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Don Quijote y Sancho Panza en la casa natal de Cervantes en Alcalá de HenaresGTRES

Redescubrir el Quijote, un manual del improperio que haría palidecer a Óscar Puente

Cervantes plasmó en el Quijote un compendio de insultos e improperios genuinamente españoles, muchos de los cuales han caído en el olvido

La llegada de Óscar Puente al Ministerio de Transportes ha instaurado en España la política del insulto chabacano y de la intimidación verbal más propia de latitudes bolivarianas.

«Contenedor de porquería», «testaferro con derecho a roce», «sátrapa», «lacayo a sueldo», «Paco el uvas», «sinvergüenza» o «saco de mierda» son algunos de los insultos estampados por el ministro en Twitter contra rivales políticos, periodistas o tuiteros.

Más allá de lo lamentable que resulta que un ministro recurra de forma constante a la descalificación y al insulto para esquivar las críticas o no asumir sus responsabilidades, lo triste es que el titular de transporte muestre tan poca originalidad y gracia a la hora de descalificar al oponente.

El insulto inteligente, hiriente y mordaz ha sido una larga tradición de la retórica y de la prosa española, por eso es incomprensible que el ministro muestre tan poco nivel dialéctico a la hora de lanzar un dardo verbal al primero que se le meta entre ceja y ceja.

Sin ir más lejos, los hispanohablantes disponemos de un verdadero manual del insulto, que es el Quijote, de Cervantes.

«¡Oh bellaco, villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente!». «¡Vete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas!», le dedica el caballero de la triste figura a su leal y pícaro escudero Sancho Panza.

En su «análisis de los insultos en el Quijote desde la historia social del lenguaje», el catedrático de la Universidad de Navarra, Jesús M. Usunáriz, recoge toda clase de insultos surgidos de la boca de don Alonso Quijano como de la de Sancho Panza que afectan a la inteligencia –necio, majadero, mentecato, infacundo, prevaricador del buen lenguaje–; al aspecto físico –monstruo de la naturaleza, vestiglo–; como a su condición social –grosero villano– ; o como al comportamiento –silo de bellaquerías, bergante, malandrín o animal descorazonado.

Para acotar un poco el artículo, el ministro Puente palidecería al asomarse a las páginas del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha y se encontrara con algunos de los más refinados, aunque poco caballerosos, improperios quijotescos.

Por ejemplo, con el adjetivo «bellaco», definido por la Real Academia de la Lengua como «malo, pícaro, ruin».

También quedaría sin habla ante el cervantino «maldiciente», que, según la RAE, es tan simple como la persona «que maldice».

Un tercer improperio cervantino que sonaría mucho más elegante que el chabacano «contenedor de porquería» sería «bergante», que el diccionario de la RAE aclara que es una «persona pícara o sinvergüenza».

Asimismo, don Óscar Puente no sabría qué responder si se encontrara de cara ante el insulto «infacundo». Según la RAE, infacundo es la persona «que no halla fácilmente palabras para explicarse». Incluso podría incluirlo en su repertorio pues, sin duda, resulta mucho más gratificante escuchar a un ministro emplear el término «infacundo» que «saco de mierda».

Una última propuesta, Óscar Puente, y cualquier otro político que desee descalificar con un mínimo de clase, debería incluir en su repertorio el olvidado y maravilloso insulto «malandrín», tan propio de la tradición literaria española y tan maltratado por las nuevas generaciones.

«Malandrín», apunta la RAE, es un individuo «maligno, perverso, bellaco». En el Quijote aparece en el capítulo 28 de la segunda parte, cuando le dedica a su escudero estas palabras: «Éntrate, éntrate, malandrín, follón y vestiglo, que todo lo pareces».

«Gigantes he vencido, y follones y malandrines le he enviado», repite en el capítulo 31también en la segunda parte.

En definitiva, el nivel de nuestra clase política aumentaría en grado sumo si, en primer lugar, se aparcaran los insultos, improperios y descalificaciones.

Pero, puestos a recurrir al insulto como forma de hacer política, nada mejor que echar mano a maestros en la materia como Miguel de Cervantes o Francisco de Quevedo, y tal vez escuchemos un día desde el estrado del Congreso aquello de «non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero os acomete».