Cinco poemas de Charles Baudelaire, el poeta maldito que inauguró la modernidad
Las flores del mal abrió la poesía a la vanguardia, pero se encontró con el rechazo y la condena de la Francia de Napoleón III
Obra cumbre de la literatura francesa y universal, Las flores del mal, de Charles Baudelaire, comienza con un poema marino, El albatros, donde se describe cómo, a menudo, los marineros cazan los albatros que vuelan alrededor del barco y, para divertirse, los meten dentro del puente de la nave.
En el barco, el albatros se comporta como un animal torpe y vergonzoso, despojado de la realeza que ostentaba en ellos cielos.
«¡Cuán torpe y abúlico es! Él, antaño tan bello, ¡cuán feo y cómico es!». Sentencia Baudelaire que «el poeta es parecido al príncipe de las nubes que asedia la tempestad y se ríe del arquero; exiliado en el suelo bajo el abucheo, sus alas de gigante le impiden caminar».
El albatros, el poema que abre Las flores del mal, tal vez sea el más autobiográfico de los poemas del poeta maldito, cuya vida avanzó en la bohemia parisina entre excesos de alcohol, drogas y enfermedades venéreas.
Baudelaire nació en París el 9 de abril de 1821 y moriría en la capital francesa el 31 de agosto de 1867, joven, quemado por la sífilis y maldito. No en vano, Paul Verlaine lo incluyó entre los poetas malditos, y así quedó encuadrado para la historia: en una misma generación, la de los simbolistas, en la que también estarían Arthur Rimbaud y el mismo Verlaine.
Baudelaire llevó una vida bohemia y libertina, frecuentando los prostíbulos y los fumaderos de opio. Dilapidó la herencia que recibió de su padre en sus vicios, se instaló en la isla de San Luis en el Sena y se entregó de lleno a los excesos.
Su familia trata de alejarlo del libertinaje y lo convencen para que se marche primero a Burdeos y luego a la India. Será durante la travesía al barco cuando se inspire y componga El albatros. No obstante, no llega a completar el viaje y, tras pasar por Mauricio, vuelve a Francia.
De vuelta en Francia, y ya enfermo de sífilis, inicia una relación con la joven haitiana Jeanne Duval, lo que le ocasiona el rechazo de una sociedad profundamente racista y clasista.
La tumba de Baudelaire en el cementerio de Montaparnasse es sencilla, desprovista de toda monumentalidad. Ni siquiera es una tumba individual, sino que es una tumba compartida con sus familiares, incluido su padrastro.
Con todo, de vez en cuando se ve sentada a su lado a alguna persona leyendo sus poemas, escribiendo, dejando una flor, un poema garabateado en un papel o –al igual que lo que sucede con la tumba de Edgar Allan Poe– una botella de alcohol.
Baudelaire está considerado el iniciador de la poesía moderna. En él se inspiró Rimbaud cuando dejó escrito «il faut être absolument moderne» (es necesario ser absolutamente moderno).
El poeta maldito dejó atrás el romanticismo, los modelos caducos e introdujo a la poesía y a la literatura en la modernidad. Si bien sus poemas todavía muestras ese sentimentalismo, apuesta abiertamente por el símbolo y la descripción del fluir del pensamiento.
Las flores del mal fue mal recibida en la Francia decimonónica del Segundo Imperio de Napoleón III. El libro fue tachado de inmoral y de atentar contra la decencia pública. El Estado francés censura y mutila la obra y se suprimen seis de los poemas del libro.
Además, Baudelaire deberá abonar una multa de 300 francos, que se rebajarían a 50 gracias a la intercesión de la emperatriz Eugenia de Montijo. Francia tendrá que esperar hasta 1949 para poder ver de nuevo una edición íntegra de Las Flores del mal.
Cinco poemas de Charles Baudelaire
- El albatros
A menudo, para divertirse, los hombres de la tripulación
cogen albatros, vastas aves de los mares,
indolentes compañeros de viaje que siguen
a la nave que se desliza en los amargos abismos.
Recién depositados en las tablas,
estos reyes del azur, torpes y vergonzosos,
dejan lastimosamente sus grandes y blancas alas
arrastrarse cual remos a sus lados.
Este viajero alado, ¡cuán torpe y abúlico es!
Él, antaño tan bello, ¡cuán feo y cómico es!
Uno, con su pipa, provoca su pico,
otro, cojeando, ¡imita al lisiado que volaba!
