Roma dedica a Botero una gran exposición con motivo del primer aniversario de su muerte
La capital italiana rinde tributo al artista colombiano con una gran exposición que reúne algunas de sus principales obras pictóricas y escultóricas
Un año después de su muerte, y en la ciudad eterna de Roma, las obras de Botero lucen en el Palacio Bonaparte.
Con vistas a la Plaza Venecia, y hasta el 19 de enero de 2025, más de 120 obras de arte, entre pinturas y esculturas, del artista colombiano –fallecido el 15 de septiembre de 2023– se muestran en la capital italiana en una gran exposición.
Estrechamente vinculado a la ciudad de Roma, el legado artístico de Botero regresa de la mano de su hija Lina después de que en las últimas semanas romanos y turistas disfrutaran de algunas de las principales esculturas del artista en las calles de la ciudad.
Lugares como la Terraza del Pincio, Plaza de España o Vía del Corso cuentan desde el 23 de julio con esculturas de Botero que anunciaban la retrospectiva inaugurada en el Palacio Bonaparte.
«Es una exposición muy importante porque Italia fue un lugar muy importante para él. De alguna manera estamos resaltando esta importancia y la relación tan íntima que tuvo mi padre con Italia», explica a Efe su hija Lina Botero, comisaria de una muestra que habla sobre el vínculo de su padre con el país.
Botero nació y creció en la ciudad colombiana de Medellín, pero Italia fue una «segunda patria».
Como artista, Botero bebió de los genios italianos del Renacimiento. En el plano personal, Italia le acogió durante muchos años de su vida, especialmente en Pietrasanta, el pueblo toscano donde está enterrado junto a su última esposa, Sophia Vari.
La exposición recorre sesenta años de carrera artística desde su inicio hasta su consagración a partir de 1961, cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York decidió comprar su Mona Lisa a la edad de 12 años (1959), todo un icono de su visión oronda y fascinante.
Aquella versión del icono de Leonardo Da Vinci revelaba ya en sus albores su pasión por el arte italiano, al igual que el tributo que pintó de La habitación de los Esposos de Andrea Mantegna, pintor del Quattrocento italiano, colgado ahora en el Palacio Bonaparte.
«Cuando vino a Italia, con 19 o 20 años, se confrontó con la pintura del siglo XV. Entendió y pudo racionalizar e intelectualizar la importancia que tenía el volumen en la historia del arte. Para él la sensualidad y la belleza en el arte se encontró siempre en la exaltación del volumen», explica su hija.
La exposición romana también brinda la posibilidad de admirar la versión que Botero realizó durante un estudio en el Museo del Prado de Madrid de la infanta de Las Meninas de Velázquez, una obra jamás expuesta al público porque estaba en su taller de París.
Así como otras piezas enormemente personales, como el retrato que hizo de su hijo Pedrito (1971) antes de que muriera en un accidente de automóvil en España. El pintor nunca olvidaría esa tragedia, visible en la ausencia de medio dedo meñique derecho, perdido en el choque.
«Cuando murió Pedrito, él dejó todo lo que tenía en Nueva York en ese momento, cerró todo, lo metió todo en un depósito, y no volvió a tocarlo en más de 40 años. Así que también esta es la primera vez que se exhibe este cuadro», afirmó la comisaria.
De este modo, con obras más o menos conocidas y otras inéditas, la exposición romana celebra a aquel maestro colombiano que «siempre nadó contracorriente» en el mundo del arte, fiel a su estilo único.
«Cuando llegó a Nueva York a inicios de los 60 lo hizo como un artista figurativo, cuando lo que predominaba en ese momento era el Pop Art y el expresionismo abstracto. El suyo fue un camino solitario, siempre difícil. Pero gracias a eso, Fernando Botero se encuentra hoy en una categoría a parte», alegó su hija.
Fue precisamente eso, la perseverancia de su personal estilo, lo que le situó en lo más alto de la vanguardia artística: «Si uno ve una manzana de Cézanne, de Picasso, de Van Gogh o de Botero reconoce inmediatamente quién es el artista», apostó.
Ahora sus pinceladas coloridas y vibrantes lucen en las paredes del museo romano. Un universo que siempre rondó por su mente, incluso en los meses antes de morir con 91 años en Mónaco. Su hija, que le acompañó este tiempo, recuerda cómo el arte conseguía aliviar la torpeza de la senectud.
«Entraba al estudio e inmediatamente como que rejuvenecía, incluso dejaba el bastón en la puerta y caminaba con una facilidad increíble. La mesa de trabajo donde estaba haciendo su último dibujo, su última acuarela, está todavía intacta. No he permitido que muevan ni siquiera un lápiz», promete Lina Botero en Roma.