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Entrevista

Iñaki Arteta: «El nacionalista tiene un aval increíble en nuestro país, incluso después de haber matado»

Bajo el silencio. La sociedad vasca, espejismo de paz (Espasa, 2024) es el libro sobre el anterior documental homónimo, un testimonio revelador de lo que sigue siendo la ETA en el imaginario vasco

Quizá no haya nadie como Iñaki Arteta para sacar a la luz la realidad aún desconocida (por conocida) de la ETA, completamente viva en las calles adyacentes de la sociedad, como si la mal llamada paz nunca hubiera sucedido a pesar de las apariencias y de las afirmaciones políticas.

Documentalista multipremiado en España y en el mundo, es como si la formación académica como arquitecto técnico le hubiera ayudado siempre a estructurar (o más bien a desestructurar) una ideología y una verdad secreta e incrustada e inhumana que refleja el inframundo de donde provienen y donde se solazan sus habitantes, reconvertidos en ciudadanos homologados (incluso convertidos los ciudadanos del mundo en «homologadores») ante el pasmo y el horror que pasa como las nubes frentes a los ojos de todos, también los de las víctimas.

Iñaki Arteta ya puso ante esos ojos en forma de documental las palabras terribles, reveladoras, que ahora llegan en Bajo el silencio. La sociedad vasca, espejismo de paz (Espasa, 2024), un fresco subterráneo de la monstruosidad que no solo subsiste, sino que se muestra orgullosa en el escaparate de la ignominia oculta que bulle en las calderas de España.

Cubierta de Bajo el silencio (Espasa, 2024) de Iñaki Arteta

Bajo el silencio. La sociedad vasca, espejismo de paz. Después de leer el libro, me ha recordado a aquello que decía Hemingway, en este caso de forma terrorífica, sobre la escritura, donde casi todo lo importante del relato debe estar oculto para ser verdadero. Todo lo que subyace aquí es espeluznante.

–Bueno, está dicho. Ahí está efectivamente todo. Lo importante es lo que no se dice. Lo que se esconde en prácticamente todas las entrevistas que hemos hecho. Hay una mezcla de de franqueza ingenua en el ocultamiento que no se sabe si es franco o el personaje se está escondiendo. Hemos elegido perfiles de gente que ha estado o involucrada directamente en el terrorismo o merodeando por su entorno. En su conciencia tienen un reflejo para afrontar este tipo de conversaciones. Nos costó mucho hablar con estas personas. Tuvimos muchísimas negativas. Es un mundo muy cerrado donde todos se expresan igual: pueden decir cosas que son verdad, aunque sean una burrada, pero luego van dejando como granitos de mentiras por todos lados.

El documentalista y escritor Iñaki ArtetaPaula Argüelles

–De primeras ya es espeluznante, como todas las demás después, la entrevista con el párroco, el relativismo moral de un sacerdote que afirma (entre otras muchas cosas, hay que leerlo todo) que los muertos inocentes bien muertos están.

–Sí, yo creo que es lo más llamativo de estas entrevistas. Las personas entrevistadas dan una apariencia de ficción increíble. Después de grabar algunas entrevistas íbamos en una furgoneta con seis o siete personas del equipo y siempre había alguno que preguntaba: «Pero bueno, ¿esto que ha dicho este señor, eso se lo cree él?». Yo no tengo una respuesta. Supongo que dicen ese tipo de cosas para salvar sus conciencias. No tengo ni idea de qué educación ha tenido esta gente para tener ese concepto de las cosas o del origen de la violencia o de la justificación de la violencia por parte de un sacerdote. Algo de moral o de respeto humano habrá aprendido básicamente, ¿no? Y sin embargo tiene graves deficiencias en este sentido.

Ya no hay moral o en todo caso es relativa. Y no tienen ninguna sensación de inhumanidad

–Llama la atención que no hay diferencias de opinión entre los entrevistados de distintas ocupaciones, edades y condiciones. Está el caso del exetarra que ha pasado 19 años en la cárcel, y afirma haber estudiado tres carreras, entre ellas teología, y que no se arrepiente de haber pertenecido a ETA.