El Poeta es parecido al príncipe de las nubes
que asedia la tempestad y se ríe del arquero;
exiliado en el suelo bajo el abucheo,
sus alas de gigante le impiden caminar. - Elevación
Por encima de los estanques, por encima de los valles,
de las montañas, de los bosques, de las nubes, de los mares,
más allá del sol, más allá del éter,
más allá de los confines de las esferas estrelladas,
espíritu mío, te mueves con agilidad,
y, cual buen nadador que se emociona con las olas,
surcas alegremente la inmensidad profunda
con inefable y masculina voluptuosidad.
Echa a volar muy lejos de estos miasmas mórbidos;
ve a purificarte en el aire superior,
y bebe, como un puro y divino licor,
el claro fuego que llena los espacios límpidos.
Detrás de los tedios y las vastas penas
que con su peso entorpecen la brumosa existencia,
afortunado aquel que puede con un ala vigorosa
alzarse hacia los campos luminosos y apacibles;
él, cuyos pensamientos, como las alondras,
hacia los cielos alzan por la mañana un libre vuelo,
¡quien se eleva sobre la vida y entiende sin esfuerzo
el lenguaje de las flores y de las cosas mudas! - Correspondencias
La Naturaleza es un templo donde pilares vivos
dejan salir a veces confusas palabras;
lo atraviesa el hombre a través de bosques de símbolos
que le observan con familiares miradas.
Cual largos ecos que desde lejos se confunden
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
los perfumes, los colores y los sonidos se responden.
Hay perfumes frescos como carnes de niños,
suaves como los oboes, verdes como las praderas,
—y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,
que, teniendo la expansión de las cosas infinitas
como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
cantan los tránsitos del espíritu y de los sentidos. - Los faros
Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,
almohada de carne fresca donde no se puede amar
pero donde sin parar fluye y se agita la vida,
como el aire en el cielo y el mar en el mar;
Leonardo da Vinci, hondo y sombrío espejo,
donde ángeles encantadores, con suave sonrisa
cargada totalmente de misterio, aparecen a la sombra
de los glaciares y de los pinos que delimitan su tierra;
Rembrandt, triste hospital repleto de murmullos,
y con solo un gran crucifijo adornado,
donde la lacrimosa plegaria se desprende de la inmundicia,
y por un rayo de sol invernal bruscamente atravesado;
Miguel Ángel, vago lugar donde se ve a los Hércules
mezclarse con Cristos, y levantarse erguidos
potentes fantasmas que en los crepúsculos
desgarran su sudario al estirar los dedos;
iras de boxeador, impudencias de fauno,
tú que supiste recoger la hermosura de los patanes,
gran corazón henchido de orgullo, hombre endeble y amarillo,
Puget, melancólico emperador de los galeotes;
Wateau, ese carnaval donde muchos corazones ilustres,
como mariposas, vagan relumbrando,
decorados frescos y ligeros iluminados por arañas
que arrojan la locura en ese baile remolinante;
Goya, pesadilla llena de cosas desconocidas,
de fetos que cuecen en medio de los aquelarres,
de viejas ante el espejo y de niñas desnudas,
para tentar a los demonios ajustando bien sus medias;
Delacroix, lago de sangre atormentado por ángeles malos,
umbrío por un bosque de pinos siempre verde,
donde, bajo un cielo apenado, extrañas fanfarrias
pasan, como un suspiro ahogado de Weber;
esas maldiciones, esas blasfemias, esos quejidos,
esos éxtasis, esos gritos, esos llantos, esos tedeums,
son un eco repetido por mil laberintos;
¡es divino opio para los corazones de los mortales!
Es un grito repetido por mil centinelas,
una orden propagada por mil portavoces;
es un faro encendido en mil ciudadelas,
¡una llamada de cazadores perdidos en los grandes bosques!
Porque verdaderamente, Señor, la mejor muestra
que podamos dar de nuestra dignidad
es este ardiente sollozo que a través de los tiempos rueda
¡y viene a morirse a ras de vuestra eternidad! - A una dama criolla
En la tierra perfumada que el sol acaricia,
bajo un palio de árboles empurpurados por completo
y de palmeras de donde llueve sobre los ojos la pereza,
conocí a una dama criolla de ignorados encantos.
Su tez es pálida y caliente, la encantadora morena
tiene en el cuello unos aires de noble porte:
alta y esbelta al andar cual cazadora,
su sonrisa es tranquila y sus ojos resueltos.
Si vais, señora, al verdadero país de la gloria,
a las orillas del Sena o del verde Loira,
hermosa digna de adornar las antiguas moradas,
habríais germinar, al abrigo de umbríos retiros,
miles de sonetos en el corazón de los poetas,
que vuestros grandes ojos volverían más sumisos que a vuestros negros.