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Balmes

El Debate de las Ideas

Balmes: su vida, sus obras y su tiempo

Balmes ha estado presente en mi vida de modos muy diversos. En primer lugar por tener un origen familiar territorial que de alguna medida compartimos: Balmes es un hombre de Vic, su ciudad natal, mientras que mis raíces familiares están en el Bages, concretamente en aquellos pueblos cercanos geográficamente a la comarca de Osona. También intelectualmente el pensamiento de Balmes me ha acompañado a lo largo de mi vida. Constituyó un de los capítulos centrales de mi tesis doctoral y, desde hace muchos años imparto docencia en la Balmesiana, institución barcelonesa de enorme raigambre cultural.

Pero, ¿quién era Balmes y qué pensaba?

Balmes es un autor polifacético, apologista, filósofo, periodista, político, sociólogo, poeta, matemático, pedagogo, crítico literario…todo ello unido a su condición sacerdotal. Pero la dificultad de calificar la obra intelectual de Balmes no deriva de este polifacetismo tan prolífico, sino de algunas características singulares. Pongo algunos ejemplos. Balmes ha sido calificado como un conservador liberal, y sin embargo sus críticas al liberalismo y al conservadurismo o moderantismo son radicales. También se le ha considerado literariamente como un romántico, y aunque colaboró durante sus primeros años con autores declaradamente románticos, muy pronto se distanció de ellos por no compartir sus presupuestos filosóficos ni su actitud romántica. Su labor filosófica es muy notable, pero lo específicamente filosófico es lo menos conocido de su obra. Ha sido considerado un precursor de la renovación de la escolástica, pero a pesar de su gran admiración por santo Tomás, no es tomista. Se le considera frecuentemente un seguidor de la filosofía escocesa del sentido común, pero los estudiosos del tema afirman que es una apreciación por lo menos inexacta. Su obra más leída no es ni de política ni académicamente filosófica: es El Criterio.

Balmes es un hombre profundamente religioso, muy estricto en el cumplimiento de sus obligaciones sacerdotales, pero que no tuvo nunca tareas pastorales. La suya es una vida ejemplar dedicada exclusivamente al estudio y a su tarea de escritor.

Cada vez que me he acercado a la obra de Balmes he quedado sorprendido y admirado, tanto en su vertiente de ejemplo de lo que tiene que ser un apologista de la fe católica, como también porque su análisis de la situación política de España en la primera mitad del siglo XIX es único e imprescindible para conocer algunas de las tendencias más profundas que atraviesan toda nuestra historia.

La España que vive Balmes es un país revuelto, sin paz, donde se suceden una y otra vez los envites de una revolución que se apoderó primero de la esfera política y luego intenta bajar a la esfera social. Balmes vive la realidad de un país donde el pueblo, a pesar de haber sufrido el rodillo de la Revolución, se asienta aún sobre un catolicismo vigoroso; en sus propias palabras: «con sus principios vivos e invariables, con sus convicciones robustas, con sus altos pensamientos, con aquel lenguaje de seguridad que revela al hombre con toda certeza su origen y su destino, con aquel ademán majestuoso que le marca la línea de sus deberes. Ahí está, en medio de esa sociedad disuelta, conservándose como columna en pie en medio de un campo en ruinas». ¿Y la prueba de ello? –se pregunta retóricamente el autor–: la hallamos en que, ante la intromisión del poder revolucionario de la mano de Napoleón, la reacción del pueblo español fue el grito de Rey, Religión e independencia de la patria, principios que no tenían afinidad ni semejanza con la libertad entendida al modo de aquella constitución de 1812, tan ajena al sentir y voluntad del pueblo español.

En cuanto termina la primera guerra carlista, Balmes se lanza a la palestra: escribe, publica, viaja, funda periódicos, traza planes de fusión dinástica, siempre con la mirada puesta en la situación de España, dividida entre carlistas, moderados y progresistas; y con la Iglesia perseguida. Sus escritos políticos son como crónicas de actualidad que ponen de manifiesto el itinerario de la Revolución, el camino lento de los moderados y el atajo de los progresistas. Página a página, la «vía española» de la Revolución quedará al descubierto para siempre de manera diáfana.

Avanzando hacia lo más esencial de la cuestión sobre el fracaso de los planes de fusión dinástica de Balmes tenemos que atrevernos a formular la pregunta sobre si podía esperarse de los isabelinos y de los liberales esta transigencia con la solución balmesiana. Entonces habrá que confesar que no pudo realizarse la boda entre el hijo de Don Carlos y doña Isabel porque no podían casarse la Tradición, que daba fuerza a la causa carlista, con la Revolución que había levantado sobre sus bayonetas el trono de Isabel. De hecho, el fracaso fue debido a la intransigencia anticarlista de los liberales moderados, que detentaban entonces el poder y que cerraron el camino a la solución propuesta por Balmes. La puerta, pues, se cerró por el lado isabelino. No es algo extraño ni desconcertante si se piensa qué abismo había que superar: unos años antes se cantaba en las calles de Madrid: «Muera Cristo, Viva Luzbel. Muera don Carlos, Viva Isabel».

Balmes entendía que la solución política debía tener bases doctrinales, en concreto tres principios para lo que hoy llamaríamos una verdadera reconstrucción nacional. El primero: «que la religión católica es el más fecundo elemento de regeneración que se abriga en el seno de la nación española», porque «no es la política la que ha de salvar a la religión, la religión es quien debe salvar a la política; [...] la sociedad no ha de regenerar a la religión, la religión es quien debe regenerar a la sociedad». Y ante aquellos que acusarán a la religión de opresora de los pueblos, ofrece Balmes esta luminosa reflexión: «la unidad en la fe católica no constriñe a los pueblos como aro de hierro, no los impide moverse en todas direcciones: la brújula que preserva del extravío en medio del océano jamás se apellidó opresora del navegante». El segundo principio es aquel en el que afirma que la política «ha de fundarse en el verdadero estado social, entendiendo por política todo lo que es materia de gobierno: administración, instrucción, justicia y hasta las relaciones entre la Iglesia y el estado», o de otro modo, «que el poder político ha de ser expresión del poder social» porque es condición para alcanzar verdadera unidad. Y el tercero, aquel en el que reflexiona que «lo que falta por lo común al hombre y a la sociedad no son buenas reglas, sino su aplicación; no son buenas leyes, sino su cumplimiento; no son buenas instituciones, sino su genuina realización [...] Ésta es una verdad luminosa que esclarece el horizonte de la filosofía de la historia y es una guía que puede servir a muchos en los intrincados senderos de la práctica».

  • Este texto es una versión resumida del publicado en el Cuaderno CEU-CEFAS 09 (otoño de 2024), Una visión actual del pensamiento de Jaime Balmes