Conclusiones de la Feria taurina de Bilbao
La gran noticia negativa: la escasa asistencia de público
Las Corridas Generales de Bilbao, que han acabado este domingo, han dejado muchos temas para comentar y debatir. Resumo aquí telegráficamente las conclusiones principales que he sacado de esos siete festejos.
Los toros
El prestigio tradicional de Bilbao se basaba, ante todo, en la seriedad y el trapío de los toros que allí se lidiaban: sólo un punto por debajo de los descomunales de Pamplona y al nivel, por lo menos, de los de Madrid. En este tema, esencial, ya se ha empezado a flaquear: la presentación de unos cuantos toros, lidiados este año, no ha estado a ese nivel.
En el juego que han dado los toros, la cosa ha sido más grave. Ha habido dos grandes –en todos los sentidos– corridas de toros: la de Fuente Ymbro y la de Dolores Aguirre. Curiosamente, son dos ganaderías consideradas «toristas», de las que suelen huir las figuras. Con sus dificultades, las dos han aportado casta, fuerza y emoción: elementos absolutamente insustituibles, en una corrida de toros.
De los toros que eligen las figuras, han sido manejables –nada más– los de La Ventana del Puerto , Victoriano del Río y Núñez del Cuvillo; desastrosos, los de Daniel Ruiz y los toros sueltos de Valdefresno y El Puerto de San Lorenzo. (Por cierto, no responde a la tradicional seriedad de Bilbao que en un festejo acaben lidiándose reses de cuatro ganaderías).
Los carteles
Vistos los resultados de los festejos, se ha echado de menos a algunos matadores, cuya ausencia se advirtió, desde el comienzo. Ante todo, a Morante, el número uno actual, insustituible. Luego, a Manuel Escribano y Paco Ureña, que han realizado grandes hazañas, en este coso. De los menos veteranos, a Román, Tomás Rufo, Ginés Marín y Fernando Adrián (que está triunfando todas las tardes).
Desde que se anunciaron los carteles, el acierto mayor me pareció el del mano a mano de Daniel Luque y Borja Jiménez: el éxito del festejo así lo ha certificado.
Obligadas eran las despedidas de Bilbao de Enrique Ponce y Pablo Hermoso de Mendoza, con toda la carga sentimental que traían. Aún en este último caso, no me gustan los carteles mixtos, en los que un rejoneador mata dos toros, igual que los toreros de a pie.
La lluvia evitó una pobre entrada en el festejo inicial de rejones. El año próximo, retirado Pablo Hermoso de Mendoza, es obligado que vuelva a esta Plaza Diego Ventura, el actual número uno. Lo lógico será buscar el acontecimiento: seis toros, para él, en solitario (como ya ha hecho triunfalmente en Madrid). O buscar la rivalidad: su mano a mano con Guillermo Hermoso de Mendoza.
Los toreros
El triunfador indiscutible ha sido Borja Jiménez, con sus tres orejas, ganadas con una entrega absoluta, que puede simbolizarse en las tres veces que acudió a porta gayola. Ha superado las consecuencias de una grave cornada, mató bastante bien esta vez (aunque sigue entrando a matar desde demasiado lejos) y sale reforzado de Bilbao.
Claro triunfador ha sido también Damián Castaño, que se jugó la vida heroicamente, con un tremendo toro de Dolores Aguirre. Para las corridas duras, hay que contar con él: se lo ha ganado.
Superadas las secuelas de su terrible percance, torea con clasicismo Emilio de Justo. Dentro de poco, los seis toros de Victorino que va a matar en Valladolid serán su gran examen.
El estilo de torear de Andrés Roca Rey entusiasma a muchos, le ponen pegas otros, pero nadie puede discutir dos cosas: ha sido el único que ha logrado llenar los tendidos de Bilbao y ha asumido su responsabilidad de primera figura. Siempre se entrega y da espectáculo: por eso atrae al gran público.
En su presentación, cayó de pie en Vista Alegre Juan Ortega. Aunque no lo parezca, Bilbao, lo mismo que Madrid, siempre se han pirrado por la estética sevillana, que se sale de la frecuente rutina actual.
