto la verdadera naturaleza de la ideología woke que ha invadido Occidente hasta la asfixia. Pues el wokismo, como esperamos demostrar, no es sino una parodia del cristianismo. Comenzando por el término por el que quiere ser identificado: Despierto. Término que inmediatamente remite a la Epístola de san Pablo a los Efesios, donde el Apóstol hace esta invocación: Despierta tú que duermes [5, 14]. Y, con anterioridad, en un pasaje transcendental, escribe:

«Él [Cristo] es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear, de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz, también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu» [2, 14-18].

Sin el marxismo el wokismo es incomprensible

Si procedemos ahora a eliminar toda remisión a Dios, el Espíritu Santo o a Cristo, nos encontramos con que el Apóstol apela a:

1. Derribar el «muro de separación»

2. Abolir la «ley» con sus mandatos y reglas

3. Dar muerte al «odio».

De modo que, abolidos el Muro, la Ley y el Odio vendrá un estado de paz y emergerá un «único hombre nuevo». Pues bien, a nuestro juicio, ésta es la mejor y más sintética descripción de la ideología Woke. Pues de modo análogo a como el marxismo puede ser visto como una versión sin Dios del mesianismo judío, el wokismo sería una versión del cristianismo paulino sin Cristo. Y al igual que el cristianismo salió del judaísmo, pero rompió con él para convertirse en una fe distinta, el wokismo ha nacido del marxismo pero transmutándose en otra cosa, en otra ideología. Por lo que, si estamos en lo cierto, habría que decir que sin el marxismo el wokismo es incomprensible, pues es su raíz, pero que, al mismo tiempo, uno y otro serían a su vez incomprensibles sin sus referencias judías y cristianas. En suma, lo Woke es, en sí mismo, una parodia del cristianismo tal y como éste fue expresado paradigmáticamente por san Pablo.

Procedamos a echar una mirada rápida a sus tres grandes afirmaciones-negaciones, comenzando por su pretensión de «derribar el muro» que divide a los pueblos.

No resulta forzado en absoluto considerar que en esta abolición simbólica del «muro» que separaba a judíos y gentiles en la epístola paulina se halle implícita la supresión de todo muro o frontera que hasta el presente ha dividido y separado a los pueblos de la Tierra. Y que, junto, a la supresión de las fronteras entre las naciones se eliminen igualmente las categorías de «próximo» y «lejano». Todo ser humano es ahora nuestro prójimo, sin distinciones de ningún tipo. Ni de nacionalidad, raza o cultura. Por lo que es inmoral preocuparse por los «próximos» más que por los «lejanos». Asumido esto, toda forma de amor que priorice lo propio y cercano, como es el amor por la familia o la patria, será considerada enfermiza, una fobia, y deberá, en consecuencia, ser eliminada.

Además de los muros que separan las naciones, existe otro muro que divide la humanidad en dos, y que es el establecido por la biología, y en el Génesis, entre varones y hembras. También éste ha de ser derribado de modo que el hombre pueda devenir en mujer y la mujer en hombre. Quien niegue esta convertibilidad entre los sexos se halla igualmente sumido en una enfermedad, en una forma de fobia.

Y, finalmente, existe un último muro que ha de ser suprimido, a saber, el que separa al hombre de Dios. Toda distinción, y separación, entre lo humano y lo divino, lo sagrado y lo profano, el Cielo y la Tierra queda abolida. El hombre es dios, y dios es el hombre. El triunfo del homo deus. Quien niegue esto va contra la dignidad del hombre.

Por su parte, con la abolición de la Ley, con todas sus reglas y mandatos, se suprime simbólicamente la idea de un mundo configurado por un orden sagrado preexistente e indisponible a la voluntad del hombre. Y en especial de un mundo vertebrado sobre las categorías de paternidad y jerarquía. Nada que implique anterioridad o superioridad puede ser admitido, pues contradice la idea suprema de una Humanidad emancipada, la idea de una igualdad absoluta entre los hombres. Pero la abolición woke de la Ley supone ante todo la abolición de la «abominable» idea de pecado. Y más en concreto de la idea de «pecado original». Por la Ley entró el pecado, señala san Pablo, por lo que abolida la Ley el pecado deja de existir. Y con el pecado desaparecen igualmente toda idea de sacrificio y expiación, así como de culto y adoración.

Resta por ver la abolición del «odio». Pero, ¿de qué odio se trata? Para la ideología Woke, «odia» quien persevera en la creencia de que los muros y fronteras entre las naciones son buenos y necesarios. Odian también quienes entienden que hay que priorizar la caridad con el prójimo antes que con el lejano; o creen que existe una diferencia insalvable entre los sexos, o que existe una Ley natural en el mundo que discrimina entre actos objetivamente buenos de otros considerados objetivamente malos. En la pseudorreligión Woke, odia, en suma, quien se opone a esta abolición simbólica de los Muros y de la Ley. Y con su «odio» se convierten ellos mismos en «odiosos». Con personas así, «odiosas», lo que procede es procurar su eliminación. Una eliminación, en principio, civil, pero que podría llegar a ser física en caso necesario. Se trataría de una eliminación legítima por cuanto se trata de una cuestión de justicia social y requerida por un principio de salud pública. Y más cuando se considera que este «odio» es el responsable directo de una multitud innumerable de víctimas a lo largo de la Historia; es más, que aún hoy lo es en el presente. Ante estas víctimas del «odio» sólo cabe arrodillarse y pedir perdón, si es que uno quiere encontrar la redención y ser perdonado. Pero incluso esta humillación no basta. La redención última sólo se alcanza cuando uno se vincula activamente en la lucha contra este tipo de personas fóbicas, especialmente cuando éstas se resisten a ser reeducadas o a someterse. Ser woke implica, por tanto, luchar, incluso violentamente cuando ello sea necesario, contra todo partidario de la existencia de límites y fronteras, por cuanto son los responsables directos, con sus ideas y prejuicios, esto es, con su odio, de impedir el advenimiento de una Humanidad finalmente liberada de todo tipo de prejuicio o discriminación. Se trata, por tanto, de una lucha santa, religiosa. Para el wokismo, en definitiva, existen personas odiosas y deplorables con las que no cabe ser tolerantes, puesto que con sus planteamientos morales y políticos prolongan las situaciones de injusticia, impidiendo con ello el triunfo final de los derechos humanos y la llegada definitiva de la paz en el mundo. Y, sobre todo, retrasan e impiden el advenimiento del más verdadero y último de los grandes objetivos de la Historia humana: la aparición de un «único hombre nuevo».

Y en esta guerra estamos.