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Cartel del congreso que la ACdP celebra este sábado en SantiagoGuillermo Altarriba

El barbero del rey de Suecia

Un libro para hacernos unos Señoriles

El Centro de la ACdP de Santiago de Compostela celebra estos días en Santiago de Compostela la IV Jornadas de Católicos y Vida Pública, bajo el título Tolkien: Verdad y mito. La justificación directa son los 50 años del fallecimiento de J. R. R. Tolkien que se cumplieron el año pasado, pero de fondo está la épica contribución que el autor de El señor de los anillos ha hecho a la revitalización de una cultura popular católica en nuestro tiempo.

Esta contribución ha pasado desapercibida para muchos de sus lectores entusiastas, pues no hay en la obra de Tolkien ni un gramo de predicación expresa. De hecho, una buena parte de su inmensa influencia ha sido aparentemente estanca al catolicismo que discurre por las venas subterráneas del mundo tolkiniano. Pensemos en su responsabilidad fundamental en la implosión de la literatura de fantasía tal como Juego de tronos y Dragones y mazmorras. Su huella también puede rastrearse con facilidad en historias no medievalizadas como las de Harry Potter o La mismísima guerra de las galaxias.

Al lector atento, sin embargo, no se le escapa el catolicismo que sustenta toda la mitología tolkiniana, desde la creación del mundo que abre El Silmarillion, que podría haber firmado Dante, y el surgimiento del mal con la rebelión de Melkor; y, a partir de ahí, todo, hasta el viaje final hacia el Oeste de Frodo.

Destacar paralelismos y símbolos en El señor de los anillos se ha convertido en un apasionante deporte de riesgo, porque J. R. R. Tolkien, a la vez que los reconocía, se rebelaba con bastante malhumor contra todo lo que él sospechase que significara rebajar su obra a una alegoría. Con esa postura, ha añadido todavía unas gotas más de épica a la obra, porque los paralelismos están por doquier, pero hace falta armarse de valor para aventurarse a señalarlos.

Con ese anatema al crítico oficial y a la pontificación, Tolkien quería resguardar el papel protagonista del lector. Por eso, el novelista subrayó el concepto de «aplicabilidad», esto es, la capacidad de llevarnos cada cual a nuestra vida las enseñanzas y experiencias de la gran aventura. Si establecemos un paralelismo de Frodo con Cristo camino del Calvario (que es bien posible, con su Cirineo, su flagelación, su corona de espinas, con su «tengo sed», etc.) nos estamos perdiendo la posibilidad de frodificar nuestras propias entregas particulares y pequeñas, con el horizonte del sacrificio de Cristo, por supuesto, como modelo nuestro. Y quien habla de Frodo, habla de Aragorn, de Gimli, de Merry y, en mi caso, especialmente de Pippin. Si Gandalf dice: «La aventura está ahí fuera. Te lo digo, Frodo, y si no lo haces, te arrepentirás», nos lo está diciendo a nosotros. Cuando Tolkien nos pone muy difícil hacer una crítica sesuda y definitiva de su obra, nos anima a leerla y a vivirla después o simultáneamente. Di «amigo» y entra. Así de sencillo. Pero si te pones crítico y sesudo, las puertas permanecerán cerradas. Para mí, como barbero del rey de Suecia, resulta de lo más conveniente, porque más que una interpretación, mi trabajo es ofrecer algunos subrayados vivificadores:

—¿Dónde estamos, en el país de las leyendas o en una tierra verde a la luz del sol? —Un hombre puede estar en ambos sitios —dijo Aragorn.
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Los Hombres de la Marca no mienten nunca y por eso mismo no se los engaña con facilidad
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¿Cómo encontrar el camino recto en semejante época? —Como siempre —dijo Aragorn—. El mal y el bien no han cambiado desde ayer, ni tienen un sentido para los elfos y enanos y otro para los hombres.
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Si en verdad eso es todo lo que podemos hacer, tenemos que hacerlo.
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No tengo ningún consejo para darle a aquel que desespera.
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Un corazón leal puede tener una lengua insolente.
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Quien no es capaz de desprenderse de un tesoro en un momento de necesidad es como un esclavo encadenado.
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Es difícil saber, con esta gente malvada, cuándo están aliados y cuándo se engañan unos a otros.
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Un sarcasmo en boca de Saruman, Meriadoc, es un cumplido, y puedes sentirte honrado por ese interés.
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[Sam] era un hobbit vehemente y temerario y no necesitaba esperanzas, mientras pudiera retrasar la desesperanza.
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Piensa lo que quieras, pero soy un amigo de todos los enemigos del Enemigo Único. […] Pero es una lástima que gente que habla de combatir al enemigo no pueda dejar que cada uno haga lo suyo.
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—No le mentiría ni siquiera a un orco.
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Yo no amo la espada porque tiene filo, ni la flecha porque vuela, ni al guerrero porque ha ganado la gloria. Sólo amo lo que ellos defienden.
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El sirviente adquiere derechos sobre su amo a cambio de servirlo, aun cuando lo haga por temor.
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¿Las grandes historias no terminan nunca?
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Sam no perdió tiempo en preguntarse qué convenía hacer, o si lo que sentía era coraje, o lealtad, o furia.
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Nunca abandones a tu amo, nunca, nunca, nunca: ésa era mi verdadera norma.
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Y en los días por venir tendremos mucha necesidad de personas corteses, grandes o pequeñas.
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No te lo impedí porque los actos generosos no han de ser reprimidos por fríos consejos.
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Tu actitud lo conmovió, y al mismo tiempo (permíteme que te lo diga) lo divirtió.
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En estos tiempos los hombres no quieren creer que alguien pueda ser un sabio, un hombre versado en los antiguos manuscritos y en las leyendas y canciones del pasado, y al mismo tiempo un capitán intrépido.
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¡No estropees la maravilla con la impaciencia!
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Las hazañas no son menos valerosas porque nadie las alabe.
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Los Muertos nos siguen. —Sí, los Muertos cabalgan detrás de nosotros. Han sido convocados —dijo Elladan. […] —Perjuros ¿a qué habéis venido? Y se oyó en la noche una voz que le respondió, desde lejos: —A cumplir el juramento y encontrar la paz.
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Y de improviso, el coraje de los de su raza, lento en encenderse, volvió a mostrarse en él [Merry]. Apretó los puños. Tan hermosa, tan desesperada, Eowyn no podía morir. En todo caso no iba a morir a solas, sin ayuda.
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[Théoden, muriendo en la batalla de los Campos del Pelennor] Voy a reunirme con mis padres. Pero ahora ni aun en esa soberbia compañía me sentiré avergonzado. […] ¡No derraméis excesivas lágrimas! Noble fue en vida el […] Sin embargo, Éomer mismo lloraba al hablar.
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Y nunca más en los largos años de su vida pudo oír el sonido lejano de un cuerno sin que unas lágrimas le asomaran a los ojos.
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¡Obra del enemigo! —dijo Gandalf—. Estos son los golpes con que se deleita: enconando al amigo contra el amigo, transformando en confusión la lealtad.
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Pero Trancos será el nombre de mi casa, si alguna vez se funda: en la alta lengua no sonará tan mal, y yo seré Telcontar, así como todos mis descendientes.
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Pocos dolores entre los infortunios de este mundo amargan y avergüenzan tanto a un hombre como ver el amor de una dama tan hermosa y valiente y no poder corresponderle.
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¡Éomer, tendrás que hacer de él [Merry] un Caballero de la Marca, porque es un valiente!
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Es natural que nosotros los hobbits hablemos a la ligera, y digamos menos de lo que pensamos. Tememos decir demasiado, y no encontramos las palabras justas cuando todas las bromas están fuera de lugar.
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El estandarte, hermoso y desesperado, del Árbol y las Estrellas
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La Sombra era al fin y al cabo una cosa pequeña y transitoria, y había algo que ella nunca alcanzaría: la luz, y una belleza muy alta. Más que una esperanza, la canción que había improvisado en la Torre era un reto.
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Hasta los harapos de orcos con que te disfrazaste en la tierra tenebrosa serán conservados, Frodo. No puede haber sedas ni linos ni armaduras ni blasones dignos de más altos honores.
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Para que haya guerra, señor Mayoral, basta con un enemigo, no dos —respondió Eowyn— […] Y aun aquellos que no tienen espada pueden morir bajo una espada.
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[Faramir:] ¡No desdeñéis la piedad, que es el don de un corazón generoso, Eowyn! Pero yo no os ofrezco mi piedad. Pues sois una dama noble y valiente y habéis conquistado sin ayuda una gloria que no será olvidada; y sois tan hermosa que ni las palabras de la lengua de los elfos podrían describiros, y yo os amo. En un tiempo tuve piedad por vuestra tristeza. Pero ahora, aunque no tuvierais pena alguna, ningún temor, aunque nada os faltase y fuerais la bienaventurada Reina de Gondor, lo mismo os amaría. Eowyn ¿no me amáis?
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…y los cuatro hobbits como caballeros andantes salidos de cuentos casi olvidados.
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Tendréis que deshacer vosotros mismos los entuertos: para eso habéis sido preparados. ¿No lo comprendéis aún?
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—Si oigo decir varias veces más no está permitido —dijo Sam—, estallaré de furia. […] —Todavía pensamos cometer muchas otras infracciones.
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—¡Esto es peor que Mordor! —dijo Sam—. Mucho peor, en un sentido. Duele en carne viva, como quien dice; pues es parte de nosotros y la recordamos como era antes.
*
[Peregrin Tuk Ribera y Meriadoc Brandigamo Tuk] Señoritos hobbits […] Los «Señoriles», los llamaba la gente con la mejor intención, pues encendía los corazones verlos cabalgar ataviados con brillantes cotas de malla, y escudos resplandecientes, riendo y cantando canciones de países lejanos; y si ahora eran grandes y magníficos, en otros aspectos no habían cambiado nada, aunque eran sin duda más corteses, más joviales y más alegres que antes.
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Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí.
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No os diré: no lloréis; porque no todas las lágrimas son malas.
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—Bueno, estoy de vuelta —dijo [Sam].