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15 de septiembre de 2024

Mario de las Heras
Los escritores y sus maníasMario de las Heras

Tres rarezas insólitas de autores como T. S. Eliot, quien se maquillaba el rostro de verde

Todos o casi todos los autores cuentan con manías a la hora de trabajar, pero algunos llevaron su «rutina» a la mayor extravagancia

Madrid Actualizada 04:30

El poeta T.S. Eliot ( a la derecha) recibe el nombramiento de Doctor Honoris Causa por la Sorbona

El poeta T.S. Eliot (a la derecha) recibe el nombramiento de Doctor Honoris Causa por la Sorbona en 1951GTRES

Aquí se ha contado que Hemingway escribía de pie. Que a Steinbeck le obsesionaban los lápices hasta el punto de la parálisis o que Scott Fitzgerald, en su época de escritor de cuentos multimillonario y decadente (esto último lo fue siempre), dejaba en la mesita del recibidor de su casa siempre abierta fajos de billetes para que se sirvieran quienes venían a cobrar las facturas.

Son algunas querencias más o menos excéntricas relativas a la personalidad y a la forma de escribir. En este último punto existen casos que remiten directamente a algo parecido a la chifladura, se diría que en muchos casos incluso inconsciente solo por el afán de alcanzar la tan esquiva inspiración. Verdaderas manías supersticiosas, físicas o estéticas que eran el quid del día a día de escritores cuyos antojos sorprenderán a más de uno:

T.S. Eliot

Se cuenta que el británico nacido en Misuri repeinado y perfectamente trajeado autor de La Tierra Baldía se pintaba el rostro de verde. Usaba polvos de maquillaje y pintalabios y no dijo nada, pero quienes le trataban lo advertían con extrañeza. Virginia Woolf escribió en su diario que no estaba segura de si se pintaba los labios. Algunos dicen que lo hacía para dar una imagen cadavérica e interesante. La parte del mito, la presencia, la impronta teatral del artista que quería quitarse el atildado aspecto de funcionario.

George Bernard Shaw

Shaw construyó una cabaña giratoria que le permitió seguir el camino del sol durante su jornada de escritura. Era como los cañones del Halcón milenario, pero en vez de para disparar a las naves imperiales, para escribir obras imperiales. La movilidad de la cabaña era su mayor particularidad, sumada a que dicho espacio era sagrado para el autor, quien admitió que se encerraba allí para esconderse de la gente, a la que odiaba.

Balzac

Uno de los motivos por los que el autor de La comedia humana fue uno de los más prolíficos de siempre es porque trabajaba 18 horas diarias. Al día le restaban 6, que empleaba para dormir. Es de suponer que comía y todo lo demás mientras trabajaba, el tiempo en que también se bebía 50 tazas de café necesarias para mantener el ritmo y la inspiración. Se iba a dormir a las 18 horas y mandaba que le despertasen a medianoche y se vestía con ropas blancas de monje (Joyce también solía vestir de blanco para sentir más claridad debido a su mala visión) para ya no parar hasta las 18 horas del día siguiente.

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