–Cuando se piensa que alguien ha estado 19 o 25 años en la cárcel, uno cree que esa persona ha tenido suficientes horas para reflexionar. Ese es otro aspecto del asombro. Es decir, pasado tanto tiempo, ¿cómo es posible que esta gente no dé ni una pequeña muestra de arrepentimiento, de dar un paso atrás en lo que le llevó a pertenecer a una banda que asesinaba. Es increíble. A medida que he ido haciendo entrevistas me ha dado la impresión de que este libro podría ser de ficción. Pero si lo escribo yo de ficción no me lo publica Espasa.

Iñaki Arteta durante la entrevista para El DebatePaula Argüelles

–Y además de ficción, parece un libro infantil, porque las respuestas son absolutamente infantiles. Por ejemplo, dice el exetarra cuando le preguntan qué hubiera pasado si hubiera cometido delitos de sangre (en este caso no los había cometido) que no lo ha pensado nunca, que lo único por lo que se hubiera sentido mal es por su familia, «que es muy religiosa».

–Yo creo que este libro tiene muchos niveles de interés como el de intelectualizar algo como el asesinato. La ingenuidad, la banalidad... Se puede constatar que el fanatismo no requiere de muchos estudios. En general se trata de fanáticos. La sorpresa también está en que estas personas son gente normal, con un nivel de vida estupendo. No han vivido en favelas, ni en las drogas, ni han ametrallado a sus padres ni nada parecido. No han tenido dramas familiares. Te dicen que «una vez a mi padre le pegaron en una ikastola», y eso es todo lo dramático. No necesitan más que cuatro elementos que repiten siempre. Es una ideología fanática. Y además el pueblo les está animando constantemente. Ya no hay moral o en todo caso es relativa. Y no tienen ninguna sensación de inhumanidad.

Desde luego, de pueblo oprimido no tiene ninguna pinta. Ninguna. Pero saben que su mensaje es suficiente

–La sensación que se tiene mientras se lee el libro es que no se ha conseguido nada con la llamada paz. En realidad todo sigue igual o peor, salvo por las muertes. La pedagogía asesina sigue viva y la resistencia al terror ha muerto. Ahora la ETA no mata, con lo cual el Estado no responde. Y no solamente no responde, sino que además sucede todo que estamos viendo. Cuenta en el libro, por ejemplo, como la hija de un etarra preso confiesa no saber nada de la historia de la ETA. A pesar de que su padre, un asesino, está en la cárcel. Es mucho más terrible de lo que parece.

–Sí, ese es otro nivel de interés. Si esta gente, por ejemplo, hubiera matado por una ideología de extrema derecha no estaríamos hablando de esto. No hay un partido político ni ha habido un partido político, ni probablemente habrá un partido político que reivindique hoy que en España tiene que haber un dictador. Si ellos hubieran matado a un dirigente nacionalista, a tres miembros de tres concejales de Hernani, a los hijos de uno del Parlamento de Navarra, también de Bildu, o un panadero que también era independentista y así hasta 800, no hubiera durado tanto el terrorismo.

Hay unas implicaciones no solo en el nacionalismo moderado, sino también en la izquierda. El relato de los terroristas fue bueno porque decían que eran antifranquistas. Se está viendo que hay una hermandad ideológica ahí. Dicen que en el País Vasco se sufrió mucho durante la Guerra Civil, pero luego salieron aquellos numeritos de la Asociación de Memoria Histórica donde ponía que donde menos se mató en todas las provincias de España fue en Guipúzcoa y en el País Vasco. Pero sin embargo se ha mantenido el relato de la triste y dolorosa historia de los vascos. Se ha admitido hasta culturalmente y no solo en el País Vasco.

Esa cobertura es lo que hace que dure tanto esto, porque de otra ideología no hubiera aguantado ni 20 o 40 asesinatos. El nacionalista tiene un aval absolutamente increíble en nuestro país. Incluso después de haber matado, se considera que hay que olvidarlo todo porque es lo mejor para nuestro país. Y aquí en privado, ellos se esconden y hablan. Pero de vez en cuando se les permite los homenajes a los presos. Lo de Alsasua, lo de la manifestación anual que hacen en enero... Desde luego, de pueblo oprimido no tiene ninguna pinta. Ninguna. Pero saben que su mensaje es suficiente. No tienen por qué dar más explicaciones.