Han aportado poco algunos matadores veteranos, ya muy vistos.
En tres líneas diferentes, estuvieron bien los tres novilleros, Jarocho, Aarón Palacio y Zulueta. Sorprendió especialmente el segundo, el menos conocido.
La Presidencia
Las polémicas periodísticas sobre la negativa a conceder la segunda oreja a Roca Rey se han diluido muy pronto. Si una estocada no ha caído en buen sitio, el segundo trofeo es muy discutible.
Como en el fútbol, no es bueno echar las culpas de todo al árbitro. En una Feria tan seria como debe ser la de Bilbao, es conveniente que haya un solo Presidente y que mantenga su criterio: así, se evitan los bandazos que vemos ahora en Pamplona y en Madrid, por ejemplo. Y no se debe pedir que se rebaje la exigencia, para que acuda a la Plaza más público. Eso sería abaratar la Fiesta: Bilbao debe mantener la seriedad tradicional que siempre ha tenido.
Con sus criterios y sus errores, Matías se ha esforzado siempre por mantener el prestigio de la Plaza de Bilbao; en general, lo ha conseguido, evitando la verbena de trofeos que en muchas Plazas se conceden. Este año, ha acertado, al conceder rápidamente la oreja a Damián Castaño, a pesar del pinchazo. Si acaso, ha pecado un poco de blandura –en contra de lo que suele decirse– por la circunstancia sentimental de la despedida de Pablo Hermoso y por la seducción del estilo de Juan Ortega.
El público
La gran noticia negativa de esta Feria ha sido la escasa asistencia de público. Disimular un problema no ayuda a resolverlo.
Los hechos están ahí. Las posibles causas son múltiples: la falta de apoyo moral –no hablo de dinero– de las autoridades bilbaínas. (Compárese, por ejemplo, con lo que han hecho las alcaldesas de Santander y Gijón por las Ferias de sus ciudades, en claro avance). El abandono de muchas empresas locales, que antes compraban palcos. El paso del tiempo, en lo que simbólicamente significaba lo que solemos llamar «Neguri». La rutina de los carteles, que deben abrirse a más rivalidad, más jóvenes, y buscar que constituyan un acontecimiento (la Plaza de Nimes y el entorno de José Tomás lo entendieron perfectamente). La escasa conexión de la nueva empresa con las peñas taurinas locales (a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Pontevedra), con el Cocherito y el Club Taurino a la cabeza…
En la organización, La Plaza debe tener más acomodadores, para evitar el desbarajuste continuo de los espectadores que entran y salen, durante la lidia, con un vaso en la mano, y se sientan donde les apetece. No tiene sentido que se hayan suprimido los tableros que facilitaban el trabajo de los periodistas: una iniciativa pionera, bien acogida por todos, que fue imitada luego en Valencia y en Madrid.
Se deben presentar solemnemente los carteles, no sólo anunciarlos. Y hacerlo con tiempo, para que los aficionados de fuera de la ciudad puedan programar sus viajes.
Todo esto es discutible pero el resultado está a la vista y, hasta que apareció Roca Rey, fue desolador. En el fondo, es un problema de escasa afición, de prejuicios y falta de información, en buena parte de la sociedad. Ahora mismo, si algo no aparece en las televisiones en abierto, es muy difícil que la sociedad española se entere. (La política ofrece ejemplos de sobra).
Es ineludible luchar contra ello. Hay que trabajar mucho, todo el año, con nuevas iniciativas, para difundir la Fiesta, defender la cultura taurina y promover que los toros vuelvan a estar de moda en Bilbao, como ya está sucediendo en otras ciudades.
El objetivo debe estar claro: conseguir que la sociedad bilbaína vuelva a sentir que las Corridas Generales son tan suyas como, por ejemplo, lo es el Athletic. Ya sé que esto es muy difícil, con los actuales prejuicios e ignorancias, pero es ineludible. ¿Se hará algo? Veremos… Pero está en juego el futuro de la Fiesta, en Bilbao.