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César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

Angela Gheorghiu, otra vez la misma piedra

La conocida diva operística ha vuelto estos días a protagonizar un nuevo escándalo al interpretar Tosca, la obra maestra de Puccini

Actualizada 04:30

Angela Gheorghiu

Angela GheorghiuPágina web de Angela Gheorghiu

En estos tiempos «broncanos», para que una soprano aparezca en el telediario antes debería haberse asegurado de provocar un incendio. En 2016, los cimientos de la Ópera de Viena no llegarían a quemarse, pero sí que se tambalearon ligeramente con el difundido incidente que protagonizó en su venerable escenario una reconocida cantante, Angela Gheorghiu, hasta colarse en los informativos de aquella época.

Ese día, la soprano rumana, célebre por algunas de sus caprichosas salidas de tono (y no cantando, que siempre lo ha hecho como los ángeles, hasta llegar a provocarle el llanto al director, Georg Solti, durante cada una de las presentaciones de La Traviata que la lanzó inmediatamente al estrellato, en Londres, a principios de los 90), forzó la interrupción de la Tosca de Giacomo Puccini, una suerte de ópera maldita para ella, durante el tercer acto.

Una acción cinematográfica, sin pausas

Al compositor, que no le gustaban demasiado las paradas durante el transcurso de sus funciones, concibió Tosca casi como una acción cinematográfica, cuya música tan solo debía cesar idealmente tras los finales de los actos: para propiciar los imprescindibles cambios de decorado, el descanso de los artistas y, sobre todo, que el público pudiera abandonar la sala, bien para aliviarse, disfrutar de una copa de Moët o entregarse a la crítica informal del espectáculo con sus conocidos, explayándose más o menos en el desempeño de los protagonistas y otras anécdotas.

Pero en la práctica, casi desde su estreno, en esta ópera existen al menos dos momentos señalados en los cuales el lucimiento de los cantantes puede dar lugar al aplauso espontáneo de la concurrencia, provocando una de esas indeseadas interrupciones que Puccini quiso evitar de un modo muy claro tras el popular Nessun dorma de su Turandot, aunque luego los usos teatrales se hayan ocupado de forzar también ahí el parón para los homenajes.

En Tosca, la soprano suele ser aclamada, cuando así lo merece (ahora casi siempre, porque el nivel del público también ha descendido en casi todos los lugares), después del Vissi d’arte, su aria del segundo acto. Mientras el tenor, que ya ha dispuesto de una primera oportunidad casi al aparecer en escena, con Recondita armonia, debe rematar convenientemente la faena en su Adiós a la vida, que ha grabado hasta Al Bano.

'El adiós a la vida' enfrentó a Miguel Fleta con Puccini

Aquí conviene señalar que E lucevan le stelle, que así se titula pieza, ya había causado alguna discrepancia en Viena, cuando Puccini se desplazó hasta el teatro de la capital austriaca para escucharla en la voz del tenor español Miguel Fleta. Al músico no le gustaron nada las libertades que el cantante maño se tomaba en su interpretación, alargando sonidos, jugando a placer con el tiempo, recreándose en la belleza de sus portentosos medios para asegurarse la admiración de los asistentes, que estallaba en ovaciones interminables hasta reclamarle finalmente atendidas repeticiones de la proeza. Al autor, tales excesos, escasamente musicales, pero de indudable efecto, le incomodaban y se lo dijo a Fleta en cuanto lo tuvo delante: «No reconozco mi obra». Pero el intérprete, lejos de callarse, le espetó: «si la cantara como está escrita, la gente no me pediría el bis».

Jonas Kaufmann, que en alguna ocasión ha intentado emular a Fleta sin algunas de sus mejores cualidades, cosechó esta vez en Viena un éxito similar, concediéndole el regalo de una nueva interpretación del aria al entusiasta público vienés. Pero lo mismo no había sucedido poco antes con el Vissi d’arte para Angela Gheorghiu, y la soprano, en un mundo en el que los egos adquieren proporciones a menudo colosales, se pilló un tremendo enfado.