Iñaki ArtetaPaula Argüelles

–El propio párroco entrevistado llama «juicio político» a lo de Alsasua. Cuando se les refleja en su propio espejo, la mayoría de los entrevistados entran un poco en cortocircuito. Reaccionan con un «no, de eso no puedo hablar» Y empiezan a mezclar cosas. Y entonces el entrevistador pregunta que por qué de eso no podemos hablar si se supone que ya hemos superado el tema, y a continuación aparecen las contradicciones que dan igual porque ellos están ganando. Ese relato está ganando y es un relato fanático y se está permitiendo en una democracia.

–Así es. Y luego juegan a esto practicando la inhumanidad, no solo con los asesinatos, la persecución expresa de gente común: un concejal de un pueblo, comerciantes de los gremios... De las personas que han matado hay de todo, mecánicos, extranjeros.... Y gente vasca que estaba ahí, policías locales, jefes de policía municipales... y luego reclaman humanidad para ellos porque un preso está a 800 kilómetros de su casa. Yo creo que cualquier conciencia humana, no trastornada del todo, sabe lo que hay que hacer con las personas para tratarlas bien. Y quieren olvidar lo mal que han tratado a las personas. Lo que se ve aquí es que los que mataron están bien matados. Da igual que sea un niño o 20 o 30 personas. Están bien matados y ya está. Hicimos lo que teníamos que hacer, matar esa gente. No se han equivocado nunca. No han tenido piedad. Ni se les ha exigido pasar por la cárcel. Se supone que uno tiene que quebrarse y reformarse. Nada, nada de eso. Una vez que ya conocen su impunidad, saben que no les va a pasar nada. Ni en su pueblo ni en lugar alguno.

Merche Aizpurúa y compañía se hacen los ofendidos porque les han llamado «herederos de ETA». Y saben que lo son, pero no lo dicen

–Otras partes dantescas de los testimonios es cuando la hija de un etarra dice que el Estado ejerce violencia contra ella porque tiene que viajar en autobús para ir a ver a su padre asesino de inocentes y durante el trayecto puede tener un accidente. O cuando otro hijo de etarra afirma que la violencia está bien si se contextualiza. Es el colmo. Uno de tantísimos. Luego hablan de diálogo, ¿qué diálogo se puede mantener con personas así?

–Lo que les interesa es que se olvide todo. Y cuando están en la tribuna del Congreso, Merche Aizpurúa y compañía se hacen los ofendidos porque les han llamado «herederos de ETA». Y saben que lo son, pero no lo dicen. Podrían decir, «pues sí, somos los herederos de ETA», pero no lo hacen. Porque otros aspecto que asoma en las entrevistas es la cobardía. Pero la conciencia les traiciona porque no quieren saber nada de aquello. ¿Y por qué no quieren saber nada de aquello? Ese es el valor que tienen y la contradicción que se mantiene siempre en esta gente.

El nacionalismo en general se siente muy cómodo en la contradicción

–Porque saben perfectamente que está mal.

–Viven en un permanente estado de mentira. El nacionalismo en general es así. Y además se sienten muy cómodos en la contradicción. El nacionalismo vasco estaba con ETA y al día siguiente iba a la Moncloa o recibía al Rey con reverencia. También eso es muy aldeano. Es la contradicción de ser de Arzalluz y a la vez hacerse una foto con Aznar. Están en una cosa y la contraria y así no les puedes atacar.

En el País Vasco hasta los no nacionalistas tienen tics

–La propaganda ha funcionado.

–Claro, tantos años de propaganda al final se los acaban creyendo incluso los no nacionalistas. En el País Vasco hasta los no nacionalistas tienen tics. Yo creo que me los he quitado, pero tienes que estar todo el tiempo en la trinchera. Cuando mis hijos eran pequeños, en un colegio de curas, empezaron a traer un mapita de Euskal Herria con la barra y piensas: ahora tengo que ir ahí a dar guerra. Es agotador. Es el desistimiento por el desistimiento. Y esto te lleva al ostracismo. Es el silencio obligado y el sentimiento que les da carta blanca para lo que quieran. Y luego oyes a hablar a algunos con los que has ido de la mano a la guerra y piensas en aquello que dijo uno: «Ya no sé si soy de los nuestros».