El barbero del rey de Suecia
Minimalismo sin Maximalismos
Cuando un poeta publica toda su obra en un volumen cursa una invitación a pararnos para hacer una valoración general. Ocurre con De qué vas a vivir: Poemas (2008-2023), el libro que Juan Marqués (Zaragoza, 1980) ha publicado en la hermosa colección La Veleta, de la editorial Comares. Ha reunido su poesía (prácticamente) completa. Contra mi querencia, él no aprovecha la ocasión para corregirse. Da dos argumentos para esa abstención. Ninguno de ellos es que no haga falta la corrección, aunque no le hace falta. El primero de sus argumentos es que lo escrito, escrito está; pero el poderoso para mí es el segundo, que es el moral: «Puesto a rectificar, prefiero hacerlo hacia adelante. Si he de mejorar algo, que sea lo que haga, no todo esto que hice».
Esto tiene una gran coherencia personal, porque una de las sorprendentes virtudes de la poesía de Juan Marqués es su nervio ético. Es un poeta consciente del contenido moral de sus versos, que no le teme ni a la propuesta ni al imperativo: «Sé valiente y levanta la cabeza». Frente a tanto best-seller que propone el estoicismo al mundo de hoy, Marqués es un auténtico estoico, pero no como adorno culturalista o estrategia de adaptación empresarial. Lo es por carácter, que es destino. En un poeta que cita tan poco, llama la atención que recurra a Marco Aurelio en tres o cuatro ocasiones, recalcando una filiación evidente.
Otra de sus virtudes es que, hijo de su tiempo, fiel a su generación poética, practica una extrema sobriedad poética. Pero Juan Marqués no permite (casi nunca) que ese minimalismo termine en nadería y nihilismo. Es un minimalismo llevado al máximo sin caer en maximalismos. Su poesía sigue siendo (casi siempre) comunicación y conocimiento. En su novela El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos, 2021), afirma de un personaje: «Aquel hombre se explicaba muy bien, como casi todos los hombres silenciosos». Es un autorretrato y una poética. Y también: «¿No te gustan los herméticos? No, casi ninguno de ellos, y esos pocos casi nada. ¿Por qué? Pues por herméticos, ¿te parece poco?». El pintor Ramón Gaya había planteado los términos del problema: que tenga que ser silenciosa y que no pueda ser muda es la tesitura de la poesía. Pocas obras afrontan —y solucionan— la cuestión con la limpieza de Juan Marqués.
Él es consciente de su propósito: ««Lenguaje no verbal» llaman a eso/ que yo quiero escribir». Pero no desdeña ni esnobea la poesía real. No es la poesía lo que hay que sacrificar en el altar del silencio, sino la intrascendencia, el egotismo, la facilidad o el virtuosismo huero. Por no hacer ascos, no los hace ni a la poesía social, ni a la metapoética, ni al humor, ni a la canción, ni a los mejores tonos de una poesía autobiográfica o experiencial. Sabe que su arte es la literatura y que esta tiene sus materiales y sus recursos. Unos, visuales («No se puede pisar el sol descalzo»); otros, verbales, como la aliteración («el tiempo no es tan tonto como tú») o incluso la rima; y no olvida nunca que se innova también a medias con la tradición: «Vengan palabras viejas/ a decir lo que nadie dirá si yo callase».
Pondré un ejemplo práctico. No rechaza Marqués marcarse un retruécano con un eco potentísimo de Blas de Otero, pero lo rompe versalmente para darle una significación doble al «escribo» y para escapar del sonsonete. El homenaje queda intacto y, además, personalizado: «Vivo/ de lo que leo y escribo/ de lo que vivo». El minimalismo salvado, sin renunciar a la poesía con mayúsculas.
Esta conciencia poética resulta esencial en un escritor tan ceñido a lo escueto y con tanto contenido moral. Le mantiene en la lírica, y evita que se convierta en un moralista francés pasado por Zaragoza, al estilo de Antonio Porchia, tan admirable aforista rioplatense, dicho sea de paso. La poesía sigue sonando en los textos de Marqués, incluso en estos recortes del barbero, que, por su propia naturaleza y extensión, tienen el peligro de «aforizar» cualquier obra reseñada. Aquí mismo oímos cómo la poesía se sostiene. Vean:
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Lo está tocando todo.// Sol de primera hora,/ piedra filosofal.
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Son las raíces las que están viajando.
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Uno, tres, cuatro, siete…/ Se hace difícil contar tantos pájaros.// Se ha quedado uno junto a nosotros.// Imposible contarlo.
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El oxígeno está de nuestra parte.
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[Las encinas] Nacieron para decir la verdad, / como la poesía.
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… el silencio me habló como un hermano.
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No tengo tiempo para tener prisa.
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MARCO AURELIO. Recuerda siempre lo que tienes siempre:/ la posibilidad de estar sereno/ y en tu sitio/ y el gusto de decir:// Dame, naturaleza, lo que quieras.// Quítame lo que quieras.
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A menudo daría lo que fuera/ por tener lo que es mío,/ lo que ya tengo.
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Cada vez que atardece/ me doy por aludido.
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Por el día la luz es una herida./ Por las noches, la luna, una pomada.
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Para limpiar los ojos/ basta un árbol.
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Cuando tengas razón, no tengas prisa.
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[Los hijos están lejos y el poeta escribe:] no es amor que se aleja, / es amor que se ensancha/ que se estira.
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No distingo mi vida de la vida.
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Todo ha salido mal, excepto todo.
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Decían la verdad/ los agustinos: la salvación/ será individual.
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Los poetas fingimos, es posible,/ pero fingimos siempre la verdad.
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El mundo sobreactúa, pero la vida no.
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Siempre he sido fan de los felices/ si su felicidad era genuina/ y estaba puesta a prueba.
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He conseguido ser normal.
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Fundar mi propio tiempo (quiero decir mi ritmo)
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Yo no puedo perder mi soledad, / es lo mejor que tengo.
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El desafío está en lo cotidiano.
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Que todo lo que venga nos suceda.
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EPITAFIO. Hice toda/ mi gana // lo que me dio/ la vida.