¿Quién era el alemán para bisar, si ella no lo había hecho? Así que como testimonio de su desacuerdo, en lugar de salir a escena inmediatamente para el dúo posterior, se mantuvo encerrada en su camerino hasta que casi tuvieron que sacarla de allí a la fuerza para que la ópera lograra concluir. Como consecuencia, hubo una larga pausa, algunos gritos (de la soprano), caras largas (el tenor) y murmullos y protestas entre los asistentes que determinaron la conversión del incidente en noticia, muy comentada en su momento.

Un nuevo incidente, ahora en Seúl

Aquel episodio parecía ya olvidado entre las anécdotas de la gran carrera, hoy en fase de cuesta abajo, de la artista. Pero como en la canción, la diva también ha tropezado «dos veces con la misma piedra». La semana pasada actuaba en Seúl, en ese denominado circuito B, alejado del prestigio solo reservado a los exclusivos centros líricos de París, Múnich, Nueva York, Viena y Londres, cuando la historia volvió a repetirse para ella a modo de farsa aún más lamentable.

La Gheorghiu cantaba una función de Tosca con Alfred Kim, un magnífico tenor, condenado ahora también a exhibirse en escenarios menos glamurosos, en su caso por antiguos problemas con el alcohol que derivaron en una denuncia por malos tratos a una mujer, en Francia, con breve visita a los calabozos. Llegado el momento esperado de su E lucevan le stelle, y tras las aclamaciones desatadas entre el público, el intérprete se dispuso a conceder un bis. Pero esta vez, la enfurecida Tosca, que en este punto debería prepararse para aparecer en escena eufórica ante la posibilidad de salvar a su amante de la venganza del barón Scarpia, se presentó hecha un basilisco para interrumpir el propio acto musical ante lo que consideraba un nuevo ultraje a su dignidad. De nuevo, si ella no había repetido su aria nadie tenía derecho a hacerlo con la suya.

La trayectoria de Angela Gheorghiu en el pujante mercado asiático parece, a partir de ahora, seriamente comprometida. Allí el público no comprende este tipo de desplantes que se toman como una incalificable ofensa personal. Además de las protestas en la sala, los asistentes exigieron la devolución del precio de sus localidades. Un fiasco en toda regla para el teatro, que estudia posibles acciones legales.

El contrato ya alertaba sobre los presuntos bises

Ante el descalabro, la artista respondió con un tibio comunicado en el que afirma que mediante contrato se había pactado previamente la circunstancia según la cual ningún artista concedería un bis. Aunque en el día a día los teatros no funcionan como una factoría de Škoda: lo imprevisto puede ocurrir en cualquier momento, y además nadie está obligado a lo imposible. Si el público no cesa en sus peticiones de repetición, en medio de los clamores y la energía que solo puede generar la música con su carga directa, espontánea, emotiva… ¿Quién puede pararse a pensar en supuestas cláusulas?

Conocí a la Gheorghiu brevemente en su periodo de máximo esplendor. Me fue dado organizar con ella un concierto que resultó todo un éxito. Conmigo se mostró encantadora, simpática, cercana, pero sobre todo muy profesional. El público salió encantado de aquella experiencia, en una nube. Luego, en la cena posterior, me dijo que su próxima actuación en España (donde, como casi todas las estrellas actuales, apenas ha cantado ópera) sería en el Liceo de Barcelona. Y yo, que conocía de sobra la producción de L’elisir d’amore para la que había sido contratada, cometí quizá una imprudencia.

Un montaje que remitía a 'Roma, ciudad abierta'

Le expliqué que aquel montaje transcurría en plena guerra, en la Italia mussoliniana, una especie de homenaje al espíritu de Roma, ciudad abierta, el genial filme de Rossellini, que en el fondo poco tiene que ver con la comedia romántica de Donizetti. En aquel contexto bélico, el vestuario que lucía la protagonista era más bien pobre, incluso durante la fiesta. La artista, que venía acompañada de su marido de entonces, el tenor Roberto Alagna, me agradeció las explicaciones; se quedó un momento pensativo y luego nos dijo a todos los que estábamos en aquella mesa que se disponía a cancelar el compromiso: la idea, aunque expuesta a grandes rasgos, no le agradaba.

Algún tiempo después supe que la Gheorghiu se presentó en el principal teatro catalán para los ensayos, pero reclamando que se realizaran modificaciones a su gusto, sobre todo el vestuario para su personaje. Así se hizo, y la artista, además, canceló varias de las funciones previstas. Pero cómo cantaba…